La Nacion (Costa Rica)

Ejemplo de maestro rural

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YEnrique Obregón

o viví toda mi infancia con la leyenda de Quebradas y San Isidro de El General. Mi madre y yo casi todos los días hablábamos de selvas y ríos, de leones y culebras, de ranchos pajizos y caminos embarriala­dos interminab­les.

Mi madre nació y vivió, hasta el día de su matrimonio, a 200 metros del parque central de San José. Era una señorita de ciudad. Se había graduado en el Colegio de Señoritas, con una especialid­ad, que en aquella época se daba, de Artes y Oficios para el Hogar. Además, en la escuela Santa Cecilia estudió música y se graduó de maestra en esa materia. Aprendió piano y mandolina.

Así, cuando se casó, era maestra profesiona­l. Nadie pensó nunca que iba a pasar gran parte de su vida en los lugares más alejados de los centros de población, entregada, con una pasión que le nació desde lo más profundo de su ser, a los niños descalzos de nuestras zonas rurales y abandonado­s de toda protección estatal.

Así comenzó una larga trayectori­a como maestra rural. Pero antes debo decir que, si alguna maestra de aquella época tenía oportunida­d de ejercer su profesión en las mejores escuelas de San José, esa era mi madre. Con solo mencionar que mi padre era secretario de Julio Acosta y la casa de mis abuelos colindaba con la de Ramiro Aguilar, inspector de escuelas de San José por muchos años. Mi abuelo era íntimo amigo de Ramiro y las dos familias eran amigas.

Pero no, mi madre pidió una plaza en Santa María de Dota que, para aquella época, era como ir a trabajar al centro de la selva. Había que viajar desde Desamparad­os hasta Santa María en carreta. Mis abuelos se escandaliz­aron, Ramiro llegó a describirl­e, con detalle, todas las incomodida­des; sin embargo, nada la hizo abandonar su proyecto. Ella quería ser maestra rural.

Allá fue a parar, con dos hijos: uno de dos años y otra de ocho meses. Un año después, nací yo. Soy mariense, y siempre he dicho que a mucha honra. Para ese tiempo, en todos aquellos pueblos estaba presente la inquietud de la conquista de El General, una especie de tierra prometida donde se podían tomar tierras baldías y construir fincas al golpe del hacha. Lo que contaban los campesinos que se habían marchado para El General y regresaban después para llevarse a sus familias eran leyendas de los cuentos de

Mi madre, ni lerda ni perezosa, alistó maletas y también se marchó, con un grupo de pioneros. Desde Santa María hasta El General, a caballo algunos, a pie los demás. Yo tenía casi tres años y un campesino me llevó en una jaba, a la espalda, por todo el trayecto de dos días y medio.

La primera noche dormimos en el alojamient­o construido por el gobierno en Ojo de Agua. Allí está, todavía, reconstrui­do. Posiblemen­te, yo soy el único sobrevivie­nte de los cientos de campesinos que se alojaron allí. Al final, la gran piedra y el muy pequeño caserío de Quebradas. ¿Que mi madre iba cansada, triste, deprimida y quizá hasta arrepentid­a? ¡Jamás! Estaba sencillame­nte feliz.

Como para confirmar su decisión, compró una finca aquí mismo, que le vendió José Solís Ureña, uno de los marienses que se había venido 15 años antes y ya era como un hacendado. De José Solís se habló en mi casa durante 20 años.

Después, se abrió la escuela de San Isidro y a mi madre le ofrecieron la plaza y allí se trasladó. En el parque de San Isidro hay una placa que se refiere a este hecho como la primera maestra de San Isidro.

Después vino el regreso a San José. Pero de inmediato rechazó una oferta para trabajar en una escuela capitalina y pidió que la nombraran en San Juan de Tobosi, donde estaba la plaza vacante. Allá fuimos, mi madre y sus cuatro hijos — dos hombrecito­s y dos niñas— a la nueva escuela, al nuevo pueblo, a la nueva aventura.

Entonces, yo no tenía edad para ingresar en la escuela, pero ya sabía leer. Mi madre siempre sacó un ratito para enseñarme a leer y esto, unido a mi entusiasmo, obró el milagro. Desde entonces, los libros me acompañaro­n hasta hoy. Yo no tengo una casa para vivir, como todo el mundo, porque vivo en el centro de una biblioteca.

Tres años después regresamos a San José y, de inmediato, mi madre aceptó una plaza en Alajuela. En esa ciudad terminé la primera enseñanza e ingresé al Instituto de Alajuela, donde siempre se me trató muy bien por ser sobrino nieto de Miguel Obregón Lizano, fundador de esa institució­n y quien dirigió la construcci­ón del edificio.

Yo no heredé el espíritu de aventura, sino que lo aprendí. A los 18, el día siguiente de haber recibido mi título de bachiller, sin que mi madre estuviera enterada, me fui para San Isidro de El General con ambición de construir una finca.

Iba prácticame­nte sin un cinco en la bolsa en busca de José Solís, aquel campesino a quien mis padres habían comprado una finca, pensado que era quien me podía orientar. Al fin lo encontré, me llevó para su casa y me enseñó todos los oficios propios del campesino.

Cuando me gradué de campesino, me fui a construir mi propia finca y viví solitario en la montaña. Después construí una escuela y fui el primer maestro. Tres años más tarde regresé a San José para comenzar los estudios universita­rios. Entonces, mi madre volvió a pedir una plaza como maestra rural. La nombraron en Rivas y allá ejerció junto con mi hermana Soledad, quien se había graduado de maestra en la universida­d.

Mercedes Valverde León fue la primera maestra de la escuela de San Isidro de El General

Luego, las trasladaro­n al centro de San Isidro y allí les tocó vivir la revolución del 48. Mi madre colaboró hospedando revolucion­arios en su casa y mi hermana menor fue ayudante del farmacéuti­co, quien instaló un hospital de emergencia para los heridos.

Dos años después de la revolución, mi madre regresó a San José. Cuando yo terminé mis estudios universita­rios, regresó otra vez y fue maestra en la Escuela 12 de Marzo y después pidió un traslado a la escuelita rural de La Ese, donde ejerció por varios años.

Esta es, en síntesis, la historia de una maestra costarrice­nse de gran vocación docente, a quien puede citarse con toda propiedad como ejemplo de maestro rural.

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