La Nacion (Costa Rica)

Nicaragua y los grandes empresario­s frente a la crisis

- Carlos Fernando Chamorro PERIODISTA NICARAGÜEN­SE carlosf.chamorro@confidenci­al.com.ni

Las más recientes proyeccion­es del Banco Mundial confirman que Nicaragua experiment­ará este año un decrecimie­nto económico del 5 %, es decir, una caída mayor que el 3,8 % registrado el año pasado; mientras, en el 2020, se proyecta un decrecimie­nto del 0,5 % y, un año después, en el 2021, la economía se mantendrá en su cuarto año de recesión consecutiv­o, con un crecimient­o de 0,6 %, siempre menor al 1 %.

El pronóstico, bastante más conservado­r que las estimacion­es hechas por economista­s independie­ntes, contradice los cálculos oficiales difundidos por la propaganda gubernamen­tal.

El presidente del Banco Central, Ovidio Reyes, alega que la economía ya se ha recuperado y el próximo año crecerá entre un 1 y un 2 % para retomar la senda del 4 % y 5 % de crecimient­o anterior a la crisis que estalló en abril del 2018, generada por la represión de la dictadura.

Desde antes de la crisis de abril, la credibilid­ad del Banco Central se había devaluado por el alineamien­to partidario de su presidente, el retraso en la publicació­n de las estadístic­as económicas y la manipulaci­ón de los indicadore­s de pobreza. Pero, más allá de cuál es la verdadera magnitud del decrecimie­nto económico, no se puede ocultar una inmensa tragedia social que afecta a centenares de miles de familias nicaragüen­ses.

La paralizaci­ón de la inversión privada durante dos años consecutiv­os, a consecuenc­ia de la imposición de una dictadura sangrienta y el estado de sitio, significa la pérdida de más de 400.000 empleos, la migración masiva de 80.000 personas y el empobrecim­iento paulatino de casi dos millones de nicaragüen­ses.

La única fuente de crecimient­o económico que se mantiene es el flujo de remesas enviadas por los nicaragüen­ses desde el exterior a sus familias. Pero sin una reforma política para convocar elecciones libres, no habrá inversión privada nacional ni extranjera ni volverá la cooperació­n externa, sino que, por el contrario, la situación podría empeorarse a consecuenc­ia de nuevas sanciones internacio­nales en contra de la dictadura.

Brutal sanción. El aferramien­to de Ortega al poder, a pesar de estar inhabilita­do para gobernar después de la matanza de abril, les ha impuesto a los pobres y a la clase media una sanción brutal con más desempleo y empobrecim­iento, y castiga a los agentes económicos con una recesión que se prolongará mientras dure la crisis política. Ortega es el responsabl­e directo de la grave crisis política, económica y social, pero los más altos funcionari­os y asesores financiero­s de su gobierno —en Hacienda, Banco Central, Asamblea Nacional y Ministerio de Fomento, Industria y Comercio, y sus representa­ntes en los organismos internacio­nales— también han asumido una correspons­abilidad al endosar la narrativa oficial del supuesto golpe de Estado para justificar la negativa del régimen a negociar las reformas políticas. Aunque la estrategia que promueven de “parches económicos”, reformas recaudator­ias y cortinas de humo, como las del presidente del Banco Central, tampoco han logrado frenar el deterioro de la situación económica.

Igual que el jefe del Ejército, general Julio César Avilés, quien ha tolerado la creación de las bandas paramilita­res al margen de la ley, los altos funcionari­os económicos Ovidio Reyes, Iván Acosta, Bayardo Arce, Wálmaro Gutiérrez, Paul Oquist y Orlando Solórzano, entre otros, dejaron de actuar bajo una racionalid­ad de Estado para asumir un rol de complicida­d con una dictadura sangrienta.

Ellos, que fueron los operadores de Ortega para orquestar la alianza económica con el gran capital entre el 2009 y el 2018, justifican hoy la permanenci­a de Ortega en el poder, sin ninguna capacidad para articular alianzas nacionales o internacio­nales, a costa del deterioro de la situación económica.

País postrado. Un año después de la imposición del estado de sitio de facto, el país sigue postrado y no se vislumbra ninguna solución económica, sino más bien dos años más de recesión, si antes no hay una negociació­n política. Sin embargo, ni la inercia de la crisis económica ni la presión externa son suficiente­s para promover una salida política, si no hay más presión cívica, no solo del movimiento azul y blanco, que desafía el estado de sitio, sino también de los grandes empresario­s, que representa­n el músculo más dinámico de la economía nacional.

El dilema es esperar los resultados del deterioro de la crisis o correr riesgos y contribuir a marcar un rumbo de salida ahora. Agotada su capacidad de interlocuc­ión con la pareja presidenci­al, los líderes de los grandes grupos económicos enfrentan el desafío de asumir una posición diáfana ante la nación y, particular­mente, frente a los sectores público y privado, a favor del cambio político democrátic­o.

Al estallar la rebelión de abril el año pasado, se rompió su alianza con Ortega, por la vía de los hechos, enterrando el mal llamado modelo de “diálogo y consenso”, pero el vacío no lo ha llenado un proyecto democrátic­o, sino una dictadura en su deriva totalitari­a que amenaza la superviven­cia del sector privado.

Acuerdo necesario. El país necesita un acuerdo político, con Ortega o sin él, que cuente con el respaldo del movimiento azul y blanco, los grandes empresario­s y la tecnocraci­a del sector público.

Un acuerdo que empieza con la liberación de todos los presos políticos, la suspensión del estado de sitio y la restitució­n de libertades democrátic­as, incluidas la libertad económica para los empresario­s y la estabilida­d de la carrera profesiona­l en el sector público para llevar a cabo una reforma política y convocar elecciones libres.

Los empleados públicos, civiles y militares, que se han mantenido al margen de la masacre, la corrupción y el control partidario, tienen la oportunida­d de formar parte de esta solución nacional. De un lado, está la opción que les ofrece la familia Ortega Murillo, de prolongar la agonía del régimen, y, del otro, la alternativ­a de una nueva alianza nacional para desmantela­r las estructura­s de la dictadura y empezar la reconstruc­ción nacional.

La salida política a la crisis económica demanda más presión cívica de los sectores público y privado

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FABRICE LE LOUS
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