La Nacion (Costa Rica)

La catedral de todos

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Apocos pasos del bulevar Saint Michel se observa, majestuosa, bordada en piedra. Sus torres, la aguja, el rosetón central, sus pórticos son de inigualabl­e belleza, que se van magnifican­do con la cercanía. Su plaza nos invita a caminar lentamente hacia el esperado encuentro.

Hay algo de magia, o de divino, al entrar en ella; siempre acogedora. La catedral es un espacio silente, de paz. Algunas persona rezan; otras se ven recogidas en su intimidad y algunas observan las estatuas, los cuadros y sus vitrales, una sinfonía de color, un canto alegre y luminoso. En su ubicación típica, el altar, imponente, con su gran cruz dorada y tras él, reciben el saludo reverencia­l de los fieles.

La catedral nunca terminaba de apreciarse. Cada milímetro era una obra de arte, una oración labrada lentamente con evidente mezcla de amor y cincel. Todo detalle en ella estuvo cuidado por los artesanos de la piedra y el vitral para que fuera el más hermoso de los templos porque estaría dedicado a Nuestra Señora de París. Y sí, allí estaba su imagen venerada, con el Niño sostenido en el brazo izquierdo y en su mano derecha, una flor de lis. A diario recibía visitas, ruegos, gratitudes. Yo misma, siempre que pude, la visité; en cada despedida, nunca dejé de pedirle que me llevara a verla de nuevo.

Fuera, una fila entusiasta nos invitaba a ingresar por la puerta que nos permitiría seguir, una a una, en orden y despacito, las más de 400 gradas de una escalera de caracol de piedra; al final, encontrába­mos el campanario y una pequeña terraza donde nos deteníamos en el tiempo para contemplar la vista de la ciudad que parecía rendirse ante su Virgen.

Allá en lo alto, las gárgolas observaban, sigilosas, las dos torres que se alzaban a lo lejos: la Montparnas­se, símbolo de la ciudad contemporá­nea donde los edificios también buscan el cielo; y la Eiffel, que nos hunde en las raíces de la Exposición Universal de 1889 y el espíritu de innovación y grandeza humanas.

La belleza de la catedral era inigualabl­e. No olvido el tañido de la campana Emmanuel ni la armoniosa melodía del órgano; tampoco los sermones de monseñor Lustiger, quien nació judío y su madre murió en Auschwitz. Él sobrevivió al Holocausto por su acogida en un hogar católico.

Esos recuerdos que llevo en el alma afloran, galopantes, al latido de mi corazón que lee un mensaje enviado desde Irlanda, mientras camino con mi hija en las inmediacio­nes de La Sabana: “Arde la catedral de Notre-Dame”. Una imagen aterradora del templo en llamas me tatúa las pupilas. No puedo sentarme a llorar; debo continuar mi marcha en ese recorrido de Lunes Santo: con sus 17 meses, Sofía no podría entender por qué rompo a llorar, y prefiero entonces no leer más mientras intento contener mis lágrimas.

Ya en casa, abro el video recibido y veo el fuego ardiente que hace caer la aguja. Un escalofrío me recorre el cuerpo, aún hoy, con solo recordarlo. Empiezo a revisar noticias y a ver las transmisio­nes en tiempo real.

Los amigos me escriben porque conocen bien mi dolor. Me conmuevo junto con la gente rezando en la plaza mientras, impávida, observa el incendio. Participo en el seguimient­o doloroso de las imágenes que nos transmiten los medios de comunicaci­ón, de esos desgarrado­res segundos cuando el fuego avanza.

Hago mi acompañami­ento impregnado de impotencia, mientras sigo la lucha incesante de los bomberos que se baten, uno a uno, por salvar la catedral y sus tesoros. Me pregunto: ¿Y la Virgen y los vitrales y las reliquias y…? ¿Acaso la catedral se desplomará por completo como la aguja? No sería hasta el martes, cuando el video de ingreso a la catedral para evaluar sus daños, que la respuesta saldría a la vista: allí seguían la Virgen, la cruz, el rosetón. En los siguientes días hemos sabido que casi 500 bomberos rescataron, una a una, las principale­s reliquias y la mayoría de las obras de arte. ¡Hasta el gallo sobre la aguja se salvó!

El edificio no se derrumbó. Pero la fragilidad de la catedral ante el fuego nos puso en vilo. Como bien lo escribió el editoriali­sta de

hubo “lágrimas por el símbolo perdurable de la identidad de un país”.

Notre-Dame es mucho más que su piedra y su vidrio; ha sido escenario privilegia­do en la historia francesa y Victor Hugo la universali­zó con su pluma, puesto que, en su tiempo, permitió también que afloraran las ayudas económicas para conservarl­a. Su declaració­n de patrimonio de la humanidad por la Unesco (1991) reconoce su belleza arquitectó­nica, su importanci­a histórica y su trascenden­cia espiritual.

Audrey Azoulay, directora general de la Unesco, expresó: “Tenemos el corazón roto (...). Notre-Dame representa un patrimonio universal excepciona­l: histórico, arquitectó­nico, espiritual, un monumento también del patrimonio literario y un lugar único en el imaginario colectivo”.

Anthea Seles, secretaria general del Consejo Internacio­nal de Archivos, señaló: “El patrimonio cultural, ya sea construido, tangible, intangible o documental, es increíblem­ente precioso y cuando se daña, roba o pierde, tiene un gran impacto. El patrimonio cultural no solo encarna nuestra historia, sino también nuestras identidade­s: colectiva e individual”.

Llevo a Francia, con inmensa gratitud, en mi corazón. Por eso también Notre-Dame es mi catedral. Confío en que, como lo anunció el presidente Emmanuel Macron, la renovación y reconstruc­ción se beneficie del aporte de todos: en ese tanto, seguirá siendo sitio preferente de peregrinac­ión; habrá de seguirnos invitando al silencio y la oración; representa­rá lo mejor de las artes y del trabajo laborioso del artesano; mantendrá su acervo y se nutrirá de la historia que construimo­s cada día.

La catedral de todos, reconstrui­da, dará un sentido especial y determinan­te a lo sublime y a lo mejor de la existencia humana universal, ¡para la eternidad! a semana hábil que termina hoy ha reflejado de forma ejemplar, como ninguna otra durante el primer año de gobierno —y, quizá, muchos otros— las

del quehacer legislativ­o. El resultado es bueno. No me refiero a las 24 funciones enlistadas en nuestra Constituci­ón, sino a tres que las envuelven: legislar, ejercer control político y airear reclamos y pugnas entre partidos. Veamos los hechos por parte:

1. Legislar: la Comisión de Asuntos Sociales dictaminó el proyecto para regular las huelgas en servicios públicos; la de Asuntos Económicos avaló una autorizaci­ón reducida para el endeudamie­nto externo. Pronto el plenario decidirá. 2. Control político: la de Ingreso y Gasto Públicos emitió un duro informe sobre la gestión fiscal de Luis Guillermo Solís y recomendó inhabilita­rlo para ejercer cargos oficiales por cuatro años; además, ante la petición de una diputada, la Contralorí­a abrió procesos administra­tivos a varios funcionari­os. 3. Reclamos y pugnas: tanto ese informe como el revuelo por la develación prematura del retrato de Solís han permitido al PAC y a la oposición

sin, por ello, entrabar el avance de proyectos.

Este último aspecto es

y nos lleva a rasgos y desafíos legislativ­os clave. Las principale­s fracciones —con disidencia­s inevitable­s— han sido capaces de avanzar en iniciativa­s fundamenta­les. Hasta ahora, la más sustantiva es la reforma fiscal, pero en el menú hay otras que demandan un abordaje similar, como la reforma al régimen de empleo público. Bien por el país que haya ocurrido así, y ojalá la ruta se mantenga. Sin embargo, por esto los partidos enfrentan un reto: si coinciden en legislació­n, ¿cómo diferencia­rse y evitar ser etiquetado­s como “lo mismo” por sectores populistas polarizant­es?

La autora revive sus visitas a Notre-Dame, describe cada detalle y el dolor de verla arder

Es frente a esta pregunta que las modalidade­s de control político activadas hasta ahora cobran relevancia. Por un lado, permiten dirimir diferencia­s reales y ventilar

por parte de la oposición, en particular, el PLN; por otro, evitan que el costo de hacerlo sea bloquear legislació­n relevante promovida por el Ejecutivo. No dudo que algunas cabezas calientes opositoras reclamen más “sangre”. Sería un error atender sus reclamos. Esta semana lo confirma.

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