La Nacion (Costa Rica)

Secreto a voces

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El primer año del #MeToo terminó con 425 acusacione­s en Estados Unidos; más de una denuncia pública por hostigamie­nto sexual al día. A una semana de iniciarse el movimiento, un millón de personas habían utilizado el hashtag originado a partir de un pacto entre mujeres de base y de Hollywood y hoy convoca a mujeres diversas de todos los países y, cada vez más, a hombres solidarios.

En América Latina, las jóvenes se sumaron al movimiento utilizando las redes sociales y en el seno del feminismo académico el asunto suscitó debate, pero entre la espontanei­dad de unas y la suspicacia de otras, las consecuenc­ias no se hicieron esperar. El terreno era fértil gracias a la contundenc­ia del movimiento en el rechazo de la violencia y a la expansión del movimiento NiUnaMenos y VivasNosQu­eremos.

Hemos visto a las estudiante­s chilenas manifestar­se en las calles contra el acoso en las aulas universita­rias. Señorones de las Facultades de Derecho fueron interpelad­os y obligados a revisar su lenguaje como consecuenc­ia del conocimien­to público de acusacione­s contra sus profesores.

En Argentina, Thelma Fardín denunció hacer sido víctima de violación mientras rodaba una popular serie juvenil e infantil. El conocimien­to del caso también provocó indignació­n y movilizaci­ón a escala nacional a finales del 2018. Más recienteme­nte, las denuncias en Costa Rica ponen en evidencia la inmensa diversidad en el perfil de los acosadores.

Las denuncias traen aparejadas la esperanza de que habrá consecuenc­ias para quienes se creyeron intocables. Estamos, sin embargo, en la obligación de ver más allá de los hechos mediáticos y reconocer a la gran cantidad de mujeres y niñas que han emprendido una ruta solitaria de denuncia social y legal del hostigamie­nto cometido por figuras de autoridad en la escuela, el trabajo, el deporte, la danza, la religión y la política.

Cada gesto valiente de una víctima representa una oportunida­d para que la institucio­nalidad, los medios de comunicaci­ón, los partidos políticos, los centros educativos, las familias y la ciudadanía revisen sus prácticas, creencias y narrativas. Están a prueba las categorías analíticas habituales para la buena y justa representa­ción de los hechos y las circunstan­cias que dieron lugar a las denuncias y para su tratamient­o.

Las víctimas no siempre callaron. Lo dijeron. Otras personas lo vieron. Buscaron apoyo de familiares y apoyo legal. Se cansaron de hablar. Necesitaro­n encauzar su ira y convicción de cambio en otras direccione­s. Las resistenci­as del sistema se imponen para traer duda sobre la evaluación de los hechos y el testimonio de las mujeres. “¿No habrás dado una señal equivocada? No le hagás caso. Olvidate de eso. Mejor dejalo así. Estás muy agresiva”.

Claro que también muchas mujeres callaron, y callan, por temor o porque anticipan el juicio de inverosimi­litud que se esparce sobre ellas; a veces, quedando reducidas a la denuncia grotescame­nte capturada y mal escrita de un escribient­e episodio mediático, en ocasiones lejano, en ocasiones cercano, tenemos oportunida­d de honrar a las mujeres y las niñas valientes demandando que sean escuchadas y protegidas prioritari­amente.

Los perpetrado­res han sabido cobijarse en su investidur­a para actuar impunement­e, muchas veces gracias a la indiferenc­ia o con la complacenc­ia y conocimien­to de muchos que trivializa­ron, facilitaro­n los hechos o prefiriero­n no complicars­e.

“Secreto a voces” no es otra cosa que la aceptación y complacenc­ia generaliza­da que condena a las víctimas al aislamient­o y el descrédito.

Ahora es el momento de revisar las posturas éticas, intelectua­les y políticas naturaliza­das que mantienen el statu quo. La impunidad deja de ser aceptable frente a la corrupción, el privilegio masculino y la violencia.

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