Las luchas del 1.° de mayo
La primera consecuencia de la rotación anual de la presidencia legislativa es la apertura de heridas nocivas para la operación del Congreso.
Ni la Constitución
Política ni el sentido común exigen rotar cada año la presidencia legislativa. Doce meses son poco tiempo, especialmente cuando las sucesivas administraciones parlamentarias responden a los intereses y las prioridades de diversos partidos políticos. No obstante, la práctica ha convertido el liderazgo del Congreso en un cargo anual, con la reelección descartada prácticamente desde el inicio.
La primera consecuencia es la apertura, cada Primero de Mayo, de heridas nocivas para el funcionamiento de la Asamblea Legislativa. La rotación de la presidencia estimula aspiraciones y maniobras. Los vencidos tardan en recuperarse y los vencedores tienen a disposición medios para pasarles la factura, como el destierro a las comisiones menos deseadas. Si en algún momento los resentimientos ceden, es hora de iniciar otro ciclo de enojos y retribuciones.
En algunos casos, las coaliciones disponen por adelantado la conformación de los próximos Directorios, pero, a menudo, las promesas caen en el olvido y, entonces, surgen diferencias irreconciliables. El encono común de la lucha política aumenta hasta niveles incompatibles con el buen funcionamiento del Congreso y desemboca en prácticas obstruccionistas con la sola intención de emparejar cuentas e impedir al gobierno una gestión exitosa.
Las heridas abiertas no solo dañan la relación entre partidos políticos. También rompen su paz interior. Los ejemplos abundan. Quizá los casos más recordados sean los “mayos negros”, tanto por su dramático desarrollo como por su bautizo con un mote difícil de olvidar. El nombre caló en 1961 y luego en 1985. A lo largo de décadas, se ha utilizado para describir los forcejeos del Primero de Mayo en la Asamblea Legislativa, particularmente cuando surgen acusaciones de falta de fidelidad o “traición” dentro de una u otra agrupación.
Las confrontaciones por el Directorio legislativo pocas veces expresan diferencias programáticas. Por lo general, las coaliciones se arman mediante la repartición de puestos y ventajas, con inclusión de la asignación de plazas de asesores o el avance de proyectos de particular interés para uno de los grupos participantes en la negociación. En ausencia de un programa, la gestión legislativa se torna estéril y la coalición capaz de nombrar al presidente y demás miembros del Directorio no logra acuerdos para cumplir la función esencial del Parlamento: legislar.
Cada año, el Poder Ejecutivo también se ve obligado a hacer ajustes, no solo para atender las nuevas prioridades y los matices ideológicos, sino también las diferencias de personalidad y el tono de la dirigencia legislativa recién elegida. Por ningún lado se ve la ganancia, más allá de las satisfacciones personales de los vencedores. Si todos los años el Congreso escoge un Directorio diferente, la posibilidad de que en alguno, o varios de esos años, la dirigencia no esté en manos de los mejores es grande. Para constatarlo, basta con repasar varios periodos de los últimos ocho años.
En otras democracias maduras, los liderazgos del poder legislativo son estables, a veces tanto como el ejecutivo. La atomización de la política costarricense y la inexistencia de la carrera parlamentaria alejan esa posibilidad. Al parecer, debemos resignarnos a dar la espalda a la constancia y a la experiencia para decidir, cada doce meses, quién ocupará la más alta curul. Otra posibilidad es emprender una reforma, quizá para extender la permanencia en el cargo a dos años, pero, por lo pronto, solo queda pedir a los diputados minimizar la confrontación y, conocido el resultado de hoy, retomar el camino del acuerdo para sacar al país de la precariedad.
En otras democracias maduras, los liderazgos del legislativo son estables, a veces tanto como el ejecutivo. La atomización de la política aleja esa posibilidad La primera consecuencia de la rotación anual de la presidencia legislativa es la apertura, cada Primero de Mayo, de heridas nocivas para el funcionamiento del Congreso