La Nacion (Costa Rica)

Pasados de la raya

- Jorge Woodbridge jorgewgm@gmail.com

La falta de confianza del sector productivo en el futuro de las finanzas públicas, en la reforma del Estado y en el cumplimien­to de la regla fiscal es la causa de la desacelera­ción económica.

La reforma fiscal fue una solución de emergencia para contener el déficit fiscal y el excesivo endeudamie­nto público. Este año la economía crecerá entre un 1,5 % y un 1,7 % del producto interno bruto, pero si excluimos la manufactur­a y las exportacio­nes de las empresas en zonas francas, el crecimient­o de la economía doméstica es nulo.

La calificado­ra Fitch Ratings le otorgó al país una calificaci­ón B+ con perspectiv­a negativa. Las ventas en el comercio no levantan, a pesar de descuentos y promocione­s.

Nuestra competitiv­idad sigue decreciend­o y todo indica que no lograremos mejorar a corto plazo. La mortalidad de las pymes supera el 80 % en los primeros tres años, debido a las onerosas cargas laborales, las caras tarifas de los servicios públicos, las decenas de trámites y las muchas cargas tributaria­s.

Los elevados costos internos y un tipo de cambio apreciado están causando un serio problema al sector productivo para competir en el mercado nacional y exportar.

La percepción es negativa para el 41 % de los hogares costarrice­nses y el 52,6 % de los empresario­s. Prácticame­nte, el 80 % de los costarrice­nses está posponiend­o inversione­s hasta no tener un cuadro claro sobre el manejo de la Hacienda pública. El empleo informal sigue aumentando y ya alcanza al 46 % de la población activa.

Crédito. El crédito también resulta afectado, al pasar de un 2 % anual a setiembre del 2018 a -4 % en setiembre del 2019 en dólares. La demanda en colones bajó de un 5,5 % en setiembre del 2018 a un 4 % en setiembre del 2019. La morosidad de 1 a 90 días en los bancos estatales aumentó de un 5,3 % en junio del 2018 a un 8 % en junio del 2019. El endeudamie­nto familiar pasó de un 30 % en el 2012 a un 40 % en el 2018.

El saldo del crédito de nuestro sistema financiero en el 2018 fue de $38.000 millones, de los cuales el 39 % está en dólares y el 61 %, en colones; con el agravante de que solo el 11 % de los deudores son generadore­s de divisas.

La costosa intermedia­ción y la falta de educación financiera­s han generado un preocupant­e endeudamie­nto de las familias y empresas. Los intereses en colones, en términos reales, son, en promedio, de un 15 % y en dólares, de un 10,7 %.

Pasamos de tener 1,3 millones de tarjetas de crédito en el 2010 a 2,7 millones en el 2018, y las deudas acumuladas alcanzaron ¢1,4 billones. La morosidad de los tarjetahab­ientes se duplicó en los últimos cuatro años.

Los empleados públicos cayeron en sobrendeud­amiento por tener ingresos “asegurados” y trabajo fijo. Las cooperativ­as, asociacion­es y otros intermedia­rios respaldaro­n sus créditos al poder retener en la fuente.

El gobierno pretende, por medio de un proyecto de ley, regular las retencione­s por préstamos a los funcionari­os, ya que unos 35.000 reciben menos del salario mínimo. Solo en el Ministerio de Educación Pública (MEP), el 60 % de los 84.000 educadores tienen comprometi­do el 50 % del salario.

Desgraciad­amente, en lugar de ahorrar, existe una cultura de compra por impulso. Los intermedia­rios financiero­s ofrecen líneas de crédito a mediano y largo plazo en dólares, sin analizar los riesgos cambiarios y la capacidad de pago del solicitant­e.

A diciembre del 2018, las cooperativ­as habían otorgado préstamos para consumo por $3.983 millones; los bancos estatales, $2.460 millones; y los privados, $660 millones.

En cuanto al uso de tarjetas de crédito, en ese mismo periodo, la banca privada reportó un saldo de $1.892 millones; la estatal, $437 millones; y las cooperativ­as, $69 millones.

Ciclo económico. A lo largo de muchos años, el país creció con base en endeudamie­nto para financiar gastos ordinarios, sin medir las consecuenc­ias. Lo mismo hicieron las familias, y ahora deben socarse la faja.

Los hogares se endeudaron a niveles muy superiores a la capacidad de pago, confiados en una economía en crecimient­o y generadora de más y mejores empleos. Estamos hoy experiment­ando una contracció­n de la demanda interna y una demanda externa que no crece al ritmo necesario para salir rápidament­e del ciclo de enfriamien­to de la economía.

La reforma fiscal no va a solucionar todos los problemas. El déficit este año será de 5,8 % del PIB y no será hasta el año entrante cuando baje a 4,9 % del PIB. En 10 años, la deuda pública creció un 75 % para financiar el creciente gasto ordinario. Lo triste es que ese endeudamie­nto no fue para infraestru­ctura.

Ahorro. Toda una generación creció sin dar la debida importanci­a al ahorro. Los bancos públicos y el Popular, así como la Sugef, deben ser más cuidadosos con las calificaci­ones de los deudores para evitar colocar en una situación más vulnerable al sistema financiero.

No se puede perder el respeto al endeudamie­nto. Hay que ser muy diligentes en el manejo de los récords crediticio­s.

Ordenemos las finanzas públicas y privadas y, así, creceremos con bases firmes. El sacrificio debe ser tanto en el gasto público como en el privado. No es tan sencillo arreglar el endeudamie­nto familiar, como tampoco lo será poner límite a los intereses por mora cobrados a los tarjetahab­ientes.

Si no se lleva a cabo un análisis cuidadoso, los bancos cerraran el crédito a miles de tarjetahab­ientes, y eso producirá un efecto en la liquidez, que al final generará un mercado informal creciente de prestamist­as y más violencia.

Las tarjetas de crédito no fueron diseñadas para financiar bienes o servicios a corto o mediano plazo. Las tarjetas no hacen más rica la persona; es solo una forma de pago para no andar efectivo. Hay que pagar a tiempo para evitar cargos por mora y cobranza.

Al 2018, las cooperativ­as habían otorgado préstamos para consumo por $3.983 millones

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