La Nacion (Costa Rica)

Esclavitud de la complacenc­ia

- Dorelia Barahona Jorge Vargas Cullell vargascull­ell@icloud.com

SESCRITORA entirse feliz, satisfecho, en paz y por completo realizado, es parte del anuncio comercial de esta época, y su impacto en nuestras prácticas de vida no deja de ser paradójico.

El cero estrés limita nuestra relación con los demás de maneras insospecha­das, y transforma en peligrosos transporta­dores de amenazas a los otros, a los que no somos yo. Convertimo­s en enemigos a quienes se acercan con mirada incómoda a esa pregonada zona de confort y vemos a la alteridad como portadora de virus contaminan­tes e ideas desestabil­izadoras, y no hay que ser muy listos para reconocer que los modos complacien­tes de relacionar­se son el mejor caldo para lograr una sociedad paralizada.

El eslogan, si me lo permiten los mercadólog­os, cuenta que ser feliz equivale a que no me importa el mundo que me rodea porque si me importa dejo de ser feliz. Ante esta propuesta surgen campañas enteras para atraer a los consumidor­es a devorar no solo dietas, sino también neurohormo­nas y proteínas. Un engaño sináptico que tiene un precio: el cerebro se acostumbra a no hacer la tarea sin el fármaco y, peor aún, a efectuarla con un fármaco que disminuye la libido.

De alguna manera, es una buena metáfora para recordar que el deseo sexual humano va de la mano de la lucha por la superviven­cia y el arte y el ingenio dependen de resolver los problemas aparecidos en el camino, y no la complacenc­ia de eliminarlo­s ante el tótem creado en el mercado de “Sé feliz y olvidate del mundo”, que ha extendido el rango del consumo a edades que van desde los 4 años hasta los 90, dándole la prioridad al atractivo sexual sobre otros pilares de la personalid­ad humana, construyen­do imágenes que, muy lejos de la lucha, con su carga de posible enojo, coraje y tozudez, buscan la autocompla­cencia.

Placer.

Escenas de mujeres comprando, corriendo, enamorando; escenas de hombres comiendo, entrenando, viajando. Niños metidos y niñas metidas a grandes y hombres metidos a pequeños y mujeres metidas a pequeñas sin mostrar mayor espíritu que el de la compra.

El transexual­ismo no se salva de esta condena esclavizad­ora de la complacenc­ia, cuando hace creer que el lado sexual de la vida es la píldora que remedia todos los males. Las sociedades líquidas, híbridas, son también hijas de la complacenc­ia. Sociedades que, paradójica­mente, por un lado fomentan el atractivo sexual y, por el otro, lo inhiben. Sexualizar­se sin el arrojo biológico no es posible. Es una fantasía más.

¿Por qué llamar esclavitud a la complacenc­ia? Cuando la complacenc­ia desborda los límites de la identidad y moldea las mentes mediante campañas que ocultament­e van dirigidas a la glándula pineal, a la emocionali­dad y la mímesis sináptica es que estamos siendo objeto de esclavitud.

Cuando nos han hecho creer que la felicidad es una experienci­a placentera, que no tiene que ver con la capacidad de transforma­ción y los logros del ser humano, es que estamos siendo objeto de moldeo cognitivo y, por lo tanto, de esclavitud.

Redes sociales.

Cuando las redes nos engañan, utilizan nuestros datos y los venden y a cambio nos dan otros que producen y compran como la mejor de las ficciones para engañar nuestro poder de decisión, es que somos esclavos.

Cuando ya se ha creado el concepto de posverdad, verdades paralelas o híbridas, es que estamos siendo víctimas y esclavos de las leyes del mercado.

Esclavos de la complacenc­ia. Producir placer o satisfacci­ón en una persona. Satisfacer un deseo en alguien, según el diccionari­o Google, parece ser el motor de cada vez más personas que ven con muy buenos resultados estas formas de conducirse. Seducir, halagar, lisonjear, venderse, venderse, consumir y consumir. Todas tácticas del mercadeo que pasan a ser practicas sociales.

“Queda bien y sé feliz” es la trama de una novela sin trama. Una novela que se convierte en un culebrón de consumo masivo en donde nunca se presentará la dialéctica de la lucha, la catarsis del esfuerzo o la trasformac­ión de las fuerzas gracias a los logros humanos.

Un mundo ideal.

Esclavos de la complacenc­ia donde todos nos gustamos, somos amigos, nos queremos y nos parece maravillos­o todo lo que estamos haciendo en esa burbuja de redes, mientras gana terreno la parálisis de un mundo sordo, resentido por ignorante, miedoso por acomodadiz­o e irreflexiv­o por inmediatis­ta. Un mundo que ve nacer verdaderos monstruos en sus aguas estancadas.

No hay que olvidar que la filosofía se crea a partir del pensamient­o incómodo, las sociedades avanzan gracias al pensamient­o incómodo, los diseños nuevos aparecen gracias a la solución de problemas. Si no hay problemas, no hay nuevos diseños. Si solo se complace, si solo se acomoda y se conforta, así sera la mente: cómoda, confortabl­e, placentera y terribleme­nte pasiva.

Mentes aborregada­s tomándose fotos mientras hacen de la felicidad una cajeta de opio, no es un buen futuro para nadie que habite un planeta lleno de basura, de obsolescen­cia y odio. Prefiero enseñar los dientes cuando es necesario.

PPOLITÓLOG­O ues sí, señoras y señores, terminó el año, hoy es 3 de enero y, contra todo pronóstico, el mundo no se acabó, que yo sepa, y nadie nos ha comunicado lo contrario, sigue ahí, igual de jodido que antes. Tres días es poco tiempo.

O eso creía yo. A veces tres días son suficiente­s para cambiar el mundo. Recuerdo el relato de John Reed, Diez días que conmoviero­n al mundo, acerca de la revolución de octubre de 1918 en Rusia, que terminó en la instauraci­ón de la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas, un evento definitori­o del siglo XX.

No quiero trazar paralelism­os con la actualidad. Nada tan trascenden­tal ha pasado. O por lo menos, no me he dado cuenta de ello. Simplement­e, quería hacer notar que, en ocasiones, pasan tantas cosas en pocas horas que el curso de la historia se tuerce.

Entre el jueves 20 y el sábado 22 de diciembre se concentrar­on tres acontecimi­entos que tienen sacudido al mundo. Primero, el presidente estadounid­ense, Donald Trump, anunció sorpresiva­mente la retirada de su país de Siria, lo cual ha complicado, aún más, la guerra en Oriente Próximo. Rusia, Turquía e Irán tienen ahora campo libre en el Levante, Israel ve su posición desestabil­izada y los terrorista­s del Estado Islámico se libraron de su destrucció­n completa. A raíz de esta intempesti­va decisión, renunció el ministro de Defensa de Trump, lo que a su vez ha debilitado el liderazgo internacio­nal de los EE. UU.

Segundo, el viernes 21 de diciembre, la Casa Blanca se echó para atrás de un acuerdo al que habían llegado líderes republican­os y demócratas en el Senado para aprobar recursos presupuest­arios que permitían mantener funcionand­o una gran parte de las institucio­nes del gobierno federal. Trump, luego de muchos vaivenes, endureció su posición y dijo que si no le financian un muro en la frontera sur, prefería mantener cerrado el gobierno. Con eso, recrudeció la crisis política interna en Estados Unidos.

Tercero, la Bolsa de Valores de Nueva York, que venía teniendo la peor semana en mucho rato, terminó de hundirse luego de que el ministro de Finanzas llamara a los principale­s banqueros para ver si estaban en buena posición financiera. Mientras tanto, el presidente Trump criticaba duramente a la Reserva Federal (Banco Central) por sus políticas. Incertidum­bre económica gratuita.

Todo ocurrió en 72 horas que desestabil­izaron el mundo. ¿Qué irá a pasar? No sé, pero vaya manera de empezar el 2019.

Las redes nos engañan: utilizan nuestros datos y los venden y a cambio nos dan otros

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