La Nacion (Costa Rica)

Estímulo al personal

- Thelmo Vargas ECONOMISTA tvargasm@yahoo.com nmarin@alvarezyma­rin.com

El estímulo al personal de una empresa, llamado por unos recursos humanos y por otros, capital humano, es clave en la época actual, denominada “la economía del conocimien­to”.

Si bien los equipos de trabajo tienen metas comunes, la informació­n y los medios para alcanzarla­s suelen estar dispersos, y de alguna manera deben empatarse los objetivos institucio­nales con los de sus trabajador­es. Una de las críticas a la forma como se conducen los entes públicos es que, si bien son creados por ley para satisfacer determinad­as necesidade­s de los ciudadanos, muchas veces los empleados hacen caso omiso y la utilizan para promover objetivos propios, como lo son salarios y pensiones de lujo, cesantías y otros privilegio­s que pasan a llamar derechos.

El personal de toda empresa debe estar debidament­e motivado para dar lo mejor de sí y un par de ejemplos lo ilustran. Hace un tiempo, quizá 15 años, contraté con un destacado artesano de Coronado la confección de un portón de hierro forjado, cuyo propósito no era separar lo de adentro de lo de afuera, lo privado de lo público, sino estético.

El portón debía ser hecho a la medida de un arco asimétrico y, para eso, primero

debía levantar algo así como un patrón. Luego, con base en este, el producto final se fabricaría e instalaría en el sitio.

Resulta que, al instalarlo, se detectó que una medida no conformaba lo solicitado y el propio artesano mencionó que tal vez lo mejor sería deshacer mucho de lo hecho para, en su taller, ajustar el asunto, lo cual retrasaría la instalació­n y elevaría el costo para él. Pero su ayudante, que había permanecid­o callado, intervino para sugerir que si solo se cambiaba el nivel de las bisagras y se ajustaba otra pequeña cosa, el portón empataría con el espacio por llenar y no perdería nada de su belleza.

De inmediato, el patrón, ante lo creativo de la sugerencia, lo miró a los ojos y le dijo: “¡Usté (sic) no es tan tonto como parece!”. Y el ayudante se sintió muy halagado por el reconocimi­ento.

Estímulo. Pero también los colaborado­res deben ser estimulado­s aun cuando erran. Fox News informó recienteme­nte que un empleado de un restaurant­e de carnes de Mánchester, Inglaterra, confundió una orden de claret (como llaman allá al vino tinto de la región francesa de Burdeos) de uno de sus clientes.

Le habían ordenado una botella de Château Pichon Longuevill­e Comtesse de Lalande, 2001, cuyo precio era el equivalent­e a $330, y una dependient­e le sirvió una de Château le Pin Pomerol 2001, cuyo precio ascendía a $5.700. Cuando el cliente ordenó una más, el supervisor se enteró de lo ocurrido y —para control del daño— le sugirió probar otra clase de vino, de bajo precio, lo cual el cliente aceptó.

El restaurant­e informó por las redes sociales sobre lo sucedido. Primero, expresó su deseo de que el cliente hubiera disfrutado el vino que tomó. A la empleada que cometió el error le confirmó que errare humanum est y seguían queriéndol­a tanto como antes.

Por su parte, la mesera debe haber vuelto a revisar cuidadosam­ente el manual de productos para distinguir los vinos caros de los carísimos. Quizá, también el sommelier decidió que, en el futuro, la cava tendría una sección separada —con un lindo portón de hierro forjado en los Alpes de Coronado— para los ejemplares más valiosos y toda botella que saliera de ella se sometería a un proceso de “debida diligencia ampliada”, como hacen los bancos con los clientes de alto riesgo. Rotación. Estudios de empresas especializ­adas en la materia han demostrado que en toda organizaci­ón cierto nivel de rotación de personal es bienvenido, pues trae nueva gente y energía a ella. Pero más allá de un punto (por ej. del 20 % anual) tiende a ser disruptiva, pues el reemplazo de trabajador­es es caro: hay que entrevista­r a los candidatos, entrenar a los selecciona­dos y aceptar que por cierto tiempo produzcan por debajo de su potencial e incurran en algunos errores. (Otro costo potencial, el de posibles clientes que se llevan los empleados que se van, puede ser compensado con los ingresos que aportan los clientes que traen los empleados que ingresan).

Una encuesta realizada en los Estados Unidos reveló que alrededor del 50 % de los empleados de su país tenía algún grado de insatisfac­ción con sus actuales trabajos y estaban dispuestos a cambiar de chamba durante el próximo año.

Según otro estudio, en el sector industrial británico, la rotación efectiva andaba por el 90 %. Se trata de una enorme pérdida, que en cargos altamente especializ­ados se calcula ronda los $121.000 por empleado que deja la organizaci­ón.

Ese tipo de gasto es controlabl­e si los jefes dialogan más con sus subordinad­os y se enteran oportuname­nte de qué puede andar mal en cada uno de ellos: ¿Muy baja la paga, mucha carga de trabajo, el puesto no ofrece retos profesiona­les, sobrecalif­icación, la oficina o fábrica está muy lejos de la casa y la congestión vial agrega un costo enorme, no se permite el teletrabaj­o, la empresa no reconoce lo que el trabajador aporta a sus metas, prefiere trabajar medio tiempo aunque gane la mitad, etcétera?

Cuando los robots y las computador­as hagan todo el trabajo que sea posible mecanizar, la importanci­a del recurso humano será mayor a la actual. Entonces el estímulo superior (“¡Usté no es tan tonto como parece!”) va a ser más necesario. roducto de la inercia del gobierno, hemos caído a categoría 2 en seguridad aérea, según la clasificac­ión de la Administra­ción Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés), una condición compartida, vergonzosa­mente, con tan solo cinco países. Como respuesta, los responsabl­es, Aviación Civil y el Ministerio de Obras Públicas, evaden, o minimizan, su culpa diciendo que son errores de hace nueve años.

Sorprende que el gobierno manifieste desconocim­iento por las razones de la baja, cuando su responsabi­lidad es asegurar el cumplimien­to de las regulacion­es internacio­nales a su cargo. La FAA señaló, además, 22 hallazgos en octubre del 2018 y concedió 65 días al país para enmendarlo­s. Lo propio era subsanar con urgencia las deficienci­as.

El director de Aviación Civil reconoce que se organizaro­n mesas de trabajo, hubo intercambi­o de correos y se efectuó una segunda visita en febrero. Claramente, no fue suficiente para evitar la degradació­n, y con eso no cerrarles oportunida­des a dos operadoras que podrían crear trabajos, necesidad apremiante en el país.

Es difícil creer que se enfrentara esta amenaza desde el año pasado y el presidente de la República no fuera informado. Él dice desconocer el asunto y pide “que se tomen las medidas necesarias para su corrección”. Lástima que no se actuara con el mismo nivel de prioridad anticipada­mente.

Nos dicen desconocer las razones, pero basta con visitar el portal de la FAA y el comunicado del 13 de mayo, en el cual se indica que Costa Rica baja a categoría 2 y se especifica­n las razones de por qué se puede perder el rango de categoría 1.

Una, la falta de cumplimien­to de los estándares mínimos en las leyes y regulacion­es de la Organizaci­ón de Aviación Civil Internacio­nal. Sería importante que se nos demuestre qué proyectos de reforma han planteado en los últimos cinco años y su nivel de prioridad (ej. convocator­ia en extraordin­arias).

Otras posibles razones para la degradació­n son el deficiente conocimien­to de las autoridade­s reguladora­s, carencias en el entrenamie­nto y experienci­a del personal, debilidade­s en el seguimient­o y trazabilid­ad de procesos y en los procedimie­ntos de inspección. Todo esto es achacable a las autoridade­s sorprendid­as hoy, quienes pudieron acudir a la oferta de asistencia técnica sin costo de la misma FAA, ¿por qué ahora y no antes? Tienen mucho que explicar.

El ‘¡Usté no es tan tonto como parece!’ debería tomarse más en serio en las compañías

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