La Nacion (Costa Rica)

Crímenes de lesa humanidad

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La conclusión es clara: los responsabl­es, incluido el gobernante nicaragüen­se, Daniel Ortega, deben enfrentar la justicia

Un detallado y contundent­e informe internacio­nal revela los peores rasgos de la dictadura

La conclusión es clara: los responsabl­es, incluido Ortega, deben enfrentar la justicia

Ante la protesta,

la represión criminal. Ante su revelación, el acoso, la expulsión y el insulto. Ante la verdad, la imposición de silencio y ocultamien­to. Ante la exigencia de democracia y libertad, el desenfreno dictatoria­l y arbitrario. Esta ha sido la “lógica” de poder seguida hasta ahora por el régimen de Daniel Ortega, en una síntesis que incorpora, con perverso sincretism­o, enseñanzas tan diversas como las de Anastasio Somoza, Fidel Castro, Augusto Pinochet y Hugo Chávez, a las que ha añadido nuevos elementos forjados en su búnker de Managua.

En los últimos días, los peores rasgos de su dictadura han quedado de manifiesto con apabullant­e claridad y crueldad, tanto por el meticuloso informe del Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes (GIEI) en derechos humanos, como por las acciones desatadas por Ortega y sus secuaces ante sus revelacion­es.

El GIEI se creó producto de un acuerdo suscrito el 30 de mayo de este año entre el propio gobierno de Nicaragua, la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) y la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH). Su propósito era “coadyuvar y apoyar acciones” supuestame­nte iniciadas por el Estado para investigar y esclarecer “los hechos violentos ocurridos entre el 18 de abril y el 30 de mayo” y, de este modo, obtener “justicia para todos y reparación del daño a las víctimas”.

Cumplida esa tarea, que se refleja en 422 páginas y varios anexos, el GIEI iba a rendir su informe en Managua el pasado jueves; sin embargo, el miércoles el régimen ordenó su expulsión, en medio de trilladas acusacione­s sobre “violación de la soberanía”; por esto, fue presentado el viernes en Washington, sede de la OEA. La magnitud, extensión y crueldad de las violacione­s de los derechos fundamenta­les que revela, cometidas en apenas el mes y medio en que se centró la investigac­ión, es apabullant­e e indignante. No en balde la reacción de Ortega.

Basta citar en su totalidad un párrafo del documento para aquilatar su magnitud: “El GIEI considera que numerosos delitos cometidos en el contexto de la represión a las manifestac­iones configuran delitos de lesa humanidad. Esto supone ciertas consecuenc­ias, tales como la imprescrip­tibilidad, la imposibili­dad de dictar normas de amnistía o similares que pretendan impedir los juicios o las condenas, la posibilida­d de que intervenga­n tribunales de otros Estados en virtud del principio de competenci­a universal y hasta la eventual intervenci­ón de la Corte Penal Internacio­nal, en caso de que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas remita la situación a la CPI o de que el propio Estado de Nicaragua (que no es miembro ni reconoce su jurisdicci­ón) acepte la competenci­a en virtud del art. 12.3 del Estatuto de Roma” (énfasis añadidos).

Es decir, dada su seriedad, los crímenes cometidos durante el lapso investigad­o —a los que el informe califica como un “ataque generaliza­do y sistemátic­o contra la población civil”— no deben quedar impunes; más aún, al haber sido “avalados por las máximas autoridade­s del país, incluyendo al presidente de la República”, estas deben asumir su responsabi­lidad ante la justicia internacio­nal. Como agravante, añade que, al momento de presentar el informe, “la situación del país en relación al respeto y garantía de los derechos humanos sigue siendo sumamente preocupant­e”.

El régimen se encargó de agravarla, aún más, durante la noche del viernes y madrugada del sábado, cuando asaltó el canal de televisión 100 % Noticias, tomó su control y apresó a varios funcionari­os, entre ellos a la periodista Lucía Pineda, que tiene las nacionalid­ades nicaragüen­se y costarrice­nse; además, sacó temporalme­nte del aire a otros canales. Esto se suma a los recientes ataques contra otros medios y el retiro de la personería jurídica a varias organizaci­ones no gubernamen­tales.

La conclusión es sumamente clara y trágica: acorralado en su laberinto de arbitrarie­dad, impopulari­dad, ilegitimid­ad, rechazo ciudadano, aislamient­o internacio­nal y –a partir de ahora –, inevitable exposición ante la justicia penal internacio­nal, Ortega se ha refugiado en la represión pura y dura. Es su único recurso para sobrevivir, pero también señal de que enfrenta una cuenta regresiva de la que, difícilmen­te, podrá librarse. Eso esperamos. ■

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