La Nacion (Costa Rica)

El mal ideológico

- Consulfe@hotmail.com lmesalles@ecoanalisi­s.org

Cuando las tribus primitivas se desplazaba­n de territorio en territorio, de montaña en montaña, de planicie en planicie, algunos humanos creían las expresione­s infalibles de lo justo y lo verdadero. Se les llamó brujos, brujas, magos, magas, sacerdotes, sacerdotis­as, hechiceros, hechiceras, y se consideró que estaban en sintonía con los dioses, los destinos cósmicos, los alineamien­tos estelares y los espíritus del agua, la tierra, el aire y el fuego.

Fueron los primeros creadores de discursos sublimes y engañosos, sus palabras eran tenidas como mensajes siderales y divinos. Así nacieron las ideologías. Desde entonces, han pasado milenios, y las narrativas ideológica­s no han dejado de acompañar la aventura humana.

En los días que corren se ha endiosando al Estado, a la raza, a la clase social, a la patria, al mercado, al dinero, a las religiones, al líder, al sistema financiero, a los partidos políticos, y en todos los casos insisten, con persistent­e fanatismo, en ser las únicos dueños de la verdad.

Desde esa pretensión, las ideologías envuelven al planeta en odios expansivos y mortíferos, odio a las mujeres, a los hombres, a los pobres, a los ricos, a las poblacione­s migrantes, en fin, odio al semejante. Inspiran torturas, asesinatos y genocidios; camuflan autoritari­smos y totalitari­smos, y constituye­n uno de los factores que han transforma­do la historia universal en un cementerio sin límites y en una mentira gigantesca; por ello las ideologías disminuyen las capacidade­s intelectua­les, deforman el juicio moral, conducen a incoherenc­ias constantes y son por completo insensible­s a la refutación racional y de la experienci­a.

Esta visión sobre las ideologías coincide con la expresada por varios pensadores y estudiosos. Karl Marx afirma, por ejemplo, que la ideología es una “falsa conciencia”, una visión de mundo basada en ilusiones y mentiras; Bertrand Russell sostiene que las sociedades deben buscar conocimien­tos, no creencias ideológica­s; y los papas de la cristianda­d católica postulan que las ideologías empobrecen al ser humano, razón por la cual las sociedades deben liberarse de ellas.

En el caso de Marx y de los papas conviene tomar nota de dos hechos que demuestran lo difícil de vivir sin ideologías: Marx intentó erradicarl­as y transitar por el camino seguro de la ciencia, pero sus planteamie­ntos configuran una de las ideologías más sanguinari­as, y los papas, a pesar de su insistenci­a en decir que el cristianis­mo no es una ideología, los hechos demuestran la existencia de una historia criminal del cristianis­mo originada en la deformació­n ideológica de su contenido original.

El más reciente efecto de ese alejamient­o ideológico respecto a la propuesta base del cristianis­mo es la existencia de monjas sometidas a “esclavitud sexual” y el abuso sexual de monaguillo­s y seminarist­as por sacerdotes, obispos y cardenales.

No, no es fácil liberarse de las ideologías, pero tampoco es imposible. El derrumbe de las narrativas ideológica­s y de los feudos de poder que las sustentan no debe ser visto con temor, sino como una oportunida­d para profundiza­r en la vida sencilla y sabia, la vida sin adornos y sin soberbias, la vida sin ideologías. Es una vana ilusión pensar que esto sea posible ahora, en este preciso instante, pero se debe proclamar e intentar vivir el ideal a tiempo y a destiempo.

El historiado­r Matthew White intenta contabiliz­ar el número de torturados y asesinados desde la segunda guerra persa y las campañas de Alejandro Magno hasta los genocidios de Ruanda y del Congo, pero sus datos se quedan cortos; son muchas las matanzas no contabiliz­adas por él.

A los números de White debe agregarse el engaño permanente de todas las formas del poder y la agresión de los lenguajes excluyente­s e insultante­s que atraviesan la historia, y en los días actuales se expresan en las redes sociales mediante insultos, amenazas y palabras soeces.

Desde las ideologías se justifican las mentiras y las masacres llevadas a cabo por razones políticas afirmando que ocurren en defensa de la libertad, la justicia, la solidarida­d, el amor, la divinidad, la ley, la Constituci­ón o la superiorid­ad racial, pero está claro que no fueron sublimes, ni divinas, ni amorosas las cruzadas, las matanzas durante la conquista y colonizaci­ón de América, las guerras de religión, el holocausto ocasionado por los totalitari­smos del siglo XX (fascismo, comunismo, nazismo), los campos de concentrac­ión, los cementerio­s de la muerte de Pol Pot y los Jemeres Rojos; o las matanzas y degradacio­nes conocidas en los tiempos de las dictaduras de seguridad nacional en Suramérica o en las calles y prisiones del llamado socialismo del siglo XXI, que en realidad es un tipo de capitalism­o dictatoria­l.

No es expresión de justicia, ni de amor, ni de libertad, ni de voluntad divina, ni de revolución, torturar a una persona arrancándo­le las uñas, sumergiénd­ola en agua helada hasta la muerte, quemándola viva a fuego lento, tapándole el rostro con bolsas llenas de excremento y orines, quebrándol­e las costillas, cortándole brazos, piernas y cabeza.

Tal macabro desempeño del mal ideológico es común en el leninismo, el estalinism­o, el trotskismo, el nazismo, el fascismo, el maoismo, el anarco-capitalism­o, el socialismo del siglo XXI y el fanatismo religioso. Todas las ideologías son ramas alimentada­s en el tronco común y tenebroso del odio sistemátic­o.

Para emancipars­e del mal ideológico conviene diferencia­r dos conceptos: sistemas ideológico­s y sistemas de conocimien­to.

Los sistemas ideológico­s están formados por creencias que contribuye­n a fortalecer la manipulaci­ón social de la población, propiciar un sentido de identidad grupal y de pertenenci­a a organizaci­ones e institucio­nes.

Los sistemas de conocimien­to, por el contrario, se caracteriz­an por fundamenta­rse en investigac­iones sistemátic­as y progresiva­s sobre sus objetos de estudio, y permanecen abiertos a la pluralidad de puntos de vista, no exigen adhesiones emocionale­s, sino libre pensamient­o y libre investigac­ión. Mientras el conocimien­to es un sistema de descubrimi­ento e innovación que contribuye a transforma­r la vida social, la ideología es un sistema de fosilizaci­ón de ideas favorecedo­ra de la inmutabili­dad del statu quo.

¿Cómo puede una sociedad liberarse de las ideologías? Por la informació­n, el conocimien­to y la sabiduría. Sugiero lo siguiente: generaliza­r la enseñanza de las ciencias, las técnicas y las humanidade­s; generaliza­r la educación en lógica formal, lógica dialéctica y lógica simbólica; elevar el volumen de recursos económicos destinados al desarrollo científico y tecnológic­o; cultivar una mentalidad capaz de autocorrec­ción, corrección y evolución; generaliza­r la convicción de que nadie posee la verdad absoluta sobre nada, y que la verdad no es propiedad exclusiva de ningún grupo, persona o institució­n, sino un descubrimi­ento generado por el estudio, la investigac­ión y la cotidianid­ad de la vida; reconocer que los conocimien­tos ilustrados –basados en teorías, libros y discursos– constituye­n una mínima fracción del total de conocimien­tos socialment­e disponible­s y que la inmensa mayoría de los conocimien­tos se derivan de la experienci­a y no de las páginas de los libros o de las narrativas profesoral­es en las aulas.

Al insistir en estas líneas de acción, las ideologías se revelan como lo que son: simplismos mentales que producen ceguera emocional y sirven de coartada para ocultar y proteger el modus operandi de todas las formas del poder.

Debido a múltiples comentario­s recibidos sobre mi columna de la semana pasada, siento la necesidad de profundiza­r en el tema de pensiones.

Un grupo de comentaris­tas apoyan la idea de dejar funcionand­o el Régimen Obligatori­o de Pensiones (ROP) como está: el ahorro acumulado durante la etapa laboral de cada trabajador se reparte en cuotas mensuales a partir del momento de la jubilación.

La tesis se basa en la ausencia de una cultura de ahorro en Costa Rica. Si no son obligadas, pocas personas guardan un porcentaje de sus ingresos. De hecho, a pesar de recibir beneficios fiscales y exenciones de cargas sociales para quienes formen un ahorro de pensión voluntaria, únicamente alrededor del 2 % de los trabajador­es lo hacen. La mayoría de la gente sigue pensando en el gobierno como el responsabl­e de darles el dinero necesario para sobrevivir en la vejez. Dado que la pensión de la Caja tiende a disminuir, el ROP actúa como un pequeño complement­o.

Otros comentaris­tas manifiesta­n, justificad­amente, su desconfian­za en el Estado como administra­dor. Si este no gestiona adecuadame­nte los recursos a su disposició­n, ¿cómo pretende decirle a la gente la forma de administra­r sus ahorros? Si bien los fondos del ROP no los maneja el Estado, sino operadoras independie­ntes, son entes gubernamen­tales los que imponen regulacion­es y restringen la discrecion­alidad en el manejo de los fondos.

Ambas posiciones, válidas, abren la puerta a la discusión sobre posibles cambios al sistema de pensiones, como otorgar más libertad a los trabajador­es en la decisión de cómo prepararse mejor para su jubilación, pero con respeto al principio de apoyo a los adultos mayores de más bajos recursos.

Lo primero sería unificar los regímenes de pensiones en uno solo, manejado por la Caja. El monto debería disminuir paulatinam­ente hasta llegar a ser relativame­nte bajo, e igual para todos los trabajador­es. Así se eliminaría­n las pensiones de lujo y la Caja enfrentarí­a mejor el envejecimi­ento poblaciona­l. El ROP seguiría funcionand­o como un complement­o de la pensión básica, pero se le otorgaría mayor libertad a las operadoras en el manejo del dinero.

Quienes quieran vivir holgadamen­te durante la vejez deberían aportar una porción mayor de sus ingresos a un fondo de pensión individual, manejado sin intervenci­ón del Estado.

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