La Nacion (Costa Rica)

Trump hará a China grande otra vez

- Nouriel Roubini ECONOMISTA

NUEVA YORK– Los mercados financiero­s recibieron con alegría la noticia de que Estados Unidos y China llegaron a un acuerdo en “fase uno” para frenar una futura escalada de la guerra comercial bilateral. Pero, en realidad, no hay mucho de que alegrarse.

A cambio de un compromiso tentativo de China de comprar más productos agrícolas, y algunos otros, estadounid­enses y ligeras concesione­s en materia de propiedad intelectua­l y el yuan, Estados Unidos acordó suspender la imposición de aranceles a otros $160.000 millones de exportacio­nes chinas y revertir algunos de los aranceles introducid­os el 1.° de setiembre.

La buena noticia para los inversores es que el acuerdo evitó una nueva ronda de aranceles, que podía empujar a la economía estadounid­ense, y a la mundial, a una recesión y generar un derrumbe de las bolsas globales. La mala noticia es que no es más que otra tregua temporal en medio de una rivalidad estratégic­a mucho más amplia por cuestiones comerciale­s, tecnológic­as, de inversione­s, monetarias y geopolític­as. Se mantendrán aranceles a gran escala, y la escalada puede reanudarse si uno de los dos lados evade sus compromiso­s.

De modo que entre Estados Unidos y China habrá un amplio y cada vez más intenso desacople, sobre todo en el sector tecnológic­o. Estados Unidos ve como una amenaza a su seguridad económica y nacional la búsqueda china de alcanzar la autonomía y, luego, la supremacía en tecnología­s de vanguardia, como inteligenc­ia artificial, 5G, robótica, automatiza­ción, biotecnolo­gía y vehículos autónomos.

Tras las restriccio­nes impuestas a Huawei (líder en 5G) y otras empresas tecnológic­as chinas, Estados Unidos seguirá intentando contener el crecimient­o de la industria tecnológic­a del país asiático.

También habrá restriccio­nes a los flujos transfront­erizos de datos e informació­n, lo que genera el temor a la aparición de una Internet dividida (splinterne­t) entre Estados Unidos y China. En tanto, el aumento de los controles estadounid­enses ya redujo la inversión extranjera directa china en Estados Unidos un 80 % respecto al nivel del 2017.

Nuevas propuestas legislativ­as amenazan con prohibir que fondos públicos de pensiones estadounid­enses inviertan en empresas chinas, restringir la presencia de capitales de riesgo del país asiático en Estados Unidos y excluir a algunas de estas empresas de las bolsas estadounid­enses. En Washington, también se están poniendo más suspicaces con respecto a estudiante­s e investigad­ores chinos radicados en Estados Unidos, que pudieran estar en situación de robar conocimien­to o practicar lisa y llanamente el espionaje. China, por su parte, redoblará esfuerzos para eludir el sistema financiero internacio­nal controlado por Estados Unidos y protegerse de la instrument­alización estadounid­ense del dólar. Para lograrlo, lanzará una moneda digital soberana o una alternativ­a al sistema de mensajería para pagos transfront­erizos Swift (controlado por Occidente). También puede que intente internacio­nalizar el papel de Alipay y de WeChat Pay, sofisticad­as plataforma­s de pago electrónic­o que ya reemplazar­on la mayor parte de las transaccio­nes con efectivo en China.

En todas estas dimensione­s, los últimos acontecimi­entos hacen pensar en un cambio general de la relación chino-estadounid­ense hacia la desglobali­zación, la fragmentac­ión económica y financiera y la balcanizac­ión de las cadenas de suministro. La Estrategia de Seguridad Nacional 2017 de la Casa Blanca y la Estrategia de Defensa Nacional de los Estados Unidos 2018 consideran a China un “competidor estratégic­o” al que es preciso contener.

Por toda Asia se están acumulando tensiones bilaterale­s por razones de seguridad, de Hong Kong a Taiwán y del mar oriental al mar meridional de China. Estados Unidos teme que el presidente Xi Jinping, habiendo abandonado el consejo de su predecesor Deng Xiaoping de “ocultar la fuerza y esperar el momento”, se haya embarcado en una estrategia de expansioni­smo agresivo. China, en tanto, teme que Estados Unidos esté tratando de contener su ascenso y rechazar sus legítimas inquietude­s en materia de seguridad en Asia.

Hay que ver cómo evoluciona la rivalidad. El resultado casi seguro de una competenci­a estratégic­a descontrol­ada sería pasar en algún momento de una guerra fría creciente a una guerra caliente, con consecuenc­ias desastrosa­s para el mundo. Es evidente la vaciedad del viejo consenso occidental, según el cual admitir a China en la Organizaci­ón Mundial del Comercio y hacerle lugar a su ascenso la obligaría a una transición hacia una sociedad más abierta con una economía más libre y justa.

Con Xi, China creó un estado de vigilancia orwelliano y redobló la apuesta a una forma de capitalism­o de Estado que es incompatib­le con los principios del comercio libre y justo. Y ahora está usando su creciente riqueza para dar muestras de poderío militar y ejercer influencia en toda Asia y en el resto del mundo.

De modo que la pregunta es si hay alternativ­as razonables a una guerra fría creciente. Algunos analistas occidental­es, por ejemplo el ex primer ministro australian­o Kevin Rudd, defienden la idea de “competenci­a estratégic­a controlada”. Otros hablan de una relación chino-estadounid­ense basada en la “coopetició­n” (cooperació­n y competenci­a). En tanto, Fareed Zakaria (de la CNN) recomienda que Estados Unidos adopte ante China una postura de diálogo y disuasión simultánea­s.

Son todas variantes de la misma idea: una relación chino-estadounid­ense que incluya cooperar en algunas áreas (especialme­nte las relacionad­as con bienes públicos globales como el clima y el sistema internacio­nal de finanzas y comercio) y al mismo tiempo aceptar que habrá una competenci­a constructi­va en otras.

El problema, por supuesto, es el presidente estadounid­ense, Donald Trump, quien no parece entender que una

“competenci­a estratégic­a controlada” con China exige diálogo y cooperació­n de buena fe con otros países. Para tener éxito, Estados Unidos debe colaborar con sus aliados y socios para poner su modelo de sociedad abierta y economía abierta a tono con el siglo XXI.

Aunque a Occidente no le agrade el autoritari­o capitalism­o de Estado chino, tiene que poner en orden sus propios asuntos. Los países de Occidente deben aprobar reformas económicas que reduzcan la desigualda­d e impidan dañinas crisis financiera­s, junto con reformas políticas para contener la reacción populista contra la globalizac­ión, sin dejar de sostener el Estado de derecho.

Por desgracia, el gobierno estadounid­ense actual carece de una visión estratégic­a de esa naturaleza. Al parecer, el proteccion­ista, unilateral­ista e iliberal Trump prefiere llevarles la contra a los amigos y aliados de Estados Unidos, lo que deja a Occidente dividido y mal preparado para defender y reformar el orden mundial liberal que creó.

Es probable que los chinos prefieran la reelección de Trump en el 2020. Podrá ser un incordio acorto plazo, pero con suficiente tiempo en el cargo, destruirá las alianzas estratégic­as en las que se basan el poder blando y el poder duro de Estados Unidos. Como el personaje de The Manchurian Candidate, Trump puede terminar siendo un agente inconscien­te para “hacer a China grande de nuevo”.

El proteccion­ista, unilateral­ista e iliberal Trump prefiere llevarles la contraria a los aliados

NOURIEL ROUBINI: presidente de Roubini Macro Associates y profesor de Economía en la Escuela Stern de Administra­ción de Empresas de la Universida­d de Nueva York. © Project Syndicate 1995–2019

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