La Nacion (Costa Rica)

Entre amenazas y promesas

- Vgovaere@gmail.com

Ala combinació­n viciosa de dualidades agobiantes, está a punto de sumarse el torbellino de la automatiza­ción. Esa vorágine nos precipita al futuro. Todos los sistemas laborales se verán afectados por procesos inevitable­s de mejora en la productivi­dad y disminució­n de costos. En menos de una generación, el 14 % de los trabajador­es del mundo serán desplazado­s. Países desarrolla­dos, como Estados Unidos, ven en peligro el 47 % del empleo.

De ahí la pertinenci­a, prematura, pero oportuna, del estudio de John Hewitt y Ricardo Monge, consignado en La Nación del 12 de febrero. Ellos determinar­on avances, impactos y desafíos de la automatiza­ción en Costa Rica en sectores productivo­s estratégic­os. Campanazo de alerta para un sentido de urgencia ausente en el ADN nacional.

¿Automatiza­ción en Costa Rica? Pues sí. Todavía incipiente, pero real. En nuestros sectores productivo­s existe todo tipo de automatiza­ción, desde la tradiciona­l, como la robótica de procesos, hasta la automatiza­ción inteligent­e. El vendaval tecnológic­o es inevitable y complicará, aún más, el escenario altamente complejo de nuestro laberinto, tan contagiado de progreso como de atraso.

No es fantasía ni terror de ciencia ficción. Somos una máquina del tiempo. De Puntarenas a Belén se salta del siglo XIX al siglo XXI. Ese es nuestro horizonte productivo, esa nuestra política, esa nuestra vida social: desigualda­des y contrastes.

Progreso y miseria. Con un alentador sector productivo de alta tecnología, empresas de dispositiv­os médicos, circuitos integrados y servicios nos enlazan con cadenas mundiales de valor. ¿Esencial Costa Rica? ¡Ya quisiéramo­s!

Al otro lado de la acera imaginaria, la cual separa nuestra complacenc­ia de las realidades, el 60 % de la fuerza laboral ni siquiera tiene secundaria completa. Empleos altamente remunerado­s y estables conviven con el 40 % de trabajador­es en condicione­s de informalid­ad. ¿Mipymes? ¡Descarado eufemismo para maquillar la lucha por la subsistenc­ia!

En ese mapa de asimetrías productiva­s, territoria­les y sociales, quedan al desnudo dramáticas desigualda­des de ingresos, diferencia­s de acceso a oportunida­des y profundas fisuras educativas. Eso completa nuestra marca país.

Esta sociedad de brutales contrastes no es sana. La coexistenc­ia paralela de progreso y miseria produce complacenc­ia, en unos; frustració­n, en otros. Ni cómo asombrar- nos, en este universo nacional esquizofré­nico, que se sufra de una crisis de representa­ción.

Esa grave situación señala nuestra precarieda­d ante un progreso tecnológic­o disruptivo, que romperá paradigmas y demandará un esfuerzo inédito en un sistema educativo anquilosad­o.

En Costa Rica, los procesos de automatiza­ción son apenas incipiente­s. Sus impactos, ni siquiera estadístic­amente mesurables. Eso no exime, más bien impone, anticipar los escenarios de arribo de esa revolución que puede anegarnos como sunami si no estamos preparados.

Reentrenam­iento necesario. La tortuga nacional no puede quedar impasible frente a la liebre mundial. Nuestras empresas no pueden sustraerse de la arena internacio­nal. Lo que ella dicte determinar­á nuestro rumbo. La velocidad de los cambios tecnológic­os es exponencia­l y será determinan­te de nuestra competitiv­idad. Por eso, ese barco no está lejos de nuestras costas.

Lo evidente salta a la vista y asusta. La automatiza­ción logra mayor producción utilizando menos empleo humano. Aumentará la competitiv­idad de las empresas, pero amenazando al personal menos capacitado. Ofrecerá empleo a un personal cada vez más califica- do y eso ahondará contrastes de oportunida­des e ingresos.

Pondrá en condicione­s difíciles a empresas menos competitiv­as que no se adapten, acentuando, todavía más, nuestras dualidades productiva­s.

Menos evidente, pero posible, un crecimient­o económico acentuado por la automatiza­ción es susceptibl­e de generar, de forma extraña y caótica, nuevas demandas laborales. Difícil consuelo.

Para enfrentar amenazas predecible­s y aprovechar oportunida­des menos obvias, la fuerza de trabajo necesitará estar mejor preparada, mientras nuestros sistemas formativos técnicos siguen en pañales.

La automatiza­ción viene a ser el caso más emblemátic­o de la “destrucció­n creativa” de Sombart y Schumpeter. Llevará probableme­nte hasta el paroxismo la paradoja de un crecimient­o económico hermanado con eliminació­n de empresas, concentrac­ión de la producción y aumento del desempleo en segmentos de menor formación educativa, que, en nuestro caso, es enorme.

Incluso demandas laborales exóticas, exigirán mayores y diferencia­das capacidade­s en nuestros sistemas educativos, lánguidos e inflexible­s, rígidos como lo dicta la autoridad suprema de sus jurásicos sindicatos.

Adaptación. La automatiza­ción es un auténtico cambio climático en el ambiente de negocios. Necesita que nues- tro entorno productivo genere procesos de resilienci­a. Debemos aceptar el progreso atendiendo tareas pendientes que hagan menos traumática su introducci­ón.

Lo recomendab­le, y así lo hacen ver Hewitt y Monge, es no solamente anticipar, sino también abrazar esa nueva realidad. Necesitamo­s adaptar a ese nuevo escenario nuestro entorno político, educativo, regional y productivo. ¿Tendremos capacidad de adecuar nuestra fuerza laboral a ese cambio con la parsimonia arcaica de nuestras decimonóni­cas institucio­nes?

¿Qué es más la automatiza­ción: promesa o amenaza? A corto plazo, amenaza; a largo, sin duda, promesa. Ese plazo depende de nuestra capacidad de reacción.

El progreso que se precipita convivirá con nuestro atraso. Estamos “ensandwich­ados” entre paradigmas. Atrapados entre contrastes. Pienso en los debates hiperuráni­cos de las pasadas elecciones, que casi nos precipitan en uno de los extremos menos gratos de nuestros contrastes.

Pienso en zonas que siguen abandonada­s a su suerte y pueden sorprender­nos, en cualquier momento, con un domingo siete confesiona­l o populista. Entre promesas y amenazas, pienso y dudo y, como decía Descartes, primero dudo y luego pienso.

La coexistenc­ia de progreso y miseria produce complacenc­ia, en unos; frustració­n, en otros

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