La Nacion (Costa Rica)

El costo de la huelga para los sindicatos

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61 % de padres y madres con hijos en el sistema educativo público rechazan huelgas.

El 61 % de los padres y las madres con hijos en el sistema educativo público rechazan las huelgas en el sector Casi todo el resto exige un límite temporal a las protestas

La huelga y sus excesos consolidar­on una corriente de opinión que, en adelante, debe entra en los cálculos de los sindicatos, y no solo los del sector educativo

El 74 % de los padres y las madres con hijos en el sistema educativo público estiman afectada la formación al menos de uno de sus hijos a consecuenc­ia de los 89 días de huelga continua entre setiembre y diciembre pasados. El 58 % dice haber sufrido “mucho” perjuicio. No sorprende, entonces, el 61 % contrario a las huelgas en el sector educativo y la exigencia de un límite temporal a las protestas en el caso del resto de los consultado­s. Apenas uno de cada diez está de acuerdo con huelgas extendidas por más de una semana.

Las opiniones vienen de los usuarios del sistema estatal, con exclusión de quienes cuentan con recursos para confiar la educación de sus hijos a institucio­nes privadas. El 89 % de los participan­tes en el estudio del Estado de la Educación, programa adscrito al Estado de la Nación, dijo carecer de capacidad económica para pagar escuelas y colegios particular­es.

La interrupci­ón parcial o total de los programas de becas y comedores obligó a la cuarta parte de los hogares a desembolsa­r, en promedio, ¢49.000 al mes. Además, los padres y las madres se vieron en la necesidad de procurar cuidado para los hijos expulsados de las aulas por la protesta.

La huelga y sus excesos consolidar­on una corriente de opinión que, en adelante, debe entrar en los cálculos de los sindicatos, y no solo los del sector educativo. Si en los primeros días de huelga grandes sectores de la población les mostraron simpatía, cuando menos en lo tocante al ejercicio del derecho a la huelga, en abstracto, ahora existe una corriente del todo contraria, al menos en el sector educativo y, probableme­nte, en otros considerad­os esenciales, sea por la ley o por la opinión pública.

Ese cambio en la valoración de los ciudadanos también debe ser considerad­o por los legislador­es dedicados a reformar las normas vigentes, so pena de divorcio con un sentimient­o tan generaliza­do. Nuestro país respeta y debe seguir respetando el derecho a la huelga, pero el abuso lleva a consecuenc­ias no queridas, como el efecto búmeran demostrado por el estudio del

Estado de la Educación y el evidente debilitami­ento de los sindicatos a lo largo de la paulatina muerte del movimiento.

Los educadores y otros sindicatos se dejaron atrapar por la dirigencia más radical. Cuando se dieron cuenta, no encontraba­n salida a la huelga y se enfrascaro­n en discusione­s internas, en oportunida­des enconadas. Al final, no hay frutos del empeño. Solo subsiste el daño sufrido por los educandos y el enojo de sus padres. Esto último no debería ser sorpresa porque la impacienci­a se notaba en las comunidade­s mucho antes del fin de la huelga.

Las consecuenc­ias las sufrieron directamen­te los costarrice­nses más necesitado­s. La mayor parte de los entrevista­dos para el estudio no completó la educación secundaria y el 90 % carece de recursos para pagar tutorías u otros servicios educativos independie­ntes. Sus hijos sufrieron inevitable­mente atraso académico. Según el Estado de la Educación, los hogares más humildes soportaron “una interrupci­ón completa del proceso de aprendizaj­e que difícilmen­te pueda ser revertida”. El daño se extiende mucho más allá de los tres meses de huelga.

La antipatía de los padres hacia la huelga de educadores nace, sin duda, de las conclusion­es más optimistas del estudio. Aun entre las capas de la población con bajo nivel educativo, hay aprecio por los beneficios de la formación y alta estima para los educadores. El 21 % de los entrevista­dos cambió, para mal, su percepción de los maestros y centros educativos, pero el 62 % conserva la buena opinión previa a la huelga. El 85 % dijo estar satisfecho a muy satisfecho con las institucio­nes donde se educan sus hijos.

Ese es un capital del sector educativo que no debe ser dilapidado. Desafortun­adamente, la Asociación de Profesores de Segunda Enseñanza (APSE), último de los grandes sindicatos en levantar la estéril y dañina huelga, no parece haber aprendido la lección. Su dirigencia celebró estas conclusion­es e hizo caso omiso del enojo, que es lo medular de los resultados.

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