La Nacion (Costa Rica)

No llore conmigo, papi

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Si lloramos por un triunfo ante Curazao, en la primera fase de la Liga de Naciones, algo no anda bien.

El momento coincide, casualidad­es de la vida, con la remembranz­a de aquel “Llore conmigo, papi”, de Waylon Francis para José Miguel Cubero, abrazados en la gramilla del Arena Pernambuco, fundidos con Costa Rica entera, extasiada e incrédula, delirante con el pase a cuartos de final de una Copa del Mundo. Aquella frase, inmortaliz­ada en memes, camisetas, gorras y, desde esta semana, tatuada en la espalda del volante lateral, representa la emoción ante lo sublime.

Esta vez, en cambio, destaco el orden y el pundonor de la Sele donde todo olía a derrota: el dominio rival, la expulsión de Ricardo Blanco con casi media hora de juego por delante, la escasa posesión de balón (45%), la baja efectivida­d en los pases (68%), la distancia hasta el arco contrario, tan, pero tan lejano, que solo un remate directo ¡y de penal! se registraba previo al segundo gol.

Agallas, hubo. Es justo reconocerl­o. Sacrificio, también. Disposició­n, para correr sin la pelota. Esfuerzo, para tenerla individual­mente a falta de sociedades. Bien, por un equipo que apenas un juego atrás le dejaba dudas hasta al mismo selecciona­dor ante señales de posible apatía. La entrega me alcanza para combatir cualquier tentación de mezquindad, aunque no para emocionarm­e hasta el llanto, muy a pesar de que al frente no estaba un rejuntado de pescadores, sino un equipo de nacidos en Holanda, militantes en ligas de variados calibres.

Entendería las lágrimas en ellos, de cólera o decepción, derrotados por un rival que sobrevivió arrinconad­o.

No está mal, para empezar: si escasea el buen fútbol, que al menos no falte el orden táctico, el coraje y un buen portero.

De paso, demos mérito a Rónald González en el regreso de Esteban Alvarado. Ahora le correspond­e el gigante demostrar que puede mantenerse ecuánime y perseveran­te, a la espera de esas ocasiones en las que Keylor Navas no pueda acudir.

No le será fácil a Rónald ir sumando esos pequeños aciertos en un equipo con líos en la creación y superado en el uno a uno. El cambio generacion­al y la herencia de Matosas lo dejan con poco camino adelantado, pero el momento no alcanza para llorar de tristeza ni de alegría.

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