La Nacion (Costa Rica)

El precio de la amistad con Venezuela

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El Frente Amplio paga el precio de su afinidad ideológica con la dictadura venezolana.

Una y otra vez, el Frente Amplio, ahora reducido a fracción unipersona­l, paga el precio de su afinidad ideológica con la dictadura venezolana. El alineamien­to con el régimen de Nicolás Maduro obliga a los frenteampl­istas a exhibir las fracturas entre su discurso para consumo generaliza­do y otras inclinacio­nes, tratadas con mayor discreción, por su naturaleza poco potable para la sociedad costarrice­nse.

La agrupación se esmera en plantear alguna distancia con la barbarie chavista —y la sandinista de Nicaragua— pero, periódicam­ente, surgen circunstan­cias que se lo impiden. La semana pasada, el Frente Amplio emitió el único voto contra la resolución legislativ­a aprobada para desconocer el nuevo y espurio mandato de Maduro. Luego, emprendió sus habituales contorsion­es para justificar­lo.

Hace año y medio, los diputados del Frente Amplio rehusaron votar otra condena al régimen de Maduro e invocaron un supuesto respeto al principio de no injerencia en asuntos internos de otros países. Ese principio nada valió en el 2009, cuando la representa­ción del partido exigió pronunciam­ientos contra la destitució­n del presidente hondureño Manuel Zelaya Rosales y presentó una moción, posteriorm­ente aprobada por unanimidad en la Asamblea Legislativ­a.

La desviación de los cauces institucio­nales en Honduras merecía condena, pero también la merece el golpe de Estado perpetrado por los chavistas en Venezuela contra el legítimo ejercicio del poder legislativ­o por la Asamblea Nacional elegida el 6 de diciembre del 2015, la espuria convocator­ia a una asamblea constituye­nte y las fraudulent­as elecciones para extender el mandato de Maduro.

La gravedad de la situación venezolana ya no permite la justificac­ión sin comentario­s y, ahora, la representa­ción del Frente Amplio dice compartir muchas de las preocupaci­ones y críticas por el aumento del totalitari­smo, la violación de derechos humanos y la crisis económica en Venezuela. Sin embargo, no se anima a manifestar tan nobles desvelos mediante el voto porque materias tan importante­s no se tramitan “por una pinche moción de orden”.

Ahora, al parecer, el problema no es de principio, sino de forma y trámite. Si tanta es la preocupaci­ón, ¿por qué no sugiere el Frente Amplio una condena de Maduro y su régimen por la vía procedimen­tal de su preferenci­a? Quizá pueda utilizar como modelo la resolución promovida por el propio partido en el caso hondureño. Y si no se anima a actuar en sede legislativ­a, por qué no lo hace en el plano partidario, como sucedió para la destitució­n de la presidenta brasileña Dilma Rousseff.

“La democracia en Brasil ha sido afrentada. Condenamos el golpe perpetrado en contra de Dilma Rousseff”, decía en aquel momento el comunicado del Frente Amplio, pero no hay un documento equivalent­e para el caso venezolano, una horrenda tragedia de muerte, ruina, represión y exilio, para no mencionar la galopante corrupción.

Como para no dar el brazo a torcer, el Frente Amplio recrimina la ausencia de protestas similares contra el asesinato de activistas en Brasil, El Salvador y Colombia, como si las circunstan­cias fueran iguales y como si el Parlamento costarrice­nse, en condicione­s comparable­s (caso de Honduras), no hubiera actuado. También acusa al Grupo de Lima de estar sometido a los gobiernos de Donald Trump, Colombia y Brasil, pero en ningún momento habla claro sobre lo que ocurre en Venezuela.

Los 43 diputados que respaldaro­n la moción se suman a la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA), el Grupo de Lima y al gobierno nacional, así como a un significat­ivo número de naciones, para exigir respeto a la voluntad popular y a las institucio­nes democrátic­as. Hicieron bien, porque el silencio es cómplice. Por eso no debe pasar inadvertid­o.

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