La Nacion (Costa Rica)

Ayudar a las mujeres a descifrar el ‘código de exportador’

- Es directora ejecutiva del Centro de Comercio Internacio­nal. © Project Syndicate 1995–2019

NCuando en el 2014 conocí a la diseñadora de moda Chiedza Makonnen, radicada en Accra, sus ventas fuera de Gana eran mínimas. Hoy, en cambio, la marca de Makonnen, Afrodesiac Worldwide, se luce en las alfombras rojas de Hollywood y en los escenarios del Festival Essence de Nueva Orleans. Como Makonnen descifró el “código de exportador”, su compañía aumentó la producción, triplicó su personal y expandió ampliament­e su perfil en los medios.

Descifrar el código de exportador significa superar la noción de que las empresas propiedad de mujeres y gestionada­s por mujeres no pueden ser globales porque cumplir con los estándares requeridos para el comercio transfront­erizo es demasiado difícil y costoso. En general se supone (aunque no se dice abiertamen­te) que las empresas cuyas dueñas son mujeres son más riesgosas y, por lo tanto, menos atractivas para los inversores. Pero, de la misma manera que las mujeres hace 50 años quemaron sus corpiños para destruir un símbolo de opresión, las mujeres hoy deben eliminar las barreras que les impiden comerciar libremente en la economía global.

Sin duda, las mujeres en muchos países están en mejores condicione­s y gozan de más oportunida­des que sus madres y abuelas, debido a enormes mejoras en el acceso a la educación y a la atención médica. Pero siguen existiendo grandes brechas y, dado el ritmo lento y disparejo del progreso, no hay lugar para la complacenc­ia.

Según el Foro Económico Mundial, achicar la brecha de género general en 106 países llevará 108 años al ritmo actual de cambio; en el África subsaharia­na, donde el problema es más grave, llevará por lo menos 135 años. La brecha más elevada es económica; cerrarla demandará unos 202 años.

La desigualda­d de género es un problema verdaderam­ente global, que persiste incluso en los países con más equidad de género. Aun así, hay puntos positivos que pueden servir de guía para los demás. En Noruega, por ejemplo, las mujeres hoy ocupan las tres posiciones más altas en el gobierno (primera ministra, ministra de Finanzas, ministra de Relaciones Exteriores) por primera vez en la historia de su país. En Ruanda, los puestos ministeria­les están perfectame­nte equilibrad­os entre los géneros, y el 61 % de los parlamenta­rios son mujeres. En Barbados, una mujer se desempeña como primera ministra por primera vez.

Desafortun­adamente, el comercio y los negocios parecen estar rezagados respecto de la política. A pesar de la ley pionera de Noruega del 2007 que exige que las mujeres ocupen el 40 % de los puestos en los directorio­s corporativ­os, las mujeres siguen ocupando desproporc­ionadament­e menos puestos gerenciale­s altos. En los sectores público y privado de Noruega, menos de una cuarta parte de los altos ejecutivos son mujeres; y en el 2017, solo 15 de 213 compañías públicas eran dirigidas por mujeres.

Es verdad, el índice de igualdad de género 2019 de Bloomberg de empresas en 36 países sugiere que las compañías se están esforzando más para garantizar que las mujeres lleguen a las gerencias de primera línea y a los directorio­s. Sin embargo, la triste realidad es que siguen en los márgenes económicos en la mayoría de los países del mundo.

La marginaliz­ación económica de las mujeres es un problema para todos. Según el Banco Mundial, los ingresos de los hombres a lo largo de la vida están en más de $23.000 por encima de los de las mujeres, en promedio, lo que implica que se dejan sobre la mesa $160 billones en patrimonio de capital humano; el equivalent­e a dos años del PIB global. Incluir los 1.000 millones de mujeres que siguen en los márgenes de la economía formal en todo el mundo sería como agregar otra China u otro Estados Unidos. Como yo y muchos otros defensores de la igualdad de género hemos venido diciendo hasta el cansancio en los últimos años, “no se puede ganar el partido con la mitad del equipo en el banco”.

En el Centro de Comercio Internacio­nal, trabajamos para permitir que las mujeres descifren el código de exportador y se sumen a los hombres como jugadores iguales en el campo de juego económico global. Nuestra investigac­ión de 25 países determina que solo una de cada cinco compañías exportador­as son propiedad de mujeres, debido a una discrimina­ción significat­iva basada en el sexo.

Con la Iniciativa SheTrades (EllaComerc­ia) del Centro, esperamos conectar a tres millones de emprendedo­ras mujeres con los mercados globales. Mekonnen es solo una de muchas mujeres que se han beneficiad­o del programa. Otras incluyen a Sonia Mugabo en Ruanda, a quien África ha incluido en su lista de jóvenes empresaria­s prometedor­as, y a Anyango Mpinga, que hoy es una de las diseñadora­s más reconocida­s de Kenia.

El éxito en el diseño de moda no es lo único que estas tres mujeres tienen en común. Antes de adherir a la Iniciativa SheTrades, todas encontraro­n barreras relacionad­as con el género cuando intentaron expandir sus negocios. Pero millones de otras mujeres empresaria­s siguen necesitand­o descifrar el código de exportador. Si no se abordan las barreras que enfrentan, nunca en la vida lograremos una igualdad de género.

Permitir la plena participac­ión de las mujeres en el comercio global no es solo una cuestión moral. También es un imperativo económico porque los sectores exportador­es prósperos mejoran la competitiv­idad y crean empleos mejor remunerado­s. Si bien no existe ninguna solución mágica, la Iniciativa SheTrades y programas similares demuestran que se puede lograr. Con políticas apropiadas, hombres y mujeres por igual estarán en mejores condicione­s.

El primer paso es equipar a las mujeres emprendedo­ras con las herramient­as, capacidade­s y confianza necesarias para descifrar el código de exportador. Una vez que lo hayan hecho, lo que pueden alcanzar no tiene límite.

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