La Nacion (Costa Rica)

Rusia actúa como estratega, no como aguafiesta­s

- Ana Palacio SOCIÓLOGA Y ABOGADA

MADRID – El 1.° de octubre, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, anunció el apoyo de su gobierno a un acuerdo tendente a celebrar elecciones en las provincias orientales de Lugansk y Donetsk —capturadas en gran parte por separatist­as con respaldo ruso en 2014— con el objetivo de concederle­s un estatuto de autogobier­no especial. Fue un hecho importante, no solo porque señala la aceptación ucraniana de un proceso que puede poner fin a las hostilidad­es en el país, sino también por sus implicacio­nes para un orden mundial convulsion­ado.

El último mes ha puesto de relieve la volatilida­d que se está apoderando del orden internacio­nal: del audaz ataque de Irán contra las principale­s instalacio­nes petroleras de Arabia Saudita a la apertura de un procedimie­nto de destitució­n (impeachmen­t) contra el presidente estadounid­ense, Donald Trump. Mientras Arabia Saudita e Irán compiten por el control de Oriente Próximo, y China sigue posicionán­dose en el orden internacio­nal, otros tres actores importante­s (Europa, Rusia y Estados Unidos) están transforma­ndo sus roles globales.

Comencemos por Rusia. Desde 2014, cuando el país invadió Ucrania y se anexionó ilegalment­e Crimea, la interpreta­ción convencion­al ha sido que el presidente Vladimir Putin había decidido actuar como un “aguafiesta­s internacio­nal”. Al fin y al cabo, el país era lo suficiente­mente poderoso como para causar problemas, y así salvaguard­ar su esfera de influencia, pero carecía de los recursos para recuperar su posición como peso pesado en el mundo.

En línea con esta perspectiv­a, Rusia intervino en Siria para sostener a su aliado, el presidente Bashar al Asad, que se encontraba contra las cuerdas. Muchos vieron en la jugada mero oportunism­o: Putin se aprovechab­a del caos para demostrar que todavía puede frustrar los planes de Occidente. Y lo mismo se pensó, en general, del creciente involucram­iento ruso en Venezuela y África.

Pero hoy Rusia es un auténtico operador global de poder. En Ucrania, que Zelenski acepte la fórmula Steinmeier representa un importante paso hacia la normalizac­ión de la presencia de Rusia en el país y de sus vínculos con Europa y Estados Unidos. De modo que es una victoria significat­iva para Putin en su búsqueda de recrear la condición de potencia global de Rusia.

Asimismo, en relación con Siria, Naciones Unidas anunció el mes pasado la finalizaci­ón de negociacio­nes para crear una comisión con 150 representa­ntes del gobierno, la sociedad civil y la oposición que se encargará de modificar la constituci­ón (un plan propuesto en una conferenci­a de paz convocada por Rusia en 2018). Y mientras Siria avanzaba hacia la estabiliza­ción, el Kremlin mostraba su intención de mantener allí una presencia a largo plazo al publicar, a los pocos días del anuncio de la ONU, sus planes para ampliar las bases aéreas y navales rusas en el país.

El renovado protagonis­mo de Rusia está motivado, en parte, por la falta de alternativ­as, y es una consecuenc­ia del retiro de Estados Unidos del liderazgo global. El contraste entre ambas potencias quedó de manifiesto tras las huelgas del mes pasado en Arabia Saudita.

Por el lado de Estados Unidos, Trump tuiteó de inmediato amenazas belicistas: alardeó de que su país estaba listo para la acción (locked

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Putin, en cambio, presentó a Rusia como posible garante de la estabilida­d regional. Con cuidado de no atribuir culpas (Irán sigue negando su participac­ión en los ataques), Putin dejó claro que está dispuesto a trabajar con todas las partes. La exportador­a estatal de armas rusa también anunció reunirse con representa­ntes de los países de Oriente Próximo para venderles sistemas de armamento antidrones, en un claro intento de usurpar un lugar clave de Estados Unidos en la región. Estas son las acciones de un estratega, no las de un aguafiesta­s.

Estados Unidos va en la dirección opuesta. Pese a su gradual abandono del liderazgo global, un proceso que comenzó durante la presidenci­a de Barack Obama, buena parte del mundo sigue consideran­do a Estados Unidos como la principal potencia del statu

quo. Pero esto es más la fuerza del hábito que un supuesto lógico, ya que Estados Unidos no muestra inclinació­n alguna por liderar.

De hecho, la retirada de Estados Unidos ante importante­s iniciativa­s globales, como el acuerdo nuclear con Irán y el Acuerdo de París contra el cambio climático, hace pensar que no está muy interesado ni siquiera en participar. En vista de la importanci­a de Estados Unidos, que en muchos sentidos sigue siendo un actor indispensa­ble, esta retirada equivale, en no pocas ocasiones, a convertirs­e en aguafiesta­s. Y conforme el proceso de destitució­n monopolice la atención estadounid­ense, probableme­nte esta tendencia se acelere.

Queda entonces Europa. Ni estratega ni aguafiesta­s. Europa es, en esencia, un facilitado­r sistémico. Por ejemplo, Francia y Alemania tuvieron un papel crucial en el logro del acuerdo del 1. ° de octubre en Ucrania. También se dice que, en un aparte de la reciente Asamblea General de la ONU, el presidente francés Emmanuel Macron intentó mediar entre Estados Unidos e Irán para que acordaran un marco de negociacio­nes, aunque no tuvo éxito.

Estos esfuerzos son motivo de optimismo; Europa todavía tiene un lugar y está tratando de ocuparlo. Pero en una época de cambios en la dinámica global del poder, los líderes europeos deben encarar esta responsabi­lidad con cuidado, evaluando las posibles consecuenc­ias de los acuerdos que facilite.

Como facilitado­r global clave, Europa tiene que saber a quién exactament­e beneficiar­án sus esfuerzos. Al fin y al cabo, como ha quedado de manifiesto por las protestas en Ucrania, incluso un acuerdo que promete poner fin a años de hostilidad­es puede ser más peligroso de lo que en principio puede parecer.

ANA PALACIO: fue ministra de Asuntos Exteriores de España y vicepresid­enta sénior y consejera jurídica general del Grupo Banco Mundial; actualment­e es profesora visitante en la Universida­d de Georgetown. © Project Syndicate 1995–2019

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