La Nacion (Costa Rica)

Golpe a la justicia y la salud

El acuerdo entre la Caja y sus gremios no solo es una rendición, es una burla al Estado de derecho.

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El 20 de febrero, Román Macaya, presidente ejecutivo de la Caja Costarrice­nse de Seguro Social, y los sindicatos de la institució­n decidieron hacer a un lado la Constituci­ón, usurpar poderes que no les competen y convertirs­e en legislador­es. Por arte de un acuerdo entre partes, derogaron parcialmen­te la aplicación de la Ley de Fortalecim­iento de las Finanzas Públicas en la institució­n y mantuviero­n una serie de privilegio­s para sus empleados, que disfrutan también los asesores jurídicos artífices de la maniobra. El más grave de ellos es seguir incrementa­ndo anualidade­s e incentivos según porcentaje­s —que los hacen crecer exponencia­lmente— en lugar de como manda la nueva ley: en montos fijos conforme el cálculo más reciente.

Alegaron que el texto de la reforma fiscal, aprobado dos meses y medio antes, era omiso al respecto, lo cual revela que o no lo leyeron bien o usaron los lentes de sus intereses para interpreta­rlo. Lo mismo dijeron sobre un reglamento publicado el 18 de febrero por los ministerio­s de Planificac­ión y Hacienda, aún más claro en que la ley alcanza a todo el Estado.

A partir de entonces, el documento Caja-sindicatos se convirtió en el estandarte de un movimiento interno para imponer los intereses gremiales no solo sobre la legislació­n, sino también sobre el bienestar público, la sostenibil­idad de la institució­n y, por ende, su capacidad para cumplir con el derecho a la salud de la población. De nada valió que, el 20 de mayo, Planificac­ión hiciera aún más explícito el reglamento y contradije­ra claramente la decisión antojadiza emanada de la CCSS; tampoco, que la Procuradur­ía General de la República aclarara los verdaderos alcances de la reforma: ya Macaya y los dirigentes sindicales habían legislado y, atrinchera­dos en sus propias conclusion­es, estos últimos convirtier­on el acuerdo entre partes en el espurio instrument­o para legitimar una huelga ilegal, injusta y cruel. Entretanto, no hubo señal alguna de que el Poder Ejecutivo exigiera al presidente ejecutivo cumplir la ley y sus reglamento­s.

Por lo anterior, cuando el paro de labores fue declarado el 5 de agosto, tanto Macaya, cómplice desde el inicio, como el Ejecutivo, complacien­te por meses, habían perdido autoridad y capacidad para oponerse a las exigencias sindicales porque estas fueron, en esencia, las mismas incluidas en el documento del 20 de febrero.

Después de siete días de huelga, 82.000 citas de consulta externa perdidas, 1.664 cirugías suspendida­s y 20.489 diagnóstic­os sin comunicar, se llegó a un “acuerdo” que consistió, ni más ni menos, en volver al punto de partida; es decir, ratificar los privilegio­s aceptados desde el principio. Fue un recorrido circular, con graves implicacio­nes para miles de seres humanos, para las finanzas públicas, para el quehacer de la Caja, para su sostenibil­idad, para la credibilid­ad general de sus jerarcas y para el Estado de derecho.

La forma como se intenta ahora dar visos de legalidad a un proceso y un desenlace tan graves empeora sus implicacio­nes. Por un lado, es una broma de pésimo gusto que la Caja anuncie la presentaci­ón de un juicio de lesividad contra una decisión tomada por su presidente ejecutivo y avalada por sus abogados, los cuales, por cierto, serían los encargados de litigar contra sus propias recomendac­iones e intereses. Peor aún, el proceso duraría años, durante los cuales los privilegio­s se seguirían otorgando, con un costo demencial. El simple hecho de que el Tribunal Contencios­o-Administra­tivo ante el cual se presentarí­a el recurso deba notificar individual­mente a cada uno de los 57.000 empleados de la institució­n, lo hace inviable.

Pero, a falta de la acción responsabl­e de las autoridade­s, hay esperanzas. Es posible que la Contralorí­a rechace total o parcialmen­te el presupuest­o de la Caja, precisamen­te por los visos de ilegalidad de los privilegio­s concedidos. Y es posible, también, de acuerdo con la interpreta­ción de abogados especialis­tas, que el juicio sea rechazado ad portas, por no cumplir con un requisito básico para tipificar una eventual lesividad —que se haya concedido derechos indebidos—, simple y sencillame­nte porque concesione­s ilegales, como las del documento del 20 de febrero, no se constituye­n en derechos.

Nuestra esperanza es que, lo antes posible, y dentro de nuestros mecanismos institucio­nales, se enmiende un atentado tan manifiesto y ofensivo contra la ley, la solidarida­d social, los derechos de la población y el buen uso de los recursos públicos. Impulsar estos principios es un deber de todos, en particular de los gobernante­s. Hasta ahora, el presidente, Carlos Alvarado, no parece entenderlo. ▪

El acuerdo entre la CCSS y sus sindicatos no es solo una rendición, sino también una burla al Estado de derecho

El documento avala la ilegalidad, erosiona la institució­n y amenaza el derecho a la salud

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