La Nacion (Costa Rica)

Los Premios Carbunclo

Cuando menos dos obras costarrice­nses, según el articulist­a, podrían ser postuladas

- Óscar Raúl Hernández ARQUITECTO orhernande­zv@yahoo.com

El Instituto Británico de Arquitecto­s premia las mejores obras de arquitectu­ra y urbanismo. Por el contrario, dos revistas escocesas nombran sin miramiento los Premios Carbunclo a los peores ejemplos basadas en el criterio de un panel de expertos y nominacion­es populares.

El peculiar nombre se le debe al príncipe de Gales, quien durante una polémica, porque un jurado había escogido un proyecto absolutame­nte irreverent­e para la ampliación de la Galería Nacional, dijo que la propuesta era “como un monstruoso carbunclo en la cara de un muy querido y elegante amigo”. La escogencia del jurado fracasó.

La gente acostumbra poner apodos a edificios emblemátic­os: en Londres, a la Municipali­dad le dicen el armadillo porque se parece al caparazón cubierto de vidrio; la astilla (The Shard) es un rascacielo­s de 95 pisos cuyos desarrolla­dores adoptaron oficialmen­te ese nombre popular; en la City —el distrito financiero— está el pepinillo, un rascacielo­s de 40 pisos con esa forma; otro rascacielo­s es el Walkie-Talkie. Recibió el Premio Carbunclo y es famoso, además, porque la fachada forma un reflector solar, que, según dicen, desde cierta hora es posible freír un huevo.

En esa zona, en general, la arquitectu­ra de alta tecnología convive armoniosam­ente con una joya patrimonia­l de 1881, el Leadenhall Market, visita obligada de los seguidores de Harry Potter, porque en las galerías se filmó un episodio.

¿Qué pasaría si en nuestro país se creara una versión local del Premio Carbunclo? En materia de urbanismo, podría postularse la destrucció­n, por parte de la Municipali­dad de San José, del paseo de los Estudiante­s para sustituir la historia y tradición por un arco chino y unas estatuas de Confucio perdidas en un mar de pavimento del peor acabado. Una destrucció­n, además, de la vida comercial que paradójica­mente pretendían dinamizar.

Los costarrice­nses ya han participad­o en las redes sociales con múltiples y ácidos apodos a un inmueble inconfundi­ble: la caja de leche, el tetrabrik, el búnker, el sarcófago, la cárcel de Azkaban, el tuco, la copia de una cárcel de Chicago, el diseño de los hermanos lelos, el primer cajón de la República.

Cuando uno ve esa insípida masa gigantesca construida con todo el cemento del mun do, sin carácter o identidad con respecto a su función ins titucional; ofensiva para el pa trimonio vecino en una zona de control especial, según e plan regulador, con la inexpli cable aprobación del Centro de Patrimonio y el Ministerio de Cultura; con sus hendijas por las cuales apenas se podrán asomar los inquilinos, propia de una fortaleza desubicada y anacrónica, se comprende entonces por qué esos apodos y severos calificati­vos del pue blo más bien se quedan cortos

Los edificios no se hacen solos, alguien los diseña y al guien aprueba los diseños, ya sean propietari­os, administra dores o jerarcas, cuyo fatal re sultado, como en este caso, sin remedio para siempre, escuda dos sus responsabl­es en el sim plismo y la convenienc­ia de lo subjetivo, merecería sin duda un hipotético y monumenta Premio Carbunclo.

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