Un caso revelador
Nuestra edición del Día Internacional de la Mujer recogió informaciones sobre varios asuntos relacionados con la celebración: la matrícula universitaria con mayoría de mujeres no se refleja en la calidad del empleo femenino; la desigualdad de género persiste en el deporte y comienzan a reducirse las brechas en ciencia y tecnología. En la Asamblea Legislativa, hay un plan para invertir el orden de los apellidos y las comediantes costarricenses ganan terreno con su arte.
Hay, también, una noticia publicada sin intención de enriquecer el inventario descrito. A la postre, resultó significativa. La Procuraduría de la Ética denunció a un regidor por enviar a una empleada administrativa a su casa a hacer labores domésticas. La mujer, contratada para trabajos de oficina en la sede central del gobierno local, terminó barriendo el apartamento del regidor, lavando los sanitarios y tendiendo las camas.
La denuncia de la Procuraduría es una reacción contra el abuso de recursos públicos, pero el caso es revelador de la condición de la mujer en nuestra sociedad. Las labores domésticas son una ocupación digna, para hombres y mujeres, cuando se ejecutan en beneficio propio o en el marco de un contrato laboral alineado con la legislación. En el caso denunciado ante la Fiscalía, más allá del uso particular de los fondos de los contribuyentes, todo apunta a una expectativa de sumisión propia de la tradicional relación entre sexos.
Al regidor no se le ocurrió exigir los servicios domésticos de un funcionario. En ese caso, también habría incurrido en una anomalía, pero se habría divorciado de un patrón de comportamiento demasiado típico. Es difícil creer que la empleada administrativa de la Municipalidad fuera vista como candidata al desempeño de labores domésticas por razones distintas de su género.
A esos abusos se expone la mujer en el mercado laboral, sin dejar de citar las agresiones sexuales, la desigualdad salarial y la limitación de oportunidades. En el caso de comentario se trata de una joven de 25 años, sin estudios superiores y contratada para trabajos de oficina. Sin perder las proporciones, las mujeres enfrentan los mismos retos en toda la escala ocupacional.
Otra información publicada en la edición del Día Internacional de la Mujer, esa sí con intención de señalar la fecha, da cuenta de la baja calidad del empleo femenino pese a los altos niveles educativos alcanzados. El 34 % de las costarricenses cursó estudios superiores, frente a un 21 % de los hombres, pero solo el 44 % de estas participan en el mercado laboral.
El fenómeno no puede ser explicado por una sola causa. Muchas mujeres con formación profesional estudian disciplinas con menos demanda, deciden quedarse en casa o abandonan la vida laboral cuando les llega el momento de la maternidad y, luego, enfrentan dificultades para reincorporarse al mercado por su falta de experiencia. También pesan los roles tradicionales que imponen a la mujer obligaciones de cuidar de familiares necesitados de atención, no solo los niños.
Pero la hostilidad del mercado laboral, manifiesta en circunstancias que van desde la agresión hasta la mala valoración de la trabajadora, tiene un peso indudable. La brecha en remuneraciones entre hombres y mujeres empleados en labores similares fluctúa entre el 12 % y el 17 % en empleos de calificación media. Obtenido el empleo, las oportunidades de desarrollo y ascenso, otro medio de valoración del desempeño, también son menores.
Es una realidad bien conocida, y casos como el de la empleada municipal nos la recuerdan con vehemencia. Solo la constancia de los esfuerzos para eliminar la hostilidad y promover la igualdad permitirán el cambio necesario por razones de justicia y, también, para aprovechar a plenitud el talento y trabajo de la mitad de la población.