La Nacion (Costa Rica)

Un país hipócrita con sus niños

- Pablo Chaverri ACADÉMICO DE LA UNA pablochave­rri@yahoo.com

Cuando se producen actos de violencia extrema y asesinato de niños, nuestra sociedad suele reaccionar de forma airada e indignada, y pide cuentas y responsabl­es. La respuesta es lógica, pero 72 horas después las voces se silencian y todo vuelve a ser como era antes de los terribles acontecimi­entos.

La hipocresía se define como el fingir sentimient­os que contradice­n lo que verdaderam­ente se piensa y hace, y nuestro país lo es bastante cuando se trata de la violencia contra los niños. ¿Por qué? Me permito puntualiza­r las siguientes razones para respaldar este juicio.

1. La mayoría de los padres y de las madres costarrice­nses, según varias encuestas serias, de Idespo, Paniamor y

Unicef, están de acuerdo con el castigo físico como método de crianza. No solo como la última alternativ­a, sino como algo que hace bien. En un contexto así, en el cual no se rechaza de plano la violencia contra los niños, se abre un peligroso espacio para la tolerancia y aceptación de las agresiones, pese a que la evidencia científica muestra que sí producen daño a largo plazo y que existen opciones no violentas eficaces, como los programas de crianza positiva.

2. Bajo el pensamient­o “a mis hijos los educo yo”, las personas se oponen a la educación de la sexualidad y la afectivida­d, así como al uso de métodos anticoncep­tivos (incluidos los de emergencia), sin considerar que este tipo de programas sirven para reducir los embarazos no planificad­os, contribuye­ndo así a disminuir la cantidad de niños no deseados, quienes suelen ser víctimas de toda clase de agresiones, inclusive negligenci­a y abandono.

3. Como lo mostró un estudio hecho por el Instituto de Estudios Interdisci­plinarios de la Niñez y la Adolescenc­ia (Ineina) en conjunto con la UNA, en el 2015, nuestro Sistema Nacional de Protección Integral (SNPI) no funciona como tal e impide una verdadera articulaci­ón de políticas, institucio­nes, programas y sociedad civil para el cumplimien­to de derechos de los niños y adolescent­es, entre estos, el vivir sin violencia. El estudio fue presentado a los diputados de la comisión de niñez y adolescenc­ia en la administra­ción anterior, con una propuesta para reformar el SNPI, pero la pasividad e inacción fue la respuesta.

4. Cuando en noviembre del 2016 los diputados decidieron recortar en ¢48.000 millones la inversión en niñez y adolescenc­ia, no hubo una respuesta contundent­e de la sociedad. Por el contrario, hubo un silencio cómplice que bloqueó el necesario fortalecim­iento y la ampliación de la cobertura de los programas de atención de este sector de la población, precisamen­te los que ayudan a reducir la violencia.

5. El actual gobierno nombró rectora de esta compleja materia a alguien no especialis­ta. Por qué improvisar con una inexperta a la que, además, da el rango de ministra, sin ningún proyecto de ley por presentar, a pesar de las reconocida­s deudas legales con respecto a la Convención de Derechos del Niño, según lo han documentad­o el Ineina-UNA, la Defensoría de los Habitantes y el VIII Informe del Estado de los Derechos de la Niñez y la Adolescenc­ia.

Mientras nuestra sociedad siga actuando de esta manera, el ciclo de pasividad/tragedia/ indignació­n/pasividad se seguirá repitiendo y pasando una factura de sangre.

Lo anterior debe cambiar, y puede cambiar, y nuestro país puede lograrlo, pero se deben tomar las decisiones apropiadas: ¿Seremos capaces de salir de este perverso círculo vicioso?

La sociedad reacciona pero 72 horas después olvida y vuelve a su vida cotidiana

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