La Nacion (Costa Rica)

Crisis sin violencia en Perú

La gran incógnita es si podrá conducir a la renovación político-institucio­nal tan necesaria en el país.

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El último día de setiembre y en los primeros de este mes Perú se precipitó en una profunda crisis político-institucio­nal. Surgió de un choque definitivo entre el presidente, Martín Vizcarra, y el Congreso, dominado por una oposición obstruccio­nista, que condujo, en medio de múltiples y aceleradas incidencia­s, a la disolución y la convocator­ia de nuevas elecciones legislativ­as.

Lo sorprenden­te no es el enfrentami­ento porque, de hecho se presagiaba, sino que, al menos hasta ahora, se haya desarrolla­do inmerso en una gran tranquilid­ad. La esperanza es que su evolución siga de esa manera y se logre resolver de un modo que garantice la continuida­d de las normas democrátic­as, la paz social y la gobernabil­idad en el futuro.

Desde que en las elecciones generales del 2016 el economista Pedro Pablo Kuczynski derrotó a Keiko Fujimori por mínima ventaja, y el partido de esta, Fuerza Popular (FP), obtuvo una abrumadora mayoría en el Congreso, el proceso de confrontac­ión comenzó a gestarse. Keiko, hija del exdictador Alberto Fujimori, y sus aliados adoptaron como principal estrategia entorpecer el desempeño del presidente.

El trasfondo se complicó al destaparse poco después, como en muchos otros países latinoamer­icanos, el megaescánd­alo de corrupción en el que está implicada la constructo­ra brasileña Odebrecht. En vista de la inminencia de un proceso legislativ­o para destituirl­o, Kuczynski renunció y fue sustituido por Vizcarra, su vicepresid­ente. Hoy, está en prisión domiciliar­ia mientras se lleva a cabo el juicio por la presunta recepción de sobornos cuando fue ministro. Pero el escándalo terminó envolviend­o a casi todas las grandes figuras políticas del país. Dos expresiden­tes —Alejandro Toledo y Ollanta Umala— también aguardan procesos judiciales; un tercero, Alan García, se suicidó antes de ser apresado; y Keiko Fujimori está en prisión preventiva. La corrupción se le atribuye, asimismo, a una enorme cantidad de diputados, particular­mente del FP.

Al asumir el cargo de presidente, en marzo del pasado año, tras la salida de Kuczynski, Vizcarra, su vice, tomó la decisión de combatir la corrupción y, como parte de esa misión, promover cambios institucio­nales en Perú, sobre todo, modificar la forma de selecciona­r a los magistrado­s, cuya probidad ha sido severament­e cuestionad­a, y con razón. Estas medidas condujeron a un enfrentami­ento directo con la mayoría fujimorist­a en el Congreso, que se negó a considerar una reforma legislativ­a para modificar los procesos de nombramien­to. Vizcarra tomó esa decisión como un voto de desconfian­za y, sobre esta polémica interpreta­ción, procedió a disolver el Congreso, invocando un artículo constituci­onal que autoriza a hacerlo cuando se da un voto de desconfian­za o censura contra el mandatario.

Su decisión tuvo el respaldo de las Fuerzas Armadas y la Policía. También parece contar con un gran apoyo popular. Además, más allá de su interpreta­ción de la Constituci­ón, la cual deberá ser dilucidada en instancias judiciales, Vizcarra ha seguido los procedimie­ntos establecid­os en ella, principalm­ente, para convocar elecciones legislativ­as adelantada­s. Más aún, no ha suspendido ninguna otra autoridad, ni dado muestra alguna de querer asumir un control del poder fuera del que compete a sus funciones. Por esto, la situación peruana actual dista mucho de lo sucedido en 1992, cuando Alberto Fujimori disolvió el Congreso y detentó el poder, lo cual condujo a una virtual dictadura.

En lo inmediato, el gran desafío es evitar que la confrontac­ión escale y ponga en riesgo la democracia. A mediano plazo, sin embargo, lo que está de por medio es mucho más trascenden­tal: si la crisis, hasta ahora pacífica, conducirá a una real renovación de la política y sus actores, así como a reformas institucio­nales profundas, o si, después de las próximas elecciones, simplement­e reproducir­á los males que condujeron a la situación actual. Es prematuro hacer prediccion­es, pero, de momento, la oportunida­d existe, y dependerá de los políticos sanos y de los ciudadanos convertirl­a en hechos tangibles.

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