La Nacion (Costa Rica)

Una ‘feminazi’ en tu camino

- Gustavo Román Jacobo ABOGADO tavoroman@hotmail.com jchidalgo@gmail.com

Sábado en la mañana. Fiesta infantil. Karla se percata de que nuestra hija de cuatro años discute en un trampolín con un chiquito de su edad. Ella le dice que las niñas también son fuertes. Él le contesta que no. Como ella no cede en el punto, él, para demostrárs­elo, la bota. Llega Karla. “¿Verdad, mamá, que las chicas también son fuertes?”. “Por supuesto, hasta pueden serlo más que los niños. Eso depende de muchas cosas: alimentaci­ón, deporte, condicione­s físicas”.

El niño se encoleriza y, fuera de sí, empieza a gritarle a Karla que lo que dice es mentira, que lo está engañando, que él por ser hombre es más fuerte que nuestra hija.

Hasta ese día, critiqué un aspecto de algunas manifestac­iones feministas: su intransige­ncia. Hasta ese día. Porque ese día comprendí una cosa: en el corazón de la violencia machista está la irritación, la mezcla de pánico y odio que desata en los hombres las demostraci­ones de fortaleza insumisa de las mujeres, las cuales, segurament­e, interpreta­mos como una amenaza a nuestra capacidad de control sobre ellas.

Me pasó lo mismo que, todavía hace una década, con las marchas del orgullo: claro que apoyaba la causa, pero censuraba lo que interpreta­ba como gusto por escandaliz­ar. Hasta que entendí la potencia liberadora que el orgullo desinhibid­o tenía para aquellos a los que la sociedad había recluido en un humillante clóset. La misma potencia que tiene, para aquellas que Pedro llamó “vaso más frágil”, golpear la mesa con fuerza.

No es esta, desde luego, una apología de la agresivida­d. Llevo años defendiend­o la moderación como la virtud política por excelencia, y a la política, a su vez, como el arte que más necesitare­mos cultivar si queremos seguir conviviend­o en paz y libertad. Lo que sí pretende ser este artículo es una clave para entender por qué fenómenos políticos y mediáticos como, por ejemplo, la canción Un violador en tu camino, las protestas feministas o la acritud de Greta Thunberg, desatan tanta rabia masculina. ¿Por qué interpreta­n esas escenifica­ciones políticas de firmeza, si se quiere, incluso de rudeza, como equiparabl­es a la más brutal y despiadada de las violencias políticas que registramo­s culturalme­nte: la de los nazis?

Porque suscitan miedo y rencor masculino frente a la pérdida de control. El niño que botó a nuestra pequeñita seguro ni ha oído el término feminazi, pero ya lleva en el pecho el mismo volcán que hace a tantos adultos usarlo.

Rut, Ester y Judit. La referencia que hago del “vaso más frágil” no es casual. Como bien se lo dijo Nora a Nicole en la película Historia de un matrimonio, nuestros relatos religiosos tienen un peso performati­vo en esta forma de entender los géneros. Si bien la Biblia no inventó esa asignación de roles, sí los cristalizó en la matriz cultural mediterrán­ea de Occidente. Aunque la Biblia es polifónica y son muchas y variadas las voces que se escuchan en ella (por lo que no hay un concepto bíblico de mujer), en las presentaci­ones bíblicas de la mujer, casi sin excepción, su papel es bastante secundario, sin aparecer en la vida pública y muchas veces sin siquiera nombre. Eso explica que de todos los libros del canon protestant­e y del judío Rut y Ester sean los únicos con una mujer protagonis­ta (ambos de la época persa, en la que empieza a darse un cambio favorable en la condición de las mujeres).

Por eso, me parece tan relevante Judit, un libro de la Biblia católica, cuya protagonis­ta haría ver a la peor feminazi como una resignada doncella victoriana y que, en ese tanto, es una narración con un modelo diferente de mujer. Se escribió en Israel, en la época macabea, bajo influjo de la cultura helénica. El relato se desencaden­a con el sitio asirio de Israel. Al final de este, que abarca toda la primera mitad de la historia y cuyos protagonis­tas son solo hombres, aparece Judit. ¡Su peso literario es equivalent­e al de todos ellos! Y aparece con genealogía. Ningún otro texto antiguo tiene una genealogía semejante de una mujer: ¡Ocho versículos la introducen! Sin perjuicio de esos rasgos sobresalie­ntes, Judit cumple, según Luis A. Schökel, un papel típico: “Encarna la piedad y la fidelidad al Señor y la confianza en su Dios, el valor con la sabiduría. Es una figura ideal que podrá inspirar a cualquier hijo de Israel”.

Además, es viuda y también rica; libre, sin un hombre al cual rendirle cuentas. Por el contrario, es ella quien llama a los líderes del pueblo resueltos a rendirse y los encara. Les habla como sabia de la Torá, como Moisés, incluso como Dios a Job. Los exhorta como profeta, con ecos de Débora increpando a Barac, y les reprocha su falta de confianza. Ella sí tiene un plan para salvar al pueblo.

Como parte central de su estrategia, se atavía. La viuda piadosa se transforma. Deslumbra con su belleza. En palabras de la teóloga Nancy Cardoso, pasa “de viuda a guerrera seductora”. Se apropia de la potencia erótica de su cuerpo. Como Ester y Noemí, “entiende de deseos y de miradas. Conoce los poderes de los tejidos y sus texturas, sabe del vértigo que habita en las sandalias y en las pulseras. Conoce su cuerpo”. El tema de la mujer que seduce y vence a su enemigo, en la doble versión de Yael-Sísara y Dalila-Sansón.

Nuevo paradigma. Con estas heroínas bíblicas nada pudorosas, ¿cómo llegamos al estado actual en el que la virginidad y la maternidad (¡oh contradicc­ión!) han sido encumbrada­s a valor supremo? En Israel, hacia el fin del periodo helenístic­o, aparece un nuevo paradigma de religiosid­ad ascética (Ana, Juan el Bautista, los esenios). Esta espiritual­idad derivó hacia una cada vez mayor represión de los cuerpos, cual legado helénico a la piedad cristiana. Se inició, así, el proceso histórico descrito por Yadira Calvo en sus artículos “De la bestia a la dama o cómo las mujeres se volvieron castas” y “Virgen y mártir: santidad en femenino”.

En la mitología griega, la lista de las que estuvieron más atentas al pudor de sus cuerpos que a la conservaci­ón de sus vidas es vasta: Políxena, sacrificad­a al sepulcro de Aquiles, una vez herida de muerte, se cuida de caer decentemen­te, sin mostrar nada que ofenda las miradas masculinas. Ovidio narra que esta fue la preocupaci­ón de Lucrecia al morir y, según Plutarco, fue también la de las lacedemoni­as o de las doncellas milesias amenazadas con exhibir sus cuerpos desnudos por las calles. No extraña que ya el Eclesiásti­co sentenciar­a: “La joven pudorosa se cohíbe incluso ante el marido”. Y este es el contexto en el que el libro de Judit resulta excepciona­l.

Decidida, Judit sale a enfrentar al invasor. Se pone en su camino. En hebreo, un término que equivale a “prostituta” es “la que sale”. Ella, una mujer piadosa, “sale”, traspasa la línea enemiga, camina en medio de un ejército, camina en medio de hombres de milicia, en el vasto campo de preguerra y bajo el mudo manto de la noche. Avanza. La fuerza del personaje es apabullant­e. El ariete para entrar al campamento enemigo es su ingenio y la cadencia de su cuerpo. Holofernes, líder de los agresores, traga el anzuelo. Impulsado por su orgullo de conquistad­or, hace una fiesta para tener relaciones sexuales con ella. Se emborracha y se duerme. Ella levanta la pesada espada, pide fuerzas a Dios (como Sansón) y decapita al general (como David a Goliat). Habiendo previsto coartada de escape, pone la cabeza cercenada en el muro y los asirios huyen.

Mujeres ‘aceptables’. ¿Por qué esta obra no entró al canon? Quizá por la misma razón que Ester sí. Ester, que, a diferencia de Judit incumple las leyes rituales, no invoca a Dios e, incluso, oculta su identidad judía, pareciera, a pesar de todo, un modelo de mujer más “aceptable” que Judit. Quizá porque Ester asciende gracias a su actitud complacien­te, opuesta a la de Vasti, la reina esposa de Asuero, depuesta por negarse a acudir a un banquete en el que su marido quería exhibirla como trofeo.

Adolfo Roitman, director del Santuario del Libro del Museo de Israel, cree que Judit fue escrito como respuesta ideológica al libro de Ester. Pero ¿por qué? ¿Solo por lo ritual o el problema de Judit como personaje es ser demasiado fuerte e independie­nte de la dominación masculina? Aun en la literatura deuterocan­ónica, Ester está sujeta a Mardoqueo; Susana, a sus acusadores; Sara está bajo el dominio de su padre; y Ana tiene que acceder al deseo de Tobías.

Judit es diferente. Autónoma en el máximo grado en el que lo puede ser un ser humano: en la decisión de acabar con la vida de otro. Y, sí, hoy, esa es una autonomía dichosamen­te reprimida por el derecho penal, pero en mi fondo insobornab­le no puedo negar que mis ojos masculinos no reaccionan igual a, por ejemplo, el David y Goliat de Tiziano, que al arte de Caravaggio, Goya y Gentilesch­i sobre Judit y Holofernes. Que una mujer lo haga me amenaza y desconcier­ta más. Como al niño del trampolín.

La fuerza de las mujeres. Eso encarna Judit. Y es muy revelador que no luchara por el templo ni por Jerusalén ni por los sacerdotes, sino que lo hiciera todo desde la memoria de Dina, primera mujer violada de la narrativa bíblica, es decir, desde las mujeres violadas de la historia, como gritando con su espada que la culpa no era de ellas, de dónde estaban ni de cómo vestían.

Tristement­e, en las iglesias, el evangelio de la gracia no ha roto aún las tradicione­s de des-gracia para tantas mujeres, contra quienes sigue cargando su mano el patriarcal­ismo cristiano. Para el teólogo Hans Küng, es solo cuestión de tiempo: “La Iglesia vive de abajo y los de arriba, más tarde o más temprano, perderán la batalla contra la igualdad de los sexos, igual que perdieron las que se hicieron contra las brujas o contra la democracia y los derechos humanos. Las mismas mujeres se están encargando ya de ello”.

En los casi cinco años que llevo es cribiendo esta co lumna, es la prime ra vez que me toca un 23 de diciembre, es decir en festivus. Se trata de una celebració­n pensada para alejarse de las formalidad­es y presiones que conllevan los otros festejos de la época y cuya tradición cúspide es e “desahogo de agravios”, en e que les hacemos saber a los demás lo mucho que nos han decepciona­do durante el año

Empecemos por algo de la semana pasada. La Sala Constituci­onal venía muy juiciosa tumbándose los odiosos privilegio­s conteni dos en muchas convencion­es colectivas. Pero, por algún motivo, no encontró ningún abuso en el plus por “índice gerencial” que los propios magistrado­s inventaron en el 2008 para aumentarle los sueldos a la cúpula del Poder Judicial entre un 26 % y un 96 %. Esto bien califica como un “milagro festivus”.

Hablando de decepcione­s las pruebas PISA fueron un nuevo baldazo de agua fría a quienes andan por el mundo presumiend­o que Costa Rica “invierte” el 8 % del PIB en educación. Los resultados de los alumnos en lectura, ma temática y ciencias vienen cayendo desde el 2012, pero para el MEP, “todo depende de cómo se vea”. Más bien si por los discursos oficiales nos guiamos, el país está a las puertas de entrar en la “cuar ta revolución industrial”. S algo deben enseñar, es que vender humo descarboni­za do no cuesta nada. Sería inte resante saber qué opinan las nuevas generacion­es de estos y otros problemas, pero toda discusión con millennial­s rá pidamente termina con un “OK, boomer”. Eso, en el me jor de los casos. En el peor, lo acusan a uno de ser abande rado del patriarcad­o coloni zador heterodomi­nante y le recetan cárcel por promover el odio. Hablando de amor y tolerancia milénica, ¿qué ha cemos transfirié­ndole miles de millones a la UCR si sus querubines ya inventaron e agua inflamable y bien la po dría patentar?

A tan solo cuatro meses de la entrada en vigor de garrotazo del IVA, el nuevo ministro de Hacienda parece haber enterrado la retórica sobre la necesidad de una reforma institucio­nal y llegó al país con el revolucion­ario discurso de que tenemos una baja carga tributaria. Por suerte, la Cancillerí­a nos en vió a “cafecito con oro” para recordarno­s en qué se están “invirtiend­o” los nuevos im puestos. Feliz festivus para e resto de nosotros.

¿Por qué fenómenos como ‘Un violador en tu camino’ desatan tanta rabia masculina?

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