Wendy se apagó arropada por su mamá
El 10 de diciembre de 2017 cayó domingo.
Jaqueline Rivera despertó apenas empezando la mañana con su hija Wendy, de 20 años, recostada en su hombro, profundamente dormida. Al menos, eso creyó Jaqueline.
Wen, como la llamaban de cariño, no dormía de noche. Especialmente, las últimas semanas, cuando el cáncer de ovario metastásico entró en sus etapas finales.
Por eso, su mamá la acompañó aquella noche de sábado y, al amanecer del domingo, la dejó dormir.
“Estaba como nunca antes la había visto. Tenía una cara llena de paz”, recordó.
Wendy Artavia Rivera había muerto. Sucedió alrededor de las 3 a. m., mientras su mamá dormía junto a ella.
Era un momento para el cual se estaban preparando desde que la joven apareció invadida por el cáncer, luego de haber recibido un primer diagnóstico a los 17 años.
“Tuvo una mejoría de un año después de los tratamientos. Los médicos dijeron que era un milagro porque el oncólogo, inicialmente, le había dado un estimado de cuatro meses de vida”, recordó.
“Siempre luchó. Solo una vez hablamos de la muerte. Por dicha, durante el año en que sanó milagrosamente hizo todo lo que quería”.
La enfermedad de Wendy permitió que se prepararan. Incluso, para dejar arreglado el tema legal relacionado con su pequeño hijo, Matías.
Lo que nunca nadie esperó, y menos Jaqueline, es que dos meses después sufrirían otra inesperada pérdida.
El esposo de Jaqueline murió el, 31 de enero de 2018, de un problema coronario.
Dos pérdidas en menos de dos meses convirtieron a esta vecina de San Rafael de Oreamuno en una paciente prioritaria para el Centro Nacional de Control de Dolor y Cuidado Paliativo. Ahí ha acudido frecuentemente en el último año.
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