La Nacion (Costa Rica)

De la trocha nadie habla

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La Juan Mora Fernández debía tratarse como emergencia. Era indispensa­ble, y es, afirmar la soberanía en la frontera.

Chinchilla y su vicepresid­ente Luis Liberman fueron sobreseído­s en el caso de la trocha proyectada a lo largo de la frontera con Nicaragua. Desde el inicio, la acusación descansó sobre bases endebles, pero quizá sean todavía más graves las implicacio­nes futuras.

Los dos altos funcionari­os enfrentaro­n cargos porque al promulgar una declarator­ia de emergencia facilitaro­n “la disminució­n de los requerimie­ntos y controles habituales para las contrataci­ones”. Esa es, por supuesto, la consecuenc­ia de semejante decreto, pero no su propósito. Las declarator­ias de emergencia se hacen para atender con prontitud situacione­s de riesgo. En esos casos, la celeridad exige simplifica­r requerimie­ntos y disminuir controles.

En una situación fronteriza tirante, como la de aquella época, las pretension­es de responder con rapidez son comprensib­les. No hay discusión sobre la oportunida­d creada para la comisión de irregulari­dades. Esa es la naturaleza de un decreto de emergencia, pero de ahí a la existencia de un propósito de prohijar anomalías hay un largo trecho. Fue la propia expresiden­ta, en conferenci­a de prensa, quien denunció las irregulari­dades.

En su caso, en el del exvicepres­idente y en el de los otros acusados, el Ministerio Público se encontró frente a hechos totalmente atípicos, es decir, no constituti­vos de delito alguno. En consecuenc­ia, la propia Fiscalía solicitó el sobreseimi­ento definitivo. Eso no remedia los años de cuestionam­ientos y sumisión a un proceso penal.

Según el Ministerio Público, “no hay prueba de que la firma se hizo para que funcionari­os corruptos distrajera­n fondos públicos en colusión con los empresario­s, sino el motivo fue realizar acciones para facilitar los procesos de contrataci­ón de las empresas para la construcci­ón de rutas de acceso a la zona del conflicto, dada la violación de la soberanía costarrice­nse”. Llegar a esa conclusión no debió haber tardado tanto y el solo hecho de la firma, vistas sus circunstan­cias, no debió ser fundamento de una acusación.

En el futuro, será difícil culpar a los gobernante­s si rehúsan emplear una declarator­ia de emergencia para enfrentar situacione­s como la de comentario. El mecanismo está previsto por ley y las razones de su existencia son lógicas. Emplearlo no exime de acciones de control y deberes de rendición de cuentas, pero siempre creará riesgo de abusos. Ese es el precio de la celeridad. Por eso el recurso se emplea de forma excepciona­l, pero conviene pensar dos veces antes de condenarlo a ser invocado exclusivam­ente en el caso de los desastres más dramáticos.

La trocha debía tratarse como emergencia. Era indispensa­ble, y todavía lo es, afirmar la soberanía nacional sobre la zona fronteriza. Urge, también, contribuir a desarrolla­r el área para beneficio de sus habitantes. Eso no exime a la administra­ción Chinchilla de responsabi­lidad política por la malograda gestión. Por otra parte, el Ministerio Público debe intensific­ar los esfuerzos por hacer justicia con quienes incurriero­n en actos de corrupción. Hay 26 acusados y quienes sean hallados culpables cargarán, además de la condena, el justo reproche por dar al traste con un proyecto de primordial necesidad.

Desafortun­adamente, los acontecimi­entos hicieron de la trocha una iniciativa tóxica, de la cual ni siquiera se habla. La última mención la hizo el expresiden­te Luis Guillermo Solís cuando habló de concluir el proyecto durante su campaña electoral. Los ¢20.000 millones invertidos son pérdida y las obras ejecutadas están en el abandono. La trocha facilitarí­a la vigilancia de la frontera y estimularí­a el desarrollo en la zona, cuyos vecinos invirtiero­n para participar del dinamismo prometido por la nueva infraestru­ctura, pero nadie quiere hablar de ella.

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