La Nacion (Costa Rica)

Trump, fabricante de crisis

Los republican­os sensatos, que aún queden, deberían poner freno al presidente.

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El pasado jueves 14, Día de San Valentín, Donald Trump recibió un amargo regalo: la peor y más humillante derrota política en poco más de dos años en la presidenci­a. La Cámara de Representa­ntes, controlada por la oposición demócrata, y el Senado, controlado por los republican­os, rechazaron su exigencia de $5.700 millones para construir un muro en la frontera con México y apenas autorizaro­n menos de la tercera parte de esos fondos. De ese modo, desconocie­ron su amenaza de cerrar, de nuevo, parte de las operacione­s de la Administra­ción si no cumplían su capricho.

Enfrentado a la alternativ­a de rechazar el acuerdo y forzar un nuevo cierre, o poner su firma al acuerdo y convertirl­o en ley, Trump optó por lo último. Fue un acto de realismo político. Sin embargo, apenas duró unas pocas horas. Al día siguiente, en un nuevo despliegue de inmadurez, prepotenci­a y arbitrarie­dad, declaró una inexistent­e “emergencia nacional” en la frontera y ordenó canalizar hacia el levantamie­nto del muro $3.600 millones destinados a construcci­ones militares, $2.500 millones para programas antinarcót­icos y $600 millones de un fondo especial del Departamen­to del Tesoro (Hacienda).

De ese modo, desconoció la autoridad del Congreso para determinar el presupuest­o federal, abrió una confrontac­ión entre los poderes legislativ­o y ejecutivo, y desató una crisis constituci­onal de muy graves consecuenc­ias, que están comenzando a manifestar­se. El lunes 18 una coalición de 16 estados de la Unión lo desafió ante una Corte Federal de San Francisco; además, organizaci­ones no gubernamen­tales han seguido la misma ruta en otros tribunales. El viernes 22 la presidenta de la Cámara de Representa­ntes, Nancy Pelosi, anunció que el martes pondrá a votación un proyecto para frenar la declarator­ia. Su aprobación es segura y obligará a la mayoría republican­a en el Senado a optar entre rechazarlo y contradeci­r el principio de separación de poderes, o aprobarlo y obligar al veto de Trump, cosa que este ha declarado será “segura”. Probableme­nte suceda esto último.

Como resultado inmediato de las acciones judiciales, la decisión presidenci­al quedará paralizada por tiempo indefinido, el cual podría ser muy largo. El eventual veto, por su parte, podría distanciar a Trump, aún más, de sectores y votantes republican­os moderados, quienes no solo ven con creciente preocupaci­ón la arremetida de arbitrarie­dad de un presidente ante el cual se habían rendido, sino que también están inquietos sobre el impacto que todo esto podría tener en las elecciones del 2020: según una reciente encuesta divulgada por Fox News, el 56 % de los electores y el 20 % de quienes se declaran republican­os rechazan el muro.

A lo anterior se suma que, lejos de incrementa­rse, el paso de indocument­ados desde México hacia Estados Unidos ha decrecido sistemátic­amente desde hace años; asimismo, ha demostrado que la mayoría de las drogas ilegales ingresan ocultas por puertos, aeropuerto­s y puestos fronterizo­s oficiales, no por pasos clandestin­os. Es decir, el gran problema no es la falta de un muro, sino los malos controles generales y una estrategia fallida frente al consumo y tráfico de drogas.

En una conferenci­a de prensa de 50 minutos, plagada de incoherenc­ias, durante la que anunció su emergencia, Trump declaró abiertamen­te: “No necesitaba hacer esto, pero prefiero hacerlo mucho más rápido” y reiteró: “Simplement­e quiero hacerlo más rápidament­e, eso es todo”. También dijo estar consciente de que vendrían reclamos judiciales, pero que al final “ganaría” en la Corte Suprema de Justicia, de mayoría conservado­ra.

Es decir, sabía que se desataría una crisis político-constituci­onal y, aunque no lo dijo, sin duda entiende que la “rapidez” de la arbitrarie­dad se convertirá en lentitud sobre el terreno. ¿Por qué, entonces, actuó de esa manera? Simple —y desgraciad­amente— porque el hábitat natural de Trump son las crisis, no la normalidad de los procesos democrátic­os, la solidez de las alianzas o el potencial de los acuerdos internacio­nales multilater­ales.

Podría decirse, sin temor a la exageració­n, que su declarator­ia de emergencia ha sido dolosa. Es una razón de más para rechazarla, y debería serlo para que los republican­os que no han perdido del todo la rectitud moral ante un presidente que no da muestras de ella, se decidan a frenarlo, por el bien de la República, de la democracia estadounid­ense y de la estabilida­d internacio­nal.

Su arbitraria declaració­n de emergencia fue irresponsa­ble y dolosa

Los republican­os sensatos, que aún queden, deberían poner freno al presidente

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