Nicolás Maduro se endurece
Su régimen, apuntalado por Cuba, responde con represión a iniciativas diplomáticas.
El pasado miércoles, apenas 24 horas después de que el Grupo Internacional de Contacto (GIC) sobre Venezuela, reunido en nuestra capital, manifestó su disposición de enviar a Caracas una misión política con el propósito de “presentar y discutir opciones concretas para una solución pacífica y democrática a la crisis” de ese país, la dictadura de Nicolás Maduro se encargó de agudizarla y alejar las posibilidades de una salida negociada.
Ese día, el vicepresidente de la Asamblea Nacional, Edgar Zambrano, fue apresado por miembros de la seguridad del Estado, bajo cargos de conspiración. La Asamblea Nacional es el único poder legítimo que sobrevive en Venezuela. Previamente, junto con otros diputados, había sido despojado de su inmunidad y derechos políticos por la ilegítima Asamblea Constituyente. Tal como denunció el presidente, Juan Guaidó, reconocido por más de 50 naciones, incluida Costa Rica, esas acciones son parte de un esfuerzo por desmantelar al real Parlamento venezolano.
La bofetada del régimen a su propia población y a los esfuerzos de mediación del GIC fue sonora, y despierta fundadas dudas sobre la posibilidad de que sus gestiones tengan éxito; hasta ahora, más de 90 días después de constituido el grupo, han sido infructuosas. Los nuevos golpes demuestran que Maduro y sus secuaces más cercanos se mantienen apegados al control y la represión como últimos salvavidas de sus espurios poder y patrimonio.
Esta realidad, sin embargo, no debe conducir a que actores internacionales responsables y democráticos abandonen su insistencia y gestiones en pro de la democracia y de las vías pacíficas para restaurarla. Al contrario, debe insistirse en ellas, pero bajo un absoluto realismo en cuanto a la naturaleza de la dictadura venezolana y de los intereses de sus aliados externos claves: Cuba, gran gestor y vigilante de su aparato represivo, además de principal beneficiario de su clientelismo; Rusia, que la apuntala estratégicamente; y China, con enormes inversiones que no desea perder.
Tanto el Grupo de Lima (GL), integrado por 11 países del hemisferio, entre ellos el nuestro, como el GIC, compuesto por ocho miembros de la Unión Europea, más Uruguay, Ecuador, Costa Rica y, a medias, Bolivia, han dado pasos en ese sentido. El GL, en buena hora, ha centrado su acción en respaldar la legitimidad de la Asamblea Nacional venezolana y al presidente, Juan Guaidó, así como en exigir el cese de la usurpación de Maduro como vía para la democracia y generar apoyo para la oposición venezolana. El GIC, también declarado defensor de la democracia, los derechos humanos, la Asamblea Nacional y el Estado de derecho, ha concentrado sus gestiones en la mediación, sin resultados.
En sus dos últimas reuniones, ambos grupos decidieron coordinar acciones, lo cual, si se conduce de manera adecuada y con claro sentido de la naturaleza de los interlocutores, será muy conveniente. Lo fundamental es mantener una gran presión sobre el régimen, abrir incentivos para que quienes encabezan centros de poder claves, en particular los militares, retiren su apoyo a Maduro y ofrecer vías para negociar la transición.
Hay que tener muy claro, sin embargo, que no basta con la salida del dictador; el objetivo debe ser el fin del régimen ilegítimo, la restauración de la independencia de poderes y, sobre estas bases, la celebración de elecciones con absoluta supervisión internacional y en un marco de cero represión. Tanto el GIC, como el canciller costarricense, Manuel Ventura, y hasta el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, en un discurso el 5 de mayo, han hablado de la posibilidad de incorporar a Cuba a estos esfuerzos. Tenemos serias dudas sobre la conveniencia de tal acción.
Es posible que a la dictadura cubana le interese la salida de Maduro, pero solo como vía para establecer alguna gobernabilidad sobre la economía colapsada porque de ella, y de los envíos de petróleo venezolano a la Isla, depende, en parte, su supervivencia. Pero difícilmente estará dispuesta a renunciar a su control de buena parte del aparato de espionaje, y más difícilmente estará abierta a propiciar la democracia porque sabe que un nuevo gobierno producto de elecciones cesará los subsidios petroleros, expulsará a sus espías y, así, asestará un duro golpe al régimen cubano.
Cada día que pasa, la situación de Venezuela se agrava y las posibilidades de salidas pacíficas se cierran más. El gran escollo es el régimen ilegítimo, por esto, cualquier solución depende de su disolución y de un apoyo irrestricto a la Asamblea Nacional. Insistir en ello, como vía para un arreglo pacífico, es indispensable. Lo contrario sería ingenuidad o, peor, complicidad.
Su régimen, apuntalado por Cuba, responde con más represión a las iniciativas diplomáticas
Toda salida pacífica depende del apoyo decidido a Guaidó y a la Asamblea Naciona