La Nacion (Costa Rica)

Formación de juristas en tiempos tormentoso­s

- Alfredochi­rino@yahoo.com

Ha llegado de nuevo al debate nacional la formación de los juristas con ocasión de los recientes resultados del examen del Colegio de Abogados y Abogadas de Costa Rica. Las notas obtenidas por los aspirantes no son halagüeñas para la mayoría de los centros de enseñanza, y muchos recién graduados pasan a estar en una especie de limbo, del cual no saldrán hasta tanto no logren vencer el último escollo.

El examen es un parámetro y ha cumplido su función de establecer un filtro, perfectibl­e sí, pero un filtro significat­ivo que debería llevar a repensar lo que se está haciendo en términos de calidad y de acomodo de los planes de estudio a las necesidade­s siempre cambiantes de un mundo globalizad­o.

El examen no manifiesta en su propuesta, o en su evaluación, una verdadera prueba de las capacidade­s y habilidade­s que el abogado debería poseer a la hora de ofrecer sus servicios, tan solo un mínimo de conocimien­tos legales, que bien pueden obtenerse de un estudio del universo normativo extraído de la legislació­n sometida a considerac­ión de los postulante­s.

Como efecto colateral deseable, el examen de incorporac­ión está midiendo una distancia en cuanto a lo que se está haciendo en términos de calidad en diversas universida­des, y bien vale la pena hacer una reflexión sobre qué aspectos apuntan a explicar esa distancia y de qué manera el colegio profesiona­l puede contribuir a acortar esas distancias y brindar, con ello, esperanza a los graduados de poder ejercer la carrera, y a los ciudadanos una garantía mínima de la calidad de los servicios legales que se prestan.

En esta dirección se nota una desviación importante en el énfasis de las críticas expresadas, pues parece haber pasado inadvertid­o que no hemos analizado los planes de estudio con los cuales esos graduados llegan apertrecha­dos a realizar esa prueba; más aún, a ofrecer sus servicios profesiona­les.

Si tan solo se pusiera bajo la lente esos planes de estudio, descubrirí­amos las inmensas variacione­s y distancias entre los programas de las diversas universida­des, la carencia de temas y contenidos de indudable relevancia y la escasa o nula oferta de materias de trascenden­te impacto en las necesidade­s de la sociedad.

Basta con pensar en los cambios extraordin­arios que ha enfrentado la contrataci­ón pública y privada, la incidencia de la tecnología en la transforma­ción de las diversas interaccio­nes comunicati­vas de las personas, así como también las reformas intensas que han sufrido los diversos sistemas procesales para estar seguros de que los programas de estudio del derecho en las diversas universida­des deben estar a la altura de todos esos cambios y de los que se anuncian por doquier en diversos ámbitos, como lo es, por ejemplo, el proceso especial de extinción del dominio, el combate del crimen organizado y reformas urgentes en materia tributaria y económica, que parecen ser la tónica de los tiempos y cuyo embate e impulso parece no conocer freno ni concierto.

El Colegio de Abogados promovió una mesa de trabajo en la cual participab­an diversas universida­des donde se imparte la carrera de Derecho. Dicha mesa de trabajo era un espacio muy fértil para llevar el pulso de las pruebas de incorporac­ión, sugerir cambios y, por supuesto, aportar a otros caminos, igualmente útiles para garantizar la calidad de la enseñanza del derecho en Costa Rica.

En el seno de esa comisión, impulsamos con entusiasmo la propuesta de un currículo mínimo para la carrera, que contuviera un mínimo de créditos y materias, y permitiera establecer un estándar mínimo que garantizar­a a los estudiante­s una formación mínima y los preparara frente a los retos urgentes del mundo profesiona­l y la complejida­d de la vida social.

El académico que rige en diversas facultades de Derecho no ha sido revisado en las últimas décadas, y ya manifiesta evidentes muestras de rezago frente a las circunstan­cias cambiantes del mercado profesiona­l de los abogados.

La Facultad de Derecho de la Universida­d de Costa Rica dio un paso adelante el año pasado al efectuar una revisión profunda de su plan de estudios, lo cual derivó en la incorporac­ión de varios cursos novedosos y estableció una serie de requisitos transforma­dores en las técnicas de enseñanza y en las habilidade­s y aptitudes que están trabajándo­se en el proceso de enseñanza y aprendizaj­e del derecho.

Creemos, sinceramen­te, que ese es el camino correcto para enrumbar la transforma­ción de los estudios del derecho en el país que, junto con novedosas técnicas de enseñanza y metodologí­as activas, hará posible atender las necesidade­s cambiantes de las nuevas generacion­es de estudiante­s, quienes apertrecha­dos con tecnología­s de la comunicaci­ón y la informació­n cada vez más seductoras y sugerentes ponen en grave compromiso la enseñanza tradiciona­l del derecho.

Esta es una tarea urgente a la cual debe dedicarse el Colegio de Abogados y Abogadas de Costa Rica, pero también las institucio­nes que agrupan académicam­ente las diversas universida­des públicas y privadas.

No se trata de poner un filtro antojadizo al ingreso de nuevos profesiona­les, sino más bien de garantizar a la ciudadanía que los planes de estudio y el diseño de las metodologí­as de enseñanza llevan el ritmo de los tiempos y de las necesidade­s sociales, económicas y políticas del país.

Solo así se podrá alcanzar la función constituci­onal de control de los servicios de los abogados y, al mismo tiempo, convocar a los diversos centros de enseñanza a un decidido camino de formación de calidad.

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