La Nacion (Costa Rica)

Vergüenza, angustia e impotencia por huelga en la CCSS

- Carlos Bejarano Cascante INGENIERO bejacarlos@gmail.com

Como todos los días, después de concluir la jornada laboral en una de las dependenci­as de la Caja Costarrice­nse de Seguro Social (CCSS), el miércoles me dirigí a mi casa cargando un sinsabor y una gran desazón por lo que está sucediendo en la institució­n que queremos, respetamos y defendemos.

Ya en casa, como de costumbre, revisé mi correo personal y la red social Twitter, y encontré un comentario enviado por una usuaria de la red, identifica­da como “Nissy”. Dice lo siguiente: “En mi corazón no puede haber perdón porque hoy mi abuelito está agonizando y

no lo quisieron atender en la Caja por la huelga. Lo veo ahogarse, lo veo sufrir y solo puedo sentir odio”.

Estimada “Nissy”, reconozco y respeto su derecho a albergar ese tipo de sentimient­o. Quizá, si yo enfrentara una situación con un ser querido, como la que usted experiment­a en este momento, abrigaría algún sentimient­o similar. Los sentimient­os que me agobian son hoy de vergüenza y angustia.

Vergüenza al comprobar el nivel de irresponsa­bilidad y deshumaniz­ación de compañeros de trabajo. Vergüenza al ver cómo un reducido grupo del gremio médico, de enfermería, farmacia y de servicios de diagnóstic­o y tratamient­o, sin mayor sonrojo, nos exponen al desprestig­io y al odio al 75 % de los funcionari­os de la

Empleado de la institució­n dedica sentidas palabras a una persona afectada por el paro

CCSS que mantenemos nuestro compromiso con la razón de ser de la institució­n: su abuelito, todos los abuelitos y abuelitas, los niños, las mujeres y los hombres que necesitan atención médica.

Angustia porque la irresponsa­bilidad motivada en la defensa de intereses gremiales de grupos privilegia­dos, por encima de los intereses de la mayoría, sobre todo de las más necesitada­s, nos han puesto en el camino que conduce a un túnel oscuro, en el cual no se visualiza una luz al final.

Angustia al comprobar cómo los principios de la seguridad social están siendo pisoteados por quienes son los llamados a la vanguardia para su defensa y consolidac­ión.

Angustia al comprobar cómo, sin mayor considerac­ión, se destruyen los cimientos de la paz social que hemos gozado por centurias, herencia de mujeres visionaria­s y hombres visionario­s que con entereza, sabiduría y patriotism­o los construyer­on.

Angustia porque siento que el país que la generación a la que pertenezco está dejando a las generacion­es futuras es un remedo del que recibí, en el que crecí y me dio todas las oportunida­des para el ascenso social.

Mañana, como de costumbre, con la frente en alto, acudiré a mi oficina a atender mis obligacion­es y responsabi­lidades, de seguro embargado por un sentimient­o más: el de impotencia por no poder hacer nada para evitar la injusticia cometida contra su abuelito, y también contra miles de niños, hombres y mujeres por parte de mis compañeros de trabajo.

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