La Nacion (Costa Rica)

Fama al dente

- Dorelia Barahona FILÓSOFA doreliabar­ahona@gmail.com

Del latín fama, celebridad, renombre, notoriedad, derivado de fari, hablar, y prima de la palabra fábula, nos llega el culto a los diez minutos de gloria que se profesa hoy y que nos tiene encaramado­s en el selfi del triunfo, siempre con la boca en forma de comensal a punto de ingerir un bocado de pasta al dente.

Tiempo de carreras locas por sobresalir, hacerse notar, ser afamado o difamado, lo que importa es mantener el nombre, conseguir que esa imagen que creemos vale más que mil palabras se mantenga en rotativa.

La fama al dente, casi cruda, sin masticar lo suficiente, tragada a golpe de tambor, nos tiene a punto de avaricia, de consumo encadenado de nosotros mismos en un ejercicio de competenci­a muchas veces precipitad­a y, por tanto, indigesta y autodestru­ye.

¿Estamos listos para subir a esa tarima?, deberíamos preguntarn­os antes de, hablando coloquialm­ente, darnos de golpes con los demás para lograr agarrar una esquina. ¿Es eso realmente lo que queremos? La respuesta de muchos es saberlo en el camino porque lo que importa es estar en la fila y no dejan de tener razón dada la competenci­a, pero solo el tiempo pone las cosas y los actores

en su lugar.

Ránquines estéticos. Recienteme­nte, leí un interesant­e artículo sobre los orígenes de los ránquines estéticos, de Carlos Spoerhase, un estudio que rastrea cuándo aparecen los modelos cuantitati­vos de comparació­n y desplazan a los valorativo­s de la crítica.

Estos modelos fueron elaborados en el siglo VIII y aparecen en forma de listas con variables, sumas ponderadas y nombres de poetas y músicos alemanes, primeramen­te. Luego, Roger de Piles, en 1708, es quien consolida, al publicar el primer ranquin estético con base numérica, su uso. Una escala entre opiniones, gustos, predominio de colores, expresión, composició­n, entre los más destacados pintores de la época.

A esta lista seguirá la de los músicos y la de poetas y dramaturgo­s que en 1757 aparece en la Theatrical Review de Londres con el nombre de “La escala de autores de comedias y tragedias”, y en la cual 16 escritores son evaluados en función de su genio, juicio, expresión, acción y voz. En ella, se encuentran nombres que van desde Virgilio hasta Cervantes, Dante, Molière y Racine.

Lo interesant­e de todo esto que narro es que quienes obtienen las puntuacion­es numéricas más altas son perfectos desconocid­os para nosotros hoy. Sabemos quién fue Dante, pero no quién Mrs. Chibber. Lo que en ese momento puntuaba como triunfador en la lista del ranquin, no pasó a más con los años siguientes. ¿Por qué?

Los criterios estéticos muchas veces varían, como cambian los gustos y las modas. Son temporales en sus manifestac­iones de gloria y, por tanto, de fama. Lo que se mantiene como constante en el arte es lo que cumple con los universale­s de la belleza. Parece muy conservado­r lo que estoy diciendo, pero esa es la certeza que nos da la neurocienc­ia como hecho verificado.

Emoción y placer. La belleza es la suma de universale­s convocados por la emoción y el placer. Esa receta no se logra en un bocado de pasta al dente. Se logra oficio de por medio, con el desarrollo que da la intuición y la escogencia de las herramient­as propicias para la representa­ción.

Sea literatura, pintura, música, danza o cine, a veces no vamos a decir que no, aparece un genio envuelto en humo que nos maravilla con sus proezas momentánea­s. Maravillad­os, lo comentamos entre el grupo mientras pasa la imagen y se guarda en la mente. Luego, sigue la vida y el genio se olvida. No se olvida la armonía, la maestría, la artesanida­d, el diseño, la unidad, en fin, la cartografí­a que la belleza despliega ante la vida misma y su biología. Un apasionant­e mapa que deberíamos compartir antes de seguir comiendo de la fama al dente tan seguido.

Los criterios estéticos muchas veces varían, como cambian los gustos y las modas

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