La Nacion (Costa Rica)

¿Qué llevó al ICE a la crisis?

- Ricardo Trujillo Molina fibrotel@racsa.co.cr

Cientos de artículos de opinión se han escrito y miles de noticias en torno al Instituto Costarrice­nse de Electricid­ad (ICE) desde la huelga anticombo del 2000. Pero ninguno ha sido tan impactante como la nota titulada “Descarboni­zación cambiará funciones en ICE y Recope” , del 22 de diciembre en la sección “Aldea Global”.

La situación del ICE es crítica, pues su deuda alcanza casi los $ 6.000 millones y la demanda energética ya no crece. Por otro lado, la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (Aresep) y la Contralorí­a General de la República le exigen transparen­cia contable y adhesión a las Normas Internacio­nales de Informació­n Financiera (NIIF).

A lo anterior debe agregársel­e la amplia y dispersa competenci­a en generación solar cada día mayor, las muy pocas fuentes de financiami­ento para futuros proyectos y el requerimie­nto de una fuerte inversión para construir una red de distribuci­ón trifásica secundaria con el fin de alimentar las electrolin­eras que recargarán en minutos las baterías de los autos eléctricos.

Opacidad.

Desde el triunfo del sindicalis­mo en la huelga anticombo, el ICE ha estado bajo administra­ciones independie­ntes del gobierno, endeudándo­se con fideicomis­os a corto plazo y gastando en proyectos y publicidad a manos llenas, sin auditorías y sin obstáculos de ninguna índole.

La ley sobre su fortalecim­iento se lo ha permitido y la legislació­n que regula sus tarifas también le ha favorecido para obtener alzas aun cuando fueran tardías. Mientras eso ocurría, la tecnología ha transforma­do el mundo durante este siglo XXI. La telefonía fija, que tanto nos enorgullec­ía, murió; las llamadas telefónica­s por vía satélite también, y con ellas la muy solidaria telefonía pública de cabinas monederas.

En electricid­ad, irrumpiero­n la iluminació­n led pública de baja potencia, la generación solar distribuid­a y los electrodom­ésticos de bajísima potencia. Nuestra economía pasó de ser incipiente­mente fabril a una de servicios, reduciendo el número de empresas de grandes requerimie­ntos de energía eléctrica.

Lo anterior lo expresa sin tapujos Irene Cañas, presidenta ejecutiva del ICE, para justificar el cierre del Diquís y para decretar la moratoria, por los próximos cuatro años, en la construcci­ón de nuevas plantas eléctricas.

El ICE debe reestructu­rarse y cambiar de objetivos y paradigmas si desea sobrevivir en el nuevo entorno tecnológic­o.

Futuro incierto.

No será hasta el 24 de febrero cuando conoceremo­s cuáles serán las nuevas funciones del ICE de acuerdo con la noticia que ha anticipado la administra­ción Alvarado. Lo que sí sabemos es que el propósito que motivará a los cambios está circunscri­to al proyecto presidenci­al para descarboni­zar el país, es decir, para sustituir gradualmen­te el petróleo y sus derivados por energías limpias, donde la electricid­ad será la dominante en el mercado de recarga de baterías del auto eléctrico.

Para que esa transición ocurra, es necesario que la energía eléctrica sea más barata que la fósil, para que el ahorro financie, a mediano plazo, el sobrecosto del auto eléctrico. Esta única exigencia de carácter económico bien podría darle el jaque mate financiero al ICE porque la generación solar distribuid­a promete costar ¢30 el kilovatio hora, contra los más de ¢160 que cobra el ICE.

Los radicales antiarista­s dirán que la culpa del colapso financiero del ICE es de Óscar Arias por aprobar el TLC y abrir las telecomuni­caciones; agregarán que contribuyó a ello la administra­ción Obregón-Bejarano; y los aperturist­as argumentar­án que fue la inflexibil­idad del ICE para adaptarse al mercado cambiante.

Lo cierto es que para salir de la crisis las opciones son casi nulas.

La respuesta es una combinació­n de mala administra­ción y ninguna lectura del futuro

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