El papel del consumidor en la protección del planeta
LJorge Cabrera Medaglia
as medidas para conseguir el desarrollo sostenible están constituidas por una amplia gama de opciones. Los enfoques se limitaron, inicialmente, a los “mecanismos de comando y control”, basados en prohibiciones y restricciones impuestas con sanciones en casos de transgredir las leyes.
El efecto de la estrategia ha sido limitado, debido a las dificultades para hacer cumplir las normas ambientales tanto de manera preventiva —mediante el control de permisos y autorizaciones de diversa índole— como para fiscalizar el adecuado desempeño de las actividades domésticas y, sobre todo, empresariales.
Ante tales carencias, tomó fuerza el fomento y uso de los mecanismos económicos o de mercado, así como la denominada “autorregulación” o “regulación voluntaria”. A pesar de que para cierto sector ambientalista el empleo de mecanismos de autorregulación y mercado son poco eficaces, no es más que un abordaje complementario a la regulación tradicional basada en la estrategia de “comando y control” y cuya utilización en las políticas públicas y estrategias ambientales se ha incrementado aceleradamente.
Los consumidores han desempeñado un papel esencial en la generación y desarrollo de muchas iniciativas de autorregulación, pero han acabado transformándose en instrumentos de certificación y, a la vez, base para el diseño de leyes y reglamentos con incidencia en los procesos y métodos de producción.
Así ha ocurrido, por ejemplo, cuando movimientos de consumidores con el apoyo y liderazgo de organizaciones de la sociedad civil han promovido “castigar”, mediante su poder de decisión, a quienes, mediante prácticas ambientales insostenibles, deforestan u ocasionan daños a consecuencia de la producción e industrialización de la madera, y han obligado a que, en respuesta, involucrados en tales actividades ajusten sus prácticas y métodos para hacerlos social y ambientalmente justos. A diferencia de los anteriores, estos premian a quienes decidan adecuar sus sistemas de trabajo a estándares acordados para la sostenibilidad ambiental y social.
En ciertos casos, los intentos de reconvertir el consumo y la producción han finalizado, como en Noruega, en la promulgación de leyes vinculantes para impedir la importación de bienes producidos en preferencias del consumidor (rechazo al plástico de un solo uso), iniciativas voluntarias de comercios para sustituirlo por otros, como las bolsas de tela, acciones institucionales diversas (incluidas las municipalidades) para excluirlos de las compras públicas, han generado un mejor escenario para la promulgación de nueva legislación, al punto que varios proyectos de ley se encuentran en la Asamblea Legislativa con el propósito de restringir el uso de los plásticos de un solo uso mediante impuestos verdes. Quedarían gravados también empaques y embalajes según el grado de contaminación que causen.
En otras áreas, no menos relevantes, fueron identificadas oportunidades para que el consumidor manifieste, mediante el poder de compra, su voluntad de contribuir a la protección del medioambiente. Tal es el caso, entre otros, de los productos pesqueros.
La información adecuada suministrada en un lenguaje comprensible para todos es un elemento esencial en toda iniciativa. Se pretende que los compradores prefiramos o paguemos más por aquellos bienes o servicios producidos en armonía con el ambiente y, consecuentemente, las empresas obtengan ingresos adicionales. Así, ganan mercado, mejorarán su imagen pública, disminuirán costos de seguros y otros gastos, e incluso incrementarán el valor de sus acciones.
Si bien aún queda mucho camino por recorrer, y claramente la situación económica es un factor por tomar en cuenta, estudios hechos dentro y fuera del país demuestran un crecimiento en el interés de las personas en la forma como los bienes y servicios son producidos y en qué medida sus decisiones individuales contribuyen a mejorar la calidad del ambiente y las condiciones de vida de los pequeños y medianos productores. Esperemos que sea un tendencia irreversible.
Como la historia siempre se repite, dos veces dice el dicho popular, me pregunto qué es lo que, como sociedad, estamos por repetir ahora que nos adentramos en el siglo XXI. Si me pongo pesimista, vienen a mi mente episodios difíciles de nuestra existencia republicana, como las turbulentas y cada vez más polarizadas décadas de los treinta y cuarenta del siglo pasado, cuando el viejo orden liberal se derrumbó.
Entonces me pregunto: ¿Será que el país debe tocar fondo, que las contradicciones se agudicen, antes de que sea posible impulsar un programa de reformas capaz de inaugurar una nueva era en la historia nacional?
Con esta tesis he oído a no pocas personas (eso sí, sotto voce por ahora), quienes desde visiones ideológicas opuestas creen insostenible el actual régimen económico y social. Para ellos, solo un buen shock, incluido un alto costo social, abrirá el espacio político para el cambio. Lo importante, argumentan, es quién quede ganador al final del camino.
Repetir la historia, sin embargo, no tiene por qué tener estos ribetes dramáticos. Otra opción sería que nos quedemos atrapados en la senda de los últimos treinta años, la de la modernización excluyente, cuando una transformación productiva dio paso a una creciente desigualdad social y la política quedó atrapada por los intereses corporativos, públicos y privados.
Las fronteras entre el presente y el pasado se tornarían líquidas y viviríamos ese lento deslizar que significa la larga decadencia de una sociedad que no puede pagar el estado de bienestar que se ha otorgado, pero vive apagando incendios para que “nada cambie”.
Quizá hay otra historia clamando ser repetida y no me doy cuenta; me ciega la bruma de la coyuntura. Y es que las sociedades tienen maneras de hacer las cosas que terminan siendo tan naturales para sus habitantes que les cuesta imaginar alternativas. “Ciegos ante el peligro”, sería el título de la película.
Es fácil ver la paja en el ojo ajeno. En Nicaragua, por ejemplo, los regímenes sultanistas se suceden una y otra vez. Somoza y Ortega son muy similares pese a contextos distintos. En las teorías neoinstitucionalistas a esto se le llama el “sendero de la dependencia”.
Así, lo más seguro es que la pregunta que realmente me inquieta sea otra: ¿Cómo describirá un historiador dentro de un siglo nuestro momento presente? ¿Estaremos repitiéndonos o abriendo trocha? vargascullell@icloud.com