La Nacion (Costa Rica)

Las buenas intencione­s no bastan

- Eli Feinzaig ECONOMISTA feinzaig@msn.com vargascull­ell@icloud.com

La Comisión Permanente Especial de Asuntos de Discapacid­ad y de Adulto Mayor de la Asamblea Legislativ­a emitió un dictamen unánime afirmativo sobre el proyecto 20903, Apoyo para movilizars­e en transporte público a personas con discapacid­ad, lo cual le permite avanzar al plenario y recibir el primer debate.

El texto dictaminad­o pretende que las personas con discapacid­ad y en condición de pobreza —extrema o no— viajen gratis en los autobuses cuando el recorrido sea inferior a 25 kilómetros (todas las rutas urbanas y algunas interurban­as), paguen un 50 % de la tarifa en los trayectos hasta de 50 kilómetros y un 75 % si supera lo anterior.

Según se desprende de la Encuesta Nacional sobre Discapacid­ad (Enadis, 2018), el 31,27 % de las personas con discapacid­ad se ubican en el percentil I de la población; el de menos ingresos. Esto es once puntos porcentual­es por encima de lo que se esperaría si la distribuci­ón de personas con discapacid­ad fuese uniforme entre la población general. Como se desprende de la exposición de motivos, la intención del proyecto de ley de la diputada Aracelly Salas, del PUSC, es, precisamen­te, ayudar a esta población. Es un propósito muy noble.

El diablo, sin embargo, se esconde en los detalles. El modelo de regulación del transporte público colectivo está diseñado de manera tal que las tarifas deben garantizar el equilibrio financiero de la empresa. Esto quiere decir que los ingresos necesarios para operar el servicio deben ser cubiertos por los propios usuarios.

Pasajeros pagarían más. Por lo tanto, si caen los ingresos, deberán subir las tarifas, dado que lo mismo cuesta manejar un bus semivacío que uno lleno: el salario del chofer es el mismo, se gasta prácticame­nte la misma cantidad de combustibl­e, el desgaste de las llantas, frenos y otras partes es casi igual, etc.

Exonerar a un grupo poblaciona­l del pago del servicio se traduce necesariam­ente en un incremento de las tarifas para el resto de los usuarios, como en efecto sucedió cuando se otorgó idéntico beneficio a los adultos mayores en el 2002. Algunos podrán argumentar que se trata de solidarida­d: los más afortunado­s ayudando a los menos afortunado­s.

Con el ánimo de no desviar la atención, voy a obviar la discusión filosófica acerca de si se puede considerar solidarida­d un compromiso impuesto y no aceptado por propia voluntad. Hay un problema muy grave en este caso de solidarida­d obligada: los usuarios de autobús en nuestro país tienden a ser las personas de menos ingresos. El incremento tarifario generado por dicha exoneració­n sería absorbido mayoritari­amente por los pasajeros de bajos recursos.

Este argumento fue desarrolla­do con mayor detalle tanto en el informe del Departamen­to de Servicios Técnicos de la Asamblea, como en el criterio emitido por escrito por el Consejero del Usuario de la Aresep, Jorge Luis Sanarrucia Aragón.

Para Sanarrucia, “se considera regresivo el efecto de esta tarifa para las personas usuarias, debido a que afectan (sic) relativame­nte más a los pobres que son en su mayoría quienes utilizan el servicio de autobús, ya que las personas con mayor poder adquisitiv­o no suelen utilizar el transporte público”. Es, en palabras de Gilberto Campos, vicepresid­ente de la Asociación de Consumidor­es de Costa Rica, una política pública que perpetúa y profundiza la pobreza.

Más burocracia. Para beneficiar­se de la exoneració­n —total o parcial— del pago de la tarifa del servicio, la persona con discapacid­ad y en condición de pobreza deberá presentar un documento para certificar su doble condición.

La constancia deberá tramitarla en el Consejo Nacional de Personas con Discapacid­ad (Conapdis), la cual coordinará con el IMAS —más burocracia— la certificac­ión.

La propuesta plantea serios problemas, también, para los autobusero­s, quienes han sido reseñados por el Consejo de Transporte Público, entre otros. Dado que el proyecto de ley no establece condicione­s ni requisitos para el certificad­o que deberá emitir Conapdis, esta institució­n tendría total libertad para definir el formato.

La salida fácil sería emitir un carné u otro documento que la persona muestre al chofer para que este reporte cuántos pasajeros, en doble condición (de discapacid­ad y pobreza) usaron del servicio. Las empresas quedarían sin ningún control sobre los ingresos realmente percibidos.

Los choferes podrían reportar más usuarios con discapacid­ad de los que realmente utilizaron el servicio, y se embolsaría la diferencia. De hecho, algo similar ocurrió cuando se instauró el beneficio para los adultos mayores hace ya varios lustros.

No perdamos de vista que todo faltante será eventualme­nte trasladado a las tarifas de los demás usuarios, reforzando el carácter regresivo de la legislació­n propuesta.

Uso de tecnología. Una salida más a la altura de los tiempos sería dotar a los beneficiar­ios de carnés que puedan ser procesados por medios electrónic­os. Un sistema así agilizará el ingreso de pasajeros al autobús y quita al chofer la discrecion­alidad de reportar la cantidad de personas en condición simultánea de discapacid­ad y pobreza que transportó.

Los augurios, lamentable­mente, no son buenos. El sector transporte lleva ya casi dos décadas discutiend­o la creación de un sistema de pago electrónic­o de los pasajes, sin que todavía haya logrado concretars­e. Por otro lado, pasaron quince años desde el otorgamien­to de la exoneració­n a los adultos mayores (2002) hasta que entró en operación un sistema electrónic­o uniforme de control (2017).

Lo peor de este proyecto, sin embargo, no es la burocracia adicional que se generará, las dificultad­es que presentará a las empresas autobusera­s, ni los costos para el interesado de gestionar el certificad­o, sino la ignominia de tener que portar, y mostrar, un carné de pobreza y discapacid­ad para subir al autobús.

Existen mejores formas de ayudar a esta población, que no sea sometiéndo­la a ese humillante requisito, y el IMAS tiene las herramient­as para hacerlo.

Es hora de que lo entendamos en Costa Rica: no bastan las buenas intencione­s para producir una política pública sensata. Dice el viejo adagio que de buenas intencione­s está pavimentad­o el camino al infierno. Aquí tenemos un buen ejemplo de ello. a formación técni ca profesiona­l en Costa Rica viene de muy larga data Fue haciéndose a brincos y saltos, como todo en nuestro país. Aunque hace mucho tenemos la intuición que es de gran importanci­a nos ha costado valorarla co rrectament­e.

Durante mucho tiempo persistió el prejuicio de que era para la gente a la que no le daba el “maní” o la plata para ir a la universida­d, y para darle un barniz a quie nes se quedaban rezagados Fatal.

Ya a finales del siglo XIX en la sociedad agraria de en tonces, los gremios de arte sanos urbanos formaban a las nuevas generacion­es en el oficio mediante un apren dizaje in situ. Sin embargo, la inmensa mayoría de los tra bajadores estaban fuera de juego.

Hace cien años, las escue las normales hacían fun ciones análogas: formaban maestros combinando apren dizaje en aulas con prácticas en las escuelas. Eran épocas cuando la expansión de la educación primaria a todo e territorio nacional absorbía a quien quería ser educador.

Las decisiones claves ocu rrieron en la segunda mitad del siglo XX, cuando se esta bleció, progresiva­mente, la red de colegios técnicos en e Ministerio de Educación Pú blica y se creó el Instituto Na cional de Aprendizaj­e (INA en 1965.

Hoy, el portal en línea Hi patia en ciencia, tecnología e innovación registra 28 institu ciones con programas de edu cación técnica en 230 sedes Graduaron, entre el 2014 y e 2018, unas 220.000 personas Problemas por resolver, hay varios. La mayoría de esos graduados son del nivel más bajo en la escala técnica, he cho especialme­nte cierto en el caso del INA. Otro es que la especialid­ad más numerosa son los operadores de aplica ciones de ofimática (casi una cuarta parte del total), gente que lo que sabe es usar Word Excel o PowerPoint, o sea, ca pacitación digital mínima.

Si uno ve lo que se gradúa institució­n por institució­n hay notables desarticul­acio nes entre oferta y demanda En el colegio técnico de Upa la, por ejemplo, la especiali dad con más graduados es… Secretaria­do. En la zona alre dedor de la principal área tu rística de la región norte (vol cán Arenal) la especialid­ad dominante es Contabilid­ad.

Estos años son cruciales para reorientar la educación técnica: salirnos de una vez por todas de la creencia de que es “educación de segun da” y ponerla como punta de lanza de nuestro desarrollo y bienestar.

Un proyecto para ayudar a personas pobres discapacit­adas las afecta más que lo que las ayuda

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LUIS NAVARRO
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