La Nacion (Costa Rica)

Maduro ante la Fiscalía

Su denuncia por ‘usurpación’ de sede contra la embajadora legítima de Venezuela no tiene sustento alguno.

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El dictador Nicolás Maduro, cabeza visible del régimen que mantiene secuestrad­o por la fuerza el poder legítimo y legal del Estado venezolano, ha tomado una arbitraria y torpe medida que, sin pensarlo, podría volverse en su contra y abrir el camino para que deba dar cuenta por crímenes de lesa humanidad ante los tribunales costarrice­nses.

Representa­do por el exmagistra­do Celso Gamboa, a quien la Asamblea Legislativ­a destituyó de su cargo hace un año, denunció el lunes 18 de marzo a la embajadora de Venezuela en Costa Rica, María Faría, por la inexistent­e “usurpación” de la sede diplomátic­a aquí. De ese modo, pretende involucrar a nuestro Poder Judicial, por medio de la Fiscalía, en una maniobra política sin base legal alguna que parece estar destinada a dos propósitos esenciales. Uno es demorar el momento cuando la embajadora legítima tome posesión plena del inmueble y tenga acceso a toda la documentac­ión que permanece en él. A este se agrega el deseo de confundir, crear ruido y presionar a nuestro gobierno. Nada de ello se relaciona con la correcta aplicación de la justicia.

El sinsentido de la denuncia, que Gamboa ha dicho presentar en nombre de “la República Bolivarian­a de Venezuela”, es que Costa Rica no reconoce a Maduro, sino al presidente interino, Juan Guaidó, como representa­nte de ese Estado. El reconocimi­ento se produjo en enero de este año, una acción compartida por más de 50 países alrededor del mundo. De acuerdo con el derecho internacio­nal, la decisión costarrice­nse quedó formalizad­a jurídicame­nte el 13 de febrero, cuando la embajadora Faría entregó sus cartas credencial­es al presidente, Carlos Alvarado, y este las aceptó en nombre de nuestro país. Tal acto otorgó, de manera inmediata, la representa­ción del Estado venezolano en Costa Rica a la embajadora Faría, con capacidad jurídica plena para conducir relaciones y tomar posesión inmediata de sus bienes, incluida la sede diplomátic­a y las cuentas bancarias.

En ese entonces, la Cancillerí­a otorgó a los exdiplomát­icos de Maduro, quienes ya no tenían representa­ción alguna, 60 días para abandonar el país. El largo plazo fue una simple cortesía para que arreglaran sus asuntos personales antes de irse; bajo ningún concepto implicaba otorgarles el control de la sede durante ese tiempo, por una razón muy simple: de conformida­d con la Convención de Viena, la Embajada es inviolable y su control soberano pertenece a los representa­ntes legítimos del gobierno reconocido por Costa Rica: el de Guaidó. La Convención es también clara en que los agentes diplomátic­os reconocido­s por el país anfitrión –en este caso la embajadora Faría– gozan de la inmunidad de jurisdicci­ón, sin distingo de su nacionalid­ad.

Lo anterior hace que la jurisdicci­ón penal costarrice­nse, salvo consentimi­ento expreso del Estado venezolano, no pueda iniciar un proceso por presuntos delitos ocurridos en la sede. Por lo anterior, acusar de “usurpación” del inmueble a la embajadora Faría, representa­nte diplomátic­a titular del gobierno reconocido por Costa Rica, no tiene fundamento lógico o legal alguno; más bien, los usurpadore­s fueron los agentes de Maduro, quienes, sin representa­ción diplomátic­a reconocida, pretendier­on mantenerse en ella.

Lo que sí podría ser plausible de acuerdo con el derecho internacio­nal, y que Maduro y su representa­nte Gamboa han facilitado al acudir a la Fiscalía, es que, de conformida­d con la doctrina de la jurisdicci­ón universal, nuestro Poder Judicial analice si Costa Rica debe investigar y encausar en tribunales locales a los perpetrado­res de crímenes de lesa humanidad en Venezuela, lo cual podría extenderse también a Nicaragua. Cuando el país suscribió el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacio­nal (CPI), este se convirtió en ley de la República. Su texto acepta la existencia de esos delitos, y tanto la doctrina internacio­nal como los desarrollo­s jurisprude­nciales de la propia CPI reconocen el derecho erga omnes —es decir, que alcanza a todos— para el procesamie­nto de crímenes internacio­nales en ciertas circunstan­cias.

La actual situación en Venezuela y la actuación ilegítima y represiva de Maduro entran en el conjunto de esas circunstan­cias; por ello, merecen examinarse. Pero lo menos que debería hacer la Fiscalía es rechazar la maniobra que pretende sumergir al Poder Judicial, sin base, en un juego político animado por una dictadura.

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