Notre-Dame y nosotros
Tomás Federico Arias
El desastre arquitectónico acontecido en la catedral francesa de Notre-Dame, el 15 de abril, ha sido, con todo merecimiento cultural y artístico, un ostensible llamado de atención sobre la necesidad de resguardar los tesoros del pasado para las generaciones del futuro.
Hace menos de un año, setiembre del 2018, un incendio devastó el Museo Nacional de Brasil. En Costa Rica, hemos atestiguado con pesar la desaparición por fuego de la iglesia de Copey de Dota, en el 2017; el mítico Black Star Line de Limón, en el 2016; y la histórica Hacienda Santa Rosa, ubicada en Liberia, en el 2001.
Después de varios siglos de arquitectura románica, a principios de la Baja Edad Media (siglo XII), surgió un nuevo tipo de arte constructivo al norte del territorio francés: el gótico en alusión al otrora pueblo de origen germánico de los godos.
Dicho estilo fue desarrollado por constructores especializados en corte y labrado en piedra, conocidos como jon (cantero), cuya evolución lingüística derivo luego en vocablos como macon (francés), mason (inglés) y masón (español). Los cuales se agrupaban en guildas (gremios) para la defensa de sus derechos a través de franchises (franquicias), por lo cual fueron también conocidos como franc-masons o francmasones.
Ya que el conocimiento arquitectónico era de enorme valor, no se transmitía a cualquier individuo, debía iniciarse como aprendiz en un logia (del griego logos: conocimiento) y seguir como compañero hasta aspirar a convertirse en maestro.
Fue este estilo arquitectónico bajo el cual se edificó, entre 1163 y 1345, la entonces iglesia de Notre-Dame en la parisina isla de la Cité. Estructura ideada por el presbítero Maurice de Sully, obispo de París, en honor de la Virgen María.
El advenimiento de la Edad Mo