Ser feliz a -50 °C
En un recorrido de pocos kilómetros, el costarricense Jaime Chinchilla puede ver osos, alces y venados que pasean libremente. También suele observar caribús, zorros, águilas y castores. Además, tiene el privilegio de disfrutar, como un fenómeno común, de auroras boreales, el sueño de muchos costarricenses.
Jaime vive en las faldas del polo norte, un lugar donde la temperatura puede descender a -50 grados Celsius (°C). Reside en la ciudad de Brandon, en la provincia de Manitoba, en Canadá, junto a su esposa Ericka, oriunda de San Carlos, y un niño de tres años, hijo de ambos, llamado Jaime Gabriel.
Este tico, quien creció disfrutando de las mejengas en Alajuelita, no está solo en Canadá, pues también allí viven su hermana mayor, Carol, quien tiene dos hijos; y su hermano Daniel con un hijo, Eddy. “Después de creer por muchos años que estábamos solos, fue extraordinario darnos cuenta de que somos como 30 costarricenses en toda la provincia. Nos encontramos por medio del grupo de Facebook Ticos en Manitoba.
La historia de cómo llegó allí empieza en sus años de colegio, cuando Jaime estudiaba en el Conservatorio de Castella y decidió ser pianista. Luego, terminó el bachillerato en Educación Musical en la Universidad de Costa Rica (UCR) y ganó una beca para cursar la maestría en piano en Brandon University.
Su plan original era estudiar dos años y volver a su país, pero la vida le tenía otros planes. “La estadía, los cursos y la alimentación resultaban extremadamente caros a pesar de la beca. Tenía como opción devolverme, pero decidí enfrentar el reto de otra manera.
“A punta de trabajo, logré costear mis estudios. Los dos años se convirtieron en cuatro y después de graduarme, la pequeña ciudad del oeste de Manitoba se convirtió en mi base de operaciones”, aseveró.
Jaime debió acostumbrarse a cambios extremos de temperatura. En cierta época, el termómetro se desploma hasta -50 °C, asegura, al punto de congelamiento. En el verano, sube hasta unos asfixiantes 45 °C grados.
Recuerda cuando puso, por primera vez, un pie en Winnipeg, a 230 kilómetros de su destino final: Brandon. Literalmente, quedó helado.
“Fue como entrar a un congelador para no salir jamás. Llegué en un mes de enero y estaba a -25 °C, tuve miedo de salir por mucho tiempo. Solo corría de edificio a edificio para evitar el frío o para meterme en algún automóvil de alguien que se apiadara de mí”.
Aprendió que la mejor forma de afrontar las bajas temperaturas es con capas de ropa. “Una capa de camiseta y calzoncillo largo térmico, luego la ropa normal que uno vestiría, como la camisa y pantalón de vestir. Encima uno puede usar un suéter y, finalmente, un abrigo grueso con al menos dos capas gruesas de material”, detalla. Esto, además de guantes gruesos, gorro, bufanda, dos pares de medias, incluyendo unas térmicas, botas para la nieve y un pasamontañas que le proteja el rostro.
Otros efectos del frío. “Hay calefacción en todos los espacios interiores, pero esta seca la humedad del aire y la piel sufre mucho. Hay que ponerse crema varias veces al día”, contó.
“Debido al frío extremo, los carros tienden a fallar mucho y a deteriorarse más rápido por los cambios de temperatura extremo y la sal de las calles que se usa para derretir la nieve. Hay que conectarlos a un toma eléctrico durante las noches para que el arrancador no se congele, pero incluso así, a veces no encienden. Hay que usar llantas para la nieve, por lo que todos tienen dos juegos de neumáticos y aros, unos para el invierno y otros para el verano”, continuó.
Pese a la inclemencia de las temperaturas, él se confiesa feliz de vivir en un lugar tan seguro, donde los servicios públicos, incluyendo los medios de transporte, son tan puntuales y eficientes.