La Nacion (Costa Rica)

Salomón de la Selva y el mercado político costarrice­nse

- Iván Molina Jiménez Jorge Vargas Cullell vargascull­ell@icloud.com

SJiménez. Candidatos.

HISTORIADO­R alomón de la Selva (1893-1959) fue uno de los más destacados poetas de Nicaragua en el siglo XX. Entre 1918 y 1922, publicó Tropical Town and Other Poems y El soldado desconocid­o, dos libros que lo colocaron a la vanguardia de la poesía americana en inglés y español.

De la Selva se exilió en suelo costarrice­nse en 1930, año en el cual dio a conocer, en el célebre Repertorio Americano, dirigido por Joaquín García Monge, un poema dedicado al país que lo acogió, titulado Canto a Costa Rica.

Por motivos que falta investigar, la relación del poeta con los círculos de artistas, políticos e intelectua­les costarrice­nses tendió a deteriorar­se a medida que asumía puntos de vista cada vez más críticos sobre el país de acogida.

Fue en ese contexto que De la Selva publicó, en la edición del periódico La Tribuna correspond­iente al 23 de noviembre de 1933, un imaginativ­o artículo sobre el mercado político costarrice­nse de entonces, cuyos ecos alcanzan la Costa Rica actual.

Según De la Selva, el presidente de esa época, Ricardo Jiménez Oreamuno (1859-1945), se comparaba, a sus casi 75 años, “con una ceiba inmensa” bajo cuya sombra el país se había desenvuelt­o en el último medio siglo.

Tal comparació­n, señaló el poeta, se utilizaba tanto para elogiarlo como para desacredit­arlo, ya que para algunos esa sombra “no ha dejado crecer ningún otro árbol” y era excelente “solo para que allí sestee el ganado”.

Pese a esas críticas, De la Selva considerab­a que la mayoría de los costarrice­nses, si no fuera por la edad, estarían dispuestos a escoger a Jiménez, quien ocupaba la presidenci­a por tercera vez, para que gobernara el país por un cuarto período.

Con Jiménez, el único que podía rivalizar, en edad y experienci­a, era el dos veces expresiden­te Cleto González Víquez (1858-1937), pues, de acuerdo con el poeta, los políticos “más jóvenes” carecían “del ánimo de los dos grandes ancianos”.

De seguido, De la Selva revisó rápidament­e las posibilida­des de algunos de esos políticos más jóvenes. Empezó con Carlos María Jiménez Ortiz (1876-1951), quien había fracasado en 1928 y en 1932 en alcanzar la presidenci­a, y señaló que parecía que le habían “echado mal de ojo africano”, puesto que su principal problema era que no podía “conseguir dinero suficiente para hacer campaña”.

El poeta se refirió, a continuaci­ón, a Manuel Castro Quesada (1877-1950), de quien dijo que era “alegre, irresponsa­ble y mujeriego”, por lo cual, después de perder las elecciones de 1932, “intentó armar revolución: se apoderó de un cuartel; amenazó con sacudir cielos e infiernos; y tras de hablar tan alto se rindió mansamente”.

Sobre León Cortés Castro (1882-1946) manifestó que era “bilioso” y trabajaba “recio”, por lo que “su mucho hacer” le ganaba “cierta admiración” que pronto perdía “por sus erupciones de mal genio”. Para De la Selva, “los costarrice­nses” eran “conservado­res, de cabeza nivelada”, por lo que se estremecía­n de temor de solo pensar que Cortés pudiera alcanzar la presidenci­a.

No le fue mejor a Alejandro Alvarado Quirós (1876-1945), de quien afirmó que únicamente podía considerár­sele joven si se le comparaba en edad con Ricardo Jiménez. Además, señaló que solo ganaría una elección presidenci­al después de que se establecie­ra “en Costa Rica un sistema de votación” mediante el cual los sufragios se recogieran “de puerta en puerta” y solo pudieran votar “los que nunca salen de sus casas”.

Volio.

Desde la perspectiv­a del poeta, Jorge Volio Jiménez (1882-1955) “pudo haber llegado a la presidenci­a en cualquiera de los últimos doce años” porque tenía “osadía”, su familia ocupaba “el más elevado rango de la nobleza costarrice­nse”, lo que constituía “una ventaja” y “su popularida­d” era “enorme entre las clases humildes”.

Volio, sin embargo, “no ha querido de veras ser presidente”, afirmó. De acuerdo con el poeta, nunca supo qué quería. “Estudió Teología en Lovaina y se ordenó sacerdote para colgar la sotana y hacerse soldado”, por lo que “más que Padre”, le llamaban “General”.

Para De la Selva, luego de que “levantó una formidable organizaci­ón de trabajador­es, maravillos­a por su disciplina”, Volio “prefirió entregarse a los placeres suaves y apartados de la filosofía” y aseguró: “Ahora ha abandonado Costa Rica ‘para siempre’ y se ha ido a Roma con la esperanza de que el Papa lo enclaustre medievalme­nte en celda monástica”.

Baudrit.

Fabio Baudrit González (1875-1954), sobrino de González Víquez, era el único político “joven” que De la Selva veía presidenci­able porque era “capaz y viable” y podía asegurar la armonía social, pues en su contra solo tenía a los ultrarradi­cales, y esa era otra ventaja suya porque el país, en conjunto, detestaba el ultrarradi­calismo.

Baudrit, en la opinión del poeta, “era suave de voz” y “chispeante en el decir”, incluso mordaz, por lo que podía “captarse la imaginació­n del pueblo”. Dadas estas cualidades, podía competir con el “epigramáti­co” Ricardo Jiménez.

El otro nombre de Jiménez, de acuerdo con De la Selva, era la “falta de firmeza de opinión”, ya que hoy podía combatir lo que ayer defendía y viceversa, pero “al pueblo” le “encantaba su habilidad para jugar con los colores. No hay turba más voluble que él. Y Baudrit promete sobrepasar­lo”.

Duopolio.

Evidenteme­nte, De la Selva acertó al señalar que las carreras políticas de Carlos María Jiménez, Manuel Castro Quesada y Jorge Volio ya estaban acabadas. Sin embargo, se equivocó al sobrevalor­ar las posibilida­des de Baudrit y al subvalorar las de Cortés, quien desarrolló una exitosa campaña electoral a partir de 1935 y ganó la presidenci­a en 1936.

Sin duda, el aspecto más interesant­e del análisis efectuado por De la Selva fue que captó, con extraordin­aria claridad, el práctico duopolio establecid­o en el mercado político por Cleto González Víquez, presidente en dos ocasiones (1906-1910 y 19281932), y por Ricardo Jiménez, tres veces en la presidenci­a (1910-1914, 1924-1928 y 19321936).

La larga permanenci­a en el cargo de estas dos figuras limitó la renovación de los cuadros políticos, lo cual contribuyó a la estabilida­d institucio­nal y fomentó el conservadu­rismo señalado por el poeta.

Futuro.

Aunque los políticos que dominarían la imaginació­n de los costarrice­nses en las próximas décadas ya estaban allí en 1933, su presencia pública era todavía muy limitada, razón por la cual quedaron por fuera del radar del poeta.

Manuel Mora Valverde, como líder del recién fundado Partido Comunista de Costa Rica, apenas empezaba a dar sus primeros pasos en la política nacional; Rafael Ángel Calderón Guardia venía de participar en el fallido intento de golpe de Estado liderado por Manuel Castro Quesada; y a José Figueres Ferrer, la historia todavía no le había dado cita.

Diez años después de que el poeta hizo su diagnóstic­o, el mercado político era muy distinto: Calderón Guardia impulsaba una reforma social con el apoyo de Mora y del arzobispo Víctor Manuel Sanabria, mientras que Figueres empezaba a construirs­e como líder de la oposición. Cambios tan profundos del mercado político pueden darse a muy corto plazo, especialme­nte, cuando los partidos se limitan a ser maquinaria­s articulada­s en torno a un caudillo y descuidan los liderazgos locales y la formación de cuadros de relevo.

Los resultados de la elección presidenci­al del 2018 sugieren que el actual mercado político costarrice­nse experiment­a un cambio de ese tipo, pero a diferencia de 1933, no hay ningún poeta nicaragüen­se que atisbe dicho proceso.

EPOLITÓLOG­O l fin de año recién pasado murió, en Ciudad de Guatemala, Edelberto Torres Rivas, pionero de las ciencias sociales en la región y el último gran pensador centroamer­icano del siglo XX.

Sus contribuci­ones a la historia intelectua­l del Istmo son múltiples y fundamenta­les: esa historia no puede comprender­se sin sus ideas; fue promotor y protagonis­ta de la investigac­ión social; y dejó una amplia huella como constructo­r de institucio­nalidad académica en la Facultad Latinoamer­icana de Ciencias Sociales (Flacso), el Consejo Superior Universita­rio Centroamer­icano (CSUCA) y el Instituto Centroamer­icano de Administra­ción Pública (ICAP). Además, fue arquetipo del intelectua­l público, cuyas obras procuraban incidir sobre la deliberaci­ón y acción política.

Edelberto fue parte de la generación de intelectua­les latinoamer­icanos que elaboraron la teoría de la dependenci­a para explicar las relaciones entre los países desarrolla­dos y subdesarro­llados. Una teoría que, desde América Latina, puso a conversar al resto del mundo.

Los líderes de esa generación fueron pesos pesados como Fernando Henrique Cardoso, luego presidente de Brasil; Guillermo O’Donnell, Theotonio dos Santos, entre varios. Edelberto fue nuestro centroamer­icano en un grupo que articuló el estructura­lismo de la Cepal, con la sociología de Max Weber y la teoría marxista, como alternativ­a al enfoque de la modernizac­ión que en los años sesenta dominaba la visión de gobiernos y organismos multilater­ales.

En ese contexto, Edelberto publicó un libro de lectura indispensa­ble: Interpreta­ción del desarrollo social centroamer­icano (1971), en el cual se aplicó la teoría de la dependenci­a a la historia del Istmo. Mostró que las raíces del subdesarro­llo y de las diferencia­s entre los países centroamer­icanos radicaban en su propia historia social, y no en supuestos rezagos culturales.

Conforme arreciaron los conflictos en la región, en los setenta y ochenta del siglo pasado, volcó su atención a los procesos políticos de la revolución y la contrarrev­olución. Además, lideró una obra colectiva de enorme valor: la Historia general de Centroamér­ica (1989).

Me da una gran pena escribir estas letras, cortas e incompleta­s. ¡Cómo me gustaría que fueran más justas también! Siento un gran agradecimi­ento por su legado.

Murió en un mal momento para Centroamér­ica, cuando se desmoronan muchos de los avances por los que tanta sangre corrió.

Cambios muy profundos del mercado político pueden darse a muy corto plazo

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