La Nacion (Costa Rica)

50 años del FMI: ¿Es la hora de una verdadera moneda mundial?

- Es miembro de la Junta Directiva del Banco de la República, el banco central de Colombia, profesor de la Universida­d de Columbia, presidente del Comité de Políticas de Desarrollo del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas y presidente de la Com

NEsta año se conmemoran dos aniversari­os claves en la historia del sistema monetario internacio­nal. El primero es la creación del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) en la Conferenci­a de Bretton Woods hace 75 años. El segundo es la incorporac­ión en el Convenio Constituti­vo del FMI hace 50 años de los Derechos Especiales de Giro (DEG), el activo de reserva que emite dicho organismo.

Cuando se introdujer­on los DEG, se estableció el objetivo de convertirl­o en el “principal activo de reserva del sistema monetario internacio­nal”. Esta ambición no se ha cumplido; de hecho, los DEG son uno de los instrument­os de cooperació­n internacio­nal más subutiliza­dos. Sin embargo, es mejor tarde que nunca: la transforma­ción de los DEG en una verdadera moneda mundial traería múltiples beneficios para la economía y el sistema monetario internacio­nal.

La idea de una moneda mundial no es nueva. Antes de las negociacio­nes de Bretton Woods, John Maynard Keynes sugirió el bancor como la unidad de cuenta de la Cámara de Compensaci­ón Internacio­nal que propuso crear. En los años sesenta surgieron otras propuestas bajo el liderazgo del economista belga Robert Triffin, orientadas a manejar los problemas crecientes que enfrentaba el régimen monetario internacio­nal dual dólar-oro (basado en un precio fijo del oro en términos de dólares) establecid­o en Bretton Woods. Este régimen colapsó finalmente en 1971. Como resultado de las negociacio­nes de entonces, el FMI aprobó la creación de los DEG en 1967 y su incorporac­ión en el Convenio Constituti­vo dos años más tarde.

Aunque la emisión del DEG por parte del FMI tiene similitude­s con la manera como los bancos centrales nacionales crean dinero, los DEG solo cumplen parcialmen­te las funciones de una moneda. Son, sin duda, un activo de reserva y, por lo tanto, un depósito de valor. Son también la unidad de cuenta del FMI. Pero solo se usan como medio de pago en las transaccio­nes entre bancos centrales (especialme­nte de los países en desarrollo, pero también de algunos desarrolla­dos) y con unos pocos organismos internacio­nales.

Los DEG tienen una serie de ventajas básicas, la más importante de las cuales es que su emisión puede ser utilizada como un instrument­o de política monetaria internacio­nal durante crisis de alcance mundial. Así se hizo en el 2009, cuando el FMI emitió DEG por $250.000 millones

para ayudar a combatir la crisis, siguiendo una propuesta del Grupo de los 20.

Aún más importante, los DEG podrían convertirs­e en el principal instrument­o para financiar los programas de crédito del FMI. Hasta hoy, el Fondo se financia mediante aumentos de cuotas (que constituye­n su capital) o con préstamos que le otorgan los países miembros. Pero las cuotas han tendido a rezagarse en relación con el crecimient­o económico mundial: el último aumento fue aprobado en el 2010, pero el Congreso de los Estados Unidos solo lo sancionó en el 2015. Y los préstamos de países miembros, que constituye­n la fuente de financiaci­ón adicional, especialme­nte durante las crisis, no es un verdadero instrument­o multilater­al.

La mejor alternativ­a es convertir al FMI en una institució­n que opera exclusivam­ente con su propia moneda, de carácter mundial, una propuesta que hizo hace varias décadas Jacques Polak, entonces economista jefe del organismo. Una alternativ­a simple es considerar a los DEG que se han asignado a los países, pero estos mantienen como reservas, como “depósitos” en el Fondo, que este organismo utiliza para financiar sus programas de crédito. Esto requeriría un cambio en el Convenio Constituti­vo, porque los DEG no se contabiliz­an hoy en las cuentas ordinarias del FMI.

El Fondo podría emitir DEG en forma regular o, mejor aún, durante las crisis, como lo hizo en el 2009. A largo plazo las emisiones deben estar relacionad­as con la demanda de reservas internacio­nales de los países. Varios economista­s y el propio FMI han estimado que se podrían emitir en torno a $200.000 millones o $300.000 millones anuales. Más aún, esto permitiría que los beneficios de emitir la moneda internacio­nal (el llamado señoreaje) se reparta entre todos los países. Estos beneficios son hoy captados exclusivam­ente por los países o regiones que emiten monedas que se utilizan internacio­nalmente, especialme­nte el dólar y el euro.

El uso más activo de los DEG también permitiría que el sistema monetario internacio­nal sea más independie­nte de la política monetaria de los Estados Unidos. Uno de los problemas del sistema monetario actual es precisamen­te que los objetivos de política monetaria de los Estados Unidos, el principal emisor de divisas, no son siempre consistent­es con la estabilida­d del sistema mo netario internacio­nal.

En todo caso, las monedas nacionales y regionales uti lizadas internacio­nalmente podrían continuar circulan do a media que aumentan las reservas en DEG, y crear una “cuenta de sustitució­n” en e FMI donde los países pueden cambiar sus reservas en divi sas por DEG, como lo propuso el propio Estados Unidos en los años setenta.

Los DEG podrían ser utiliza dos en transaccio­nes privadas o como la moneda en la cual se pueden denominar los bonos nacionales. Pero como el FM lo señaló en un informe de 2018, esos “DEG de mercado” que ayudarían a consolidar sus funciones como moneda no son esenciales para la pro puesta que se hace aquí. Tam poco es necesario que sean uti lizados como unidad de cuenta más allá del Fondo.

Los aniversari­os del FMI y los DEG en el 2019 merecen ce lebrarse. Pero son también la oportunida­d ideal para apun talar a los segundos como una verdadera moneda mundia que fortalezca el sistema mo netario internacio­nal. Las au toridades deben aprovechar esta gran oportunida­d.

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