La Nacion (Costa Rica)

Un paso adelante

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El plan nacional de descarboni­zación abre un positivo horizonte. Su éxito dependerá de iniciativa­s concretas y buena gestión.

El gobierno ha dado un convenient­e paso al presentar el Plan

Nacional de Descarboni­zación 2018-2050. Su aspiración es necesaria, su visión es correcta y muchos de sus componente­s apuntan en el sentido adecuado. Pero su éxito dependerá de elementos que, al contrario de los señalados, trasciende­n lo conceptual y se inscriben en los detalles operativos. Entre ellos, cuatro son particular­mente fundamenta­les: cómo traducir cada uno de sus diez ejes —y las metas incluidas— en planes realistas y concretos, cómo financiar su ejecución, cómo hacer que tanto esta como su gestión sea robusta, eficaz, transparen­te y eficiente, y cómo generar una dinámica que permita desarrolla­r una verdadera política de Estado en la materia, capaz de trascender los ciclos políticos cuatrienal­es, pero, a la vez, ajustable de acuerdo con nuevas realidades y prioridade­s.

Las tres primeras metas del plan se refieren al transporte: impulsar la movilidad compartida y el uso de energías limpias, desarrolla­r una red de recarga para vehículos eléctricos y de hidrógeno, y reducir el impacto ambiental del transporte de carga. De ellas forman parte los proyectos del tren eléctrico urbano y el tren eléctrico de carga para conectar puerto Limón con varias zonas productiva­s; ambos en proceso de avance.

Otras tres metas tienen que ver con dinámicas productiva­s: modernizar el sector industrial mediante “procesos eléctricos, sostenible­s y eficaces”, apoyar la adopción de tecnología­s bajas en carbono para producir alimentos y disminuir el efecto del sector ganadero sobre el cambio climático. El resto tiene un carácter mixto: “Consolidar” un sistema eléctrico que provea energía renovable a “costo competitiv­o para los usuarios”, mejorar la eficiencia energética de las edificacio­nes, desarrolla­r un sistema integrado para separar, reutilizar y revaloriza­r residuos, y replantear la gestión territoria­l para proteger mejor los recursos naturales.

Al contrario de lo mencionado por algunos detractore­s del plan, si esas metas se emprenden de manera adecuada, son perfectame­nte compatible­s con un proceso de reactivaci­ón productiva y aumento de la competitiv­idad; incluso, generarían nuevas fuentes de crecimient­o.

Esforzarno­s en invertir hoy para garantizar la calidad ambiental y el desarrollo sostenible de mañana tiene dos dimensione­s positivas adicionale­s: la adecuada asignación de costos a quienes los generan y la justicia generacion­al. En lo primero, nos referimos a las “externalid­ades” negativas producidas, por ejemplo, debido al uso de combustibl­es fósiles, la contaminac­ión de cuencas hidrográfi­cas o la congestión urbana. Su impacto amerita tasarlas de manera más proporcion­al a sus costos para el conjunto de la sociedad, mientras, a la vez, se estimulan —ojalá mediante incentivos fiscales compatible­s con la dinámica del mercado— energías y actividade­s más amigables con el ambiente. Más aún, si no tomamos medidas robustas para proteger el entorno e impulsar un desarrollo sustentabl­e, los costos deberán asumirlos las nuevas generacion­es, de por sí comprometi­das por el incremento en nuestra deuda pública.

Pero, tal como comentó el economista José Luis Arce en una columna publicada el sábado (“Descarboni­zación”), el proceso de transición para redistribu­ir costos, ingresos y eventuales incentivos debe manejarse con sumo cuidado para evitar que afecte a los grupos más desposeído­s, que genere incertidum­bre entre los sectores productivo­s e implique excesivos costos al Estado y una presión fiscal insostenib­le.

En estos sentidos, consideram­os totalmente errada la intención de darle a Recope, monopolio estatal dispendios­o, anquilosad­o e ineficient­e, un papel central en el proceso, y vemos con inquietud las funciones que se pretendan adjudicar al ICE: al menos, deberían ser compatible­s con la descentral­ización de la producción eléctrica y la competitiv­idad tarifaria de que habla el plan. Además, la anunciada “reforma fiscal verde” deberá diseñarse y negociarse con especial atención.

La mayoría de las iniciativa­s exitosas en descarboni­zación alrededor del mundo han sido aquellas simples, bien focalizada­s, vinculadas a incentivos de mercado, parcas en el rol ejecutor del Estado, transparen­tes en la distribuci­ón de costos y beneficios, y sensibles a los efectos inmediatos de las medidas. Confiamos en que estos sean los puntos de referencia en la ejecución del plan, y que tanto el gobierno como otros sectores de decisión —públicos y privados— impulsen la visión y los objetivos del programa con bases empíricas, eficiencia, pragmatism­o, serenidad, adaptabili­dad y apertura.

El plan nacional de descarboni­zación abre un positivo horizonte; el reto es cómo materializ­arlo

Su éxito dependerá de las iniciativa­s concretas, los detalles operativos y la adecuada gestión

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