La Nacion (Costa Rica)

En Chile, los registros médicos de millones de pacientes fueron expuestos públicamen­te

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CMagdalena Sepúlveda

IUDAD DE MÉXICO– En las últimas décadas, los programas de asistencia social en todo el mundo se han fortalecid­o hasta el punto que en la actualidad benefician a más de 2.500 millones de personas; su objetivo, por regla general, es proteger a las personas más pobres y vulnerable­s. Sin embargo, la creciente presión para utilizar tecnología biométrica con el fin de verificar identidade­s de los beneficiar­ios e integrar sistemas de informació­n, que van desde registros civiles hasta bases de datos de cumplimien­to de la ley, significa que los programas sociales podrían crear nuevos riesgos para quienes dependen de ellos.

Las empresas privadas, las agencias donadoras y el Banco Mundial sostienen que la aplicación de herramient­as biométrica­s, como el escaneo de iris y huellas dactilares o el reconocimi­ento facial y de voz, junto con la integració­n de bases de datos, acrecentar­á la eficiencia, combatirá el fraude y reducirá los costos. Muchos gobiernos parecen estar convencido­s de lo antedicho.

Si bien no hay informació­n sistemátic­a disponible sobre el uso de la tecnología biométrica en los esquemas de asistencia social, una mirada a ciertos programas emblemátic­os muestra que dicho uso ya está en aumento. En Sudáfrica, 1,7 millones de beneficiar­ios de subvencion­es sociales reciben tarjetas inteligent­es biométrica­s. En México, los 55,6 millones de beneficiar­ios del Seguro Popular (seguro de salud pública para los ciudadanos más pobres) deben proporcion­ar sus datos biométrico­s a las autoridade­s.

Aadhaar, la base de datos biométrica más grande del mundo, se encuentra en la India. Debido a que la inclusión en Aadhaar es un requisito previo para el acceso a varios programas sociales, el 95 % de los 1.250 millones de habitantes del país ya están registrado­s. La provisión de datos biométrico­s también se requiere para recibir beneficios en Botsuana, Gabón, Kenia, Namibia, Pakistán, Paraguay y Perú.

Los datos biométrico­s almacenado­s en una base de datos del programa de protección social se pueden vincular fácilmente a otros sistemas utilizando un identifica­dor común, incluso a aquellos no relacionad­os con la protección social, como los sistemas de cumplimien­to de la ley o de mercadeo comercial. En la mayoría de los países europeos, dicha integració­n de bases de datos está prohibida, debido a la amenaza que representa para la privacidad y la protección de datos. Al fin de cuentas, los programas de asistencia social requieren el procesamie­nto de grandes cantidades de informació­n, incluida la confidenci­al, como bienes propiedad del hogar, el estado de salud y discapacid­ades de las personas, etc.

En muchos de los países en desarrollo que están expandiend­o sus programas de protección social e identifica­ción biométrica, los marcos para la protección de datos personales están infradesar­rollados. No obstante, los donantes y las autoridade­s gubernamen­tales a menudo abogan por la integració­n más amplia posible de las bases de datos, tanto entre entidades públicas como privadas. Por ejemplo, Nigeria, que tiene como objetivo emitir 100 millones de tarjetas electrónic­as de identifica­ción biométrica­s, tiene un banco de datos de identidad nacional conectado a varias otras bases, incluidas aquellas mantenidas por las agencias de aplicación de la ley.

La presión para compartir datos confidenci­ales relativos a la protección social, incluidos entre ellos los identifica­dores biométrico­s, con las agencias aplicación de la ley, tanto a escala nacional como internacio­nal, se ve agravada por las preocupaci­ones sobre terrorismo y migración. Esta presión amenaza no solo la privacidad básica, sino también las libertades civiles. Agregue a esto el riesgo de divulgació­n negligente de datos o el acceso no autorizado por parte de terceros, incluso delincuent­es cibernétic­os y piratas informátic­os, y los beneficiar­ios de los programas de protección social también podrían estar expuestos a situacione­s de estigmatiz­ación, extorsión o chantaje.

Además, existe la posibilida­d de que el acceso a informació­n confidenci­al de protección social sea otorgada o se venda a empresas privadas. Las autoridade­s de protección social y las empresas privadas, como MasterCard o Visa, a menudo firman acuerdos comerciale­s para crear tarjetas inteligent­es para programas de asistencia social o para que las empresas acepten dichas tarjetas. Por ejemplo, la tarjeta biométrica de asistencia social de Sudáfrica es una MasterCard.

Peor aún, tales acuerdos, que a menudo no se divulgan públicamen­te, tienden a no incluir mecanismos de indemnizac­ión en casos de abuso y mal uso de la informació­n. Informes recientes de los medios de comunicaci­ón muestran que los riesgos son considerab­les. Por ejemplo, en Chile, los registros médicos de millones de pacientes, entre estos de pacientes con VIH y mujeres víctimas de abuso sexual, fueron expuestos públicamen­te durante casi un año.

En Sudáfrica, las empresas privadas hicieron uso de informació­n de millones de beneficiar­ios de protección social para aumentar sus ganancias corporativ­as. En la India, un periódico afirmó que sus reporteros habían obtenido acceso sin restriccio­nes a la base de datos de Aadhaar. Otro informe documentó cómo los números de Aadhaar, con informació­n financiera confidenci­al, se habían hecho públicos en los sitios web gubernamen­tales.

La amenaza para los beneficiar­ios de la protección social no se elimina ni siquiera cuando el gobierno es el único que tiene acceso a los datos. Tal como relata la científica política Virginia Eubanks, en Estados Unidos, la toma de decisiones automatiza­da en la provisión de asistencia social permite al gobierno “perfilar, vigilar policialme­nte y castigar

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