Vergüenza, angustia e impotencia por huelga en la CCSS
Como todos los días, después de concluir la jornada laboral en una de las dependencias de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), el miércoles me dirigí a mi casa cargando un sinsabor y una gran desazón por lo que está sucediendo en la institución que queremos, respetamos y defendemos.
Ya en casa, como de costumbre, revisé mi correo personal y la red social Twitter, y encontré un comentario enviado por una usuaria de la red, identificada como “Nissy”. Dice lo siguiente: “En mi corazón no puede haber perdón porque hoy mi abuelito está agonizando y
no lo quisieron atender en la Caja por la huelga. Lo veo ahogarse, lo veo sufrir y solo puedo sentir odio”.
Estimada “Nissy”, reconozco y respeto su derecho a albergar ese tipo de sentimiento. Quizá, si yo enfrentara una situación con un ser querido, como la que usted experimenta en este momento, abrigaría algún sentimiento similar. Los sentimientos que me agobian son hoy de vergüenza y angustia.
Vergüenza al comprobar el nivel de irresponsabilidad y deshumanización de compañeros de trabajo. Vergüenza al ver cómo un reducido grupo del gremio médico, de enfermería, farmacia y de servicios de diagnóstico y tratamiento, sin mayor sonrojo, nos exponen al desprestigio y al odio al 75 % de los funcionarios de la
Empleado de la institución dedica sentidas palabras a una persona afectada por el paro
CCSS que mantenemos nuestro compromiso con la razón de ser de la institución: su abuelito, todos los abuelitos y abuelitas, los niños, las mujeres y los hombres que necesitan atención médica.
Angustia porque la irresponsabilidad motivada en la defensa de intereses gremiales de grupos privilegiados, por encima de los intereses de la mayoría, sobre todo de las más necesitadas, nos han puesto en el camino que conduce a un túnel oscuro, en el cual no se visualiza una luz al final.
Angustia al comprobar cómo los principios de la seguridad social están siendo pisoteados por quienes son los llamados a la vanguardia para su defensa y consolidación.
Angustia al comprobar cómo, sin mayor consideración, se destruyen los cimientos de la paz social que hemos gozado por centurias, herencia de mujeres visionarias y hombres visionarios que con entereza, sabiduría y patriotismo los construyeron.
Angustia porque siento que el país que la generación a la que pertenezco está dejando a las generaciones futuras es un remedo del que recibí, en el que crecí y me dio todas las oportunidades para el ascenso social.
Mañana, como de costumbre, con la frente en alto, acudiré a mi oficina a atender mis obligaciones y responsabilidades, de seguro embargado por un sentimiento más: el de impotencia por no poder hacer nada para evitar la injusticia cometida contra su abuelito, y también contra miles de niños, hombres y mujeres por parte de mis compañeros de trabajo.