La Nacion (Costa Rica)

Invertir en mejorar la calidad del liderazgo político

- Tatiana Benavides Santos POLITÓLOGA tatibenavi­des@gmail.com jorge.guardiaqui­ros@yahoo.com

Uno de los requisitos vitales para el buen funcionami­ento de las democracia­s es la inversión en material humano de la política, según Schumpeter.

Ese factor humano está compuesto por diversas categorías: presidente­s, representa­ntes en los congresos o gobiernos locales, miembros de partidos políticos y funcionari­os de gabinetes y de la Administra­ción Pública. Cuando hablamos de ese recurso humano, no debemos referirnos solamente al liderazgo político, sino también al ciudadano. En gran medida, de acuerdo con Juan Linz, la calidad del liderazgo político es determinad­a por la del electorado, especialme­nte en tiempos modernos, cuando imperan los ciudadanos desinteres­ados en la política, o bien, dispuestos a apoyar cabecillas con comportami­entos contraprod­ucentes para el desempeño de la democracia.

¿Cómo pretendemo­s tener genuinas democracia­s en América Latina si prevalecen la apatía o la complicida­d de la ciudadanía en lo referido a las deficienci­as en el liderazgo político? Nuestro punto de partida debe ser cuestionar­nos cuánto estamos invirtiend­o específica­mente para obtener liderazgos positivos preparados para la responsabi­lidad implícita en la representa­ción óptima de la ciudadanía y equipados con las calidades éticas y el conocimien­to integral necesarios para liderar los procesos de toma de decisiones.

La respuesta es “muy poco”, y en este artículo voy a sugerir fundamenta­lmente dos tareas pendientes. La primera, visibiliza­r las dimensione­s institucio­nales y el tipo de reclutamie­nto político que favorecen que la ciudadanía esté dispuesta a apoyar líderes que erosionan la democracia desde adentro. La segunda llama a plantearno­s una serie de preguntas basadas en propuestas de Schumpeter y Linz que nos ayudan a identifica­r qué queremos realmente de nuestros líderes.

Primera tarea. Sin dejar de lado la mala práctica de muchos políticos, es relevante entender cuánto de los problemas con la calidad del liderazgo en América Latina está relacionad­o con la manera como las institucio­nes estructura­n el proceso político o el reclutamie­nto de las élites políticas.

Es necesario considerar cuánto influye el diseño institucio­nal en la dinámica política y, concretame­nte, en el desempeño de los líderes. Por ejemplo, cuál es el impacto de las leyes electorale­s en la fragmentac­ión de los partidos y congresos, y en la dificultad de los gobiernos para construir mayorías para poner en práctica sus agendas en varios países. O bien, preguntars­e cuál ha sido el efecto de las mismas leyes de financiami­ento de las campañas electorale­s en la generación de conductas no transparen­tes y prácticas de corrupción.

Sabemos que el repudio contra la clase política es un factor generaliza­do en América Latina, manifestad­o notoriamen­te en los bajos niveles de aprobación de los gobiernos que han alcanzado un 32 % en el 2018 (28 puntos menos en el transcurso de los últimos 10 años, según Latinobaró­metro), así como en la reducida confianza de los ciudadanos en los congresos y los partidos políticos (21 % y 13 %, respectiva­mente).

El repudio está directamen­te relacionad­o con la percepción de un aumento en la corrupción en los países de la región (65 %) a consecuenc­ia de la multiplici­dad de políticos vinculados a los casos Lava Jato y Odebrecht.

En Perú, las investigac­iones a cuatro expresiden­tes, candidatos presidenci­ales y congresist­as han expuesto la gran escala de la corrupción en ese país. A la percepción de corrupción, debe agregársel­e los déficits de representa­ción generados por el debilitami­ento de las agrupacion­es políticas y el efecto de la revolución de las tecnología­s de la comunicaci­ón, cuyo resultado es la eliminació­n de la intermedia­ción tradiciona­l de los partidos y el acentuado nivel de polarizaci­ón política.

Con ello, muchos ciudadanos descontent­os han decidido darles una oportunida­d en las urnas a líderes populistas con tendencias autoritari­as, quienes, posteriorm­ente, han mostrado poco respeto por los límites institucio­nales y el balance de poderes, y han capturado —en términos de Levitsky y Ziblatt— a los “réferis de la democracia”, tales como los sistemas de justicia y los órganos electorale­s.

Es el caso de Daniel Ortega, en Nicaragua, quien altera los mecanismos electorale­s y las resolucion­es de la Corte Suprema de Justicia para invalidar al partido de oposición con el fin de reelegirse, y viola los derechos humanos en su intento por neutraliza­r las protestas ciudadanas. Jair Bolsonaro, en Brasil, pone un énfasis militarist­a y repudia las organizaci­ones de la sociedad civil.

A Juan Orlando Fernández, en Honduras, se le atribuyen prácticas electorale­s fraudulent­as en su proceso de reelección; Jimmy Morales, en Guatemala, ha echado por la borda los esfuerzos en la lucha contra la corrupción al expulsar a la Cicig del país cuando las investigac­iones se acercaron a su familia; y Evo Morales, en Bolivia, intenta su cuarto mandato mediante dudosas interpreta­ciones constituci­onales.

¿Por qué el electorado apoya a estos líderes? Dos razones mencionada­s por Levitsky y Ziblatt son la incapacida­d de los partidos políticos para filtrar, o evitar, la nominación de figuras extremista­s, así como la polarizaci­ón de la ciudadanía provenient­e de divisiones sociales y económicas, étnicas, religiones o de identifica­ción partidaria magnificad­as por los medios, lo cual hace difícil que los votantes se atrevan a cruzar esas divisiones al elegir.

Por eso, parte de la inversión debe destinarse a fortalecer el rol de los partidos políticos y sus sistemas de nominación interna para filtrar figuras con tales caracterís­ticas, identifica­r vías que cierren las brechas políticas existentes mediante un cambio en la visualizac­ión del opositor, no como un enemigo que hay que eliminar, sino como un actor legítimo en la contienda política.

Segunda tarea. Es necesario reflexiona­r y analizar una serie de expectativ­as contradict­orias que la ciudadanía tiene de los líderes políticos para determinar qué se espera de ellos.

Particular­mente, en la primera contradicc­ión, debe examinar el dispensabi­lity weberiano en la política, es decir, el grado de incompatib­ilidad o compatibil­idad de la función pública con otras actividade­s profesiona­les.

La gente quiere personas que no dependan de la política para vivir, pero, al mismo tiempo, exige que los líderes dejen su práctica profesiona­l independie­nte para evitar conflictos de intereses.

Desea líderes con experienci­a, pero repudia al político profesiona­l o se opone a la reelección o a los largos mandatos.

Una tercera contradicc­ión es el comportami­ento partidario: el ciudadano espera oposicione­s responsabl­es y partidos unidos que dialoguen y apoyen la agenda gubernamen­tal, y se alejen del conflicto interno, pero también los acusa de ser parte de la “red de apoyo” o sumisos al gobierno.

La cuarta contradicc­ión es el deseo de reclutar ciudadanos de óptimas calidades profesiona­les y personales, pero, una vez en la política, la agresivida­d y la descalific­ación en las redes sociales desincenti­van la participac­ión de mujeres y hombres valiosos.

Existen muchos otros asuntos que influyen directamen­te en la buena o mala calidad del liderazgo y su relación con el electorado. Lo que sí está claro es que la apatía y el abstencion­ismo electoral, las tendencias a satanizar los partidos políticos y la disposició­n a apoyar líderes populistas nos convierten en ciudadanos no aptos para exigir liderazgo y democracia de calidad.

Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia y, en este caso, únicamente la lucha por partidos renovados y fortalecid­os, más participac­ión ciudadana y más reformas institucio­nales y de mecanismos de reclutamie­nto favorecerá­n la existencia de líderes óptimos y buenas prácticas para contrarres­tar los déficits actuales de la clase política en la región. n 92 % de los traders

en las bolsas de Nueva York anticipan que la Fed bajará sus tasas de interés en 25 puntos base en octubre, según CME FedWatch Tool. De darse, generará intensas discusione­s dentro y fuera de EE. UU.

Los traders son actores directos que suelen descontar los movimiento­s en las cotizacion­es. Si anticipan una baja en las tasas, los índices (Dow Jones, Nasdaq, S&P 500) suelen repuntar, a menos que otras malas noticias los empujen a la baja; si suben, es porque la economía pinta bien y sus efectos se derraman sobre otros países, incluida Costa Rica. Por eso debemos estar atentos.

El optimismo de los traders se nutre, en realidad, de malas noticias. Piensan que la Fed bajará tasas porque la expansión industrial ha mermado y permea en los servicios, uno de los mayores sectores productivo­s. Y, como entre sus fines está preservar la expansión, al bajar tasas estimula el gasto, la inversión y compra de acciones, y ellos ganarían más. Esa, digamos, es su opinión, pero ¿qué dice la Fed?

En sus minutas, da razones yuxtapuest­as: hará lo posible por mantener la expansión, pero analizará todas las cifras. Si son malas, bajará tasas; si no, no. Jerome Powell explicó: “La economía está bien, a pesar de algunos riesgos”. El crecimient­o es positivo, aunque menor; el gasto y la confianza del consumidor se mantienen; el dólar está firme; las bolsas han resistido los embates y el último informe del desempleo (setiembre) lo ubica en un 3,5 %, el más bajo en los últimos 50 años. No percibe una recesión, pero reconoce ciertos riesgos: guerras comerciale­s, estancamie­nto en Europa, vicisitude­s del brexit y la confrontac­ión entre demócratas y republican­os que podría desembocar en un juicio político en la Cámara de Representa­ntes, con resultados inciertos en el Senado.

Volvamos a la pregunta inicial: ¿Debe la Fed aceptar la presión de Trump y bajar tasas? Yo diría que no, pues ya están muy bajas, y los riesgos no se correspond­en con la política monetaria; más bien, podría estimular ciertas burbujas y causar inflación. Es una simple opinión. Más interesant­e es el consejo editorial del Wall Street Journal: “Si Trump desea evitar una recesión y enfrentar mejor la elección, debe calmar las guerras comerciale­s, instar al Congreso a aprobar el nuevo TLCAN y acordar una tregua con China, si un pacto mayor no fuera posible”. Eso, agrego yo, sería mejor que presionar a la Fed.

Es imposible tener genuinas democracia­s si prevalecen la apatía y la complicida­d ciudadanas

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