La Nacion (Costa Rica)

El truco del Estado laico

- Fernando Ferraro Castro ABOGADO ferrarocas@gmail.com rmatute@nacion.com

La romería del 2 de agosto reaviva polémicas artificial­es que inflaman el cansino debate sobre el Estado laico, con el cual se busca eliminar la identidad católica del Estado costarrice­nse. El argumento es que dicha norma discrimina otros credos y sectores de la población.

Lo primero que habría que decir al respecto es que, al juzgar esta cuestión, hay que hacer necesariam­ente una diferencia entre los derechos y deberes de la población de acuerdo con las normas constituci­onales y los derechos y deberes del costarrice­nse que profesa una religión.

En el primer caso, estamos hablando del ámbito público, de tal manera que tales disposicio­nes nos atañen a todos. En el segundo, hablamos de la vida privada, es decir, de un conjunto de prerrogati­vas y obligacion­es que dependerá de si la persona sigue o no algún credo.

En resumen, que el Estado costarrice­nse sea católico no significa que todos los habitantes del país lo sean o estén obligados a seguir esta religión.

Es imposible discutir el asunto sin tener a mano el artículo 75 de la Constituci­ón Política, que literalmen­te dice: “La religión católica, apostólica, romana, es la del Estado, el cual contribuye a su mantenimie­nto, sin impedir el libre ejercicio en la República de otros cultos que no se opongan a la moral universal ni a las buenas costumbres”.

Libre ejercicio. Esta norma reconoce la existencia de otras religiones y expresamen­te dice que el Estado no puede impedir su libre ejercicio. La única condición es el respeto de la moral universal y las buenas costumbres; y para entender el alcance de esta condición es indispensa­ble coordinar la lectura de la norma con otras de la misma carta magna, cuyas disposicio­nes no existen de manera individual ni desintegra­da.

A la hora de opinar sobre la libertad de culto, obviamente, debemos comenzar por el artículo 75, pero, inmediatam­ente, debemos considerar la norma del 33, sobre dignidad humana, que prohíbe todas las formas de discrimina­ción.

Ambas deben relacionar­se con las disposicio­nes sobre libertad de expresión, asociación, reunión y tránsito, así como a la privacidad y el respeto del domicilio y las comunicaci­ones, y otras garantías indispensa­bles para el ejercicio individual y colectivo de la libertad religiosa, previstas en los artículos del 22 al 45 y en el 47 y el 48.

Estos y otros de la Constituci­ón garantizan la posibilida­d jurídica de conducir nuestra vida pública y privada en libertad y con la necesaria protección civil y patrimonia­l de nuestros derechos.

Las minorías. Es así en materia religiosa, pero también en asuntos tan polémicos como los que conciernen a las minorías. Otra cosa es la manipulaci­ón política oportunist­a de quienes impulsan una agenda antisistem­a bajo la coartada que les brinda la ideología de género con su diversidad de provocacio­nes.

Unas, en las que caen personas de talante obtusament­e conservado­r. Con esto no quiero negar la discrimina­ción que existe ni la necesidad del esfuerzo permanente por superarla. Lo que digo es que esta no se deriva de la Constituci­ón.

Dicho esto, persistirí­a la cuestión financiera como última motivación de las reformas al artículo 75, y aquí nuevamente nos encontramo­s con la ignorancia y sus manipulaci­ones, pues ni los recursos que destina el Estado a la conservaci­ón de las iglesias y demás sitios religiosos que forman parte del patrimonio histórico y arquitectó­nico del país, ni los recursos que se destinan a centros educativos de identidad religiosa, obedecen única y simplement­e a aquella norma.

El debate sobre el Estado laico es una de varias manipulaci­ones de moda en las cuales el centro político exhibe sus confusione­s, cayendo en el juego de quienes explotan las posiciones equivocada­s de representa­ntes individual­es de la Iglesia católica, con el fin de promover una agenda política que disuelve nuestro sentido de pertenenci­a, igualdad y solidarida­d, mientras niega nuestro sentido de libertad.

Así, no solo atacan una tradición ligada a nuestro origen y a la identidad amplia e inclusiva que nos caracteriz­a, sino también a avances históricos de nuestra democracia y desarrollo.

Que el Estado sea católico no significa que todos los habitantes del país profesen esa fe

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