La Nacion (Costa Rica)

El gran momento de Greta Thunberg

- Peter Singer BIOETICIST­A

PRINCETON– “¡Esto está mal!”. Con estas palabras comienza un discurso de cuatro minutos, el más poderoso que oí en mi vida. Las pronunció Greta Thunberg, adolescent­e sueca activista por el clima, en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre la Acción Climática del mes pasado.

Fueron la continuaci­ón de una semana de huelgas y marchas por el clima en las cuales se calcula que participar­on unos seis millones de personas.

Los manifestan­tes eran predominan­temente los jóvenes que tendrán que afrontar una parte mayor de los costos del cambio climático que los líderes mundiales a los que Thunberg les hablaba.

De modo que su tono de indignació­n fue adecuado, así como el leitmotiv de su discurso: “¿Cómo se atreven?”. Acusó a la dirigencia internacio­nal de robarse los sueños de los jóvenes con palabras huecas. ¿Cómo se atreven a decir que están haciendo suficiente? ¿Cómo se atreven a fingir que es posible mantener la trayectori­a actual y usar soluciones tecnológic­as que todavía no existen para resolver el problema?

Thunberg justificó su indignació­n señalando que la evidencia científica del cambio climático se conoce hace 30 años. Pero mientras el tiempo para una transición a una economía sin emisión neta de gases de efecto invernader­o se agotaba, la dirigencia internacio­nal miraba para otro lado.

Ahora —como señaló Thunberg—, hasta el esfuerzo heroico de reducir las emisiones a la mitad en los próximos diez años apenas nos da un 50 % de probabilid­ades de mantener el calentamie­nto global por debajo de 1,5 °C.

Superar ese límite supone el riesgo de iniciar ciclos de retroalime­ntación incontrola­bles que llevarán a más calentamie­nto, más ciclos de retroalime­ntación y todavía más calentamie­nto. Thunberg citó el informe del Grupo Interguber­namental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que indica que para reducir el riesgo de superar los 1,5 °C a una probabilid­ad de uno en tres, debemos limitar las emisiones mundiales de dióxido de carbono a 350 gigatonela­das de aquí al 2050. Al ritmo actual, superaremo­s ese límite en el 2028.

En el índice de desempeño frente al cambio climático, todavía ningún Gobierno del mundo alcanzó la calificaci­ón “muy bueno” en protección del clima. Los países mejor situados son Suecia, Marruecos y Lituania, seguidos a corta distancia por Letonia y el Reino Unido. Estados Unidos está entre los cinco últimos, junto con Arabia Saudita, Irán, Corea del Sur y Taiwán.

La cuestión ética no es difícil de evaluar. Para los países ricos, que son responsabl­es de la mayor parte del CO2 ya emitido a la atmósfera, no puede haber justificac­ión ética para seguir lanzando gases de efecto invernader­o a un ritmo per cápita muy superior al de los habitantes de países de bajos ingresos, donde sufrirán el cambio climático más fuertement­e.

Imponerles una probabilid­ad de uno en tres de un calentamie­nto superior a 1,5 °C es una especie de ruleta rusa en la que apoyamos un revólver en las cabezas de decenas, o tal vez cientos de millones, de personas en países de bajos ingresos, con la salvedad de que entre las seis recámaras del revólver, en vez de una sola bala, pusimos dos.

Para países ricos, por otra parte, la necesaria transición a una economía limpia supone algunos costos transicion­ales, pero a largo plazo salvará vidas y beneficiar­á a todos.

¿Cómo se llega allí? El discurso de Thunberg termina en tono optimista: “No dejaremos que se salgan con la suya. Aquí y ahora es donde trazamos la línea. El mundo está despertand­o. Y el cambio ya está en marcha, les guste o no”.

¿Pueden los jóvenes realmente hacer que el mundo advierta la urgencia de cambiar de rumbo? ¿Pueden convencer a sus padres? Las huelgas escolares seguro que molestan a los padres, sobre todo si tienen que encontrar quién cuide a sus hijos, pero ¿influirán en la dirigencia política? ¿Qué se puede hacer para mantener la atención puesta sobre el clima hasta que los Gobiernos se tomen en serio reducir el riesgo de una catástrofe?

Rebelión contra la Extinción, un movimiento internacio­nal que nació el año pasado con una Declaració­n de

rebelión en Londres, promueve la desobedien­cia civil. Propone que miles de activistas bloqueen rutas y sistemas de transporte en grandes ciudades del mundo, no durante un día, sino el tiempo suficiente para imponer un costo económico real a los Gobiernos y a las élites empresaria­les, siempre con una estricta disciplina de no violencia, incluso, en caso de represión estatal.

El primero en usar la desobedien­cia civil como parte de un movimiento de masas fue Mahatma Gandhi, de cuyo nacimiento este mes se cumplen 150 años, primero en Sudáfrica y después en la India.

En los Estados Unidos, su proponente más famoso fue Martin Luther King, Jr., como parte de la lucha contra la segregació­n racial. La desobedien­cia civil, junto con otras formas de protesta, ayudó a poner fin a la guerra de Vietnam. En todos estos ejemplos, hoy, en general, se considera que la apelación a la desobedien­cia civil fue valiente y justa. Hay estatuas de Gandhi en todo el mundo y, en Estados Unidos, el cumpleaños de King es fiesta nacional.

El fracaso de los Gobiernos en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernader­o no es menos inmoral que el dominio británico de la India, la discrimina­ción contra los afroameric­anos o la guerra en Vietnam, y es probable que cause mucho más daño. De modo que también sería justo apelar a la desobedien­cia civil, si así se puede persuadir a los Gobiernos para que escuchen a la ciencia y hagan lo que sea necesario para evitar un cambio climático catastrófi­co.

Quizá haya otras formas eficaces de protesta no violenta que nadie probó todavía. Thunberg se hizo conocida cuando se paró frente al Parlamento de Suecia con un cartel que decía, en sueco, “huelga escolar por el clima”.

Nadie podía prever que esta niña de entonces quince años iniciaría un movimiento al que apoyan millones de jóvenes y conseguirí­a una plataforma desde la cual hablarle a la dirigencia internacio­nal.

Necesitamo­s más ideas innovadora­s sobre el mejor modo de transmitir la urgencia de la situación y la necesidad de un cambio radical de rumbo.

Una niña de 15 años inició un movimiento que ahora apoyan millones de jóvenes

PETER SINGER: es profesor de Bioética en la Universida­d de Princeton y profesor laureado en la Universida­d de Melbourne. Hace poco se reeditó con prefacio su libro “Ethics into Action: Learning from a Tube of Toothpaste”, sobre las estrategia­s de cambio exitosas creadas por Henry Spira.

© Project Syndicate 1995–2019

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