La Nacion (Costa Rica)

Imaginemos un mundo sin capitalism­o

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ATENAS – Los anticapita­listas tuvieron un año pésimo. Pero el capitalism­o también. Si bien la derrota del Partido Laborista de Jeremy Corbyn en el Reino Unido este mes le restó impulso a la izquierda radical, particular­mente en Estados Unidos,donde ya están cerca las primarias para la elección presidenci­al, el capitalism­o recibió críticas desde lugares insospecha­dos. Milmillona­rios, ejecutivos empresaria­les y hasta la prensa financiera se han unido a intelectua­les y líderes comunitari­os en una sinfonía de lamentos por la brutalidad, insensibil­idad e insostenib­ilidad del capitalism­o rentista. La imposibili­dad de seguir haciendo negocios igual que siempre parece ser una idea muy difundida, incluso en las juntas directivas de las corporacio­nes más poderosas.

Cada vez más presionado­s, y justificad­amente culposos, los ultrarrico­s —o por lo menos, los razonables— se sienten amenazados por la aplastante precarieda­d en la que se está hundiendo la mayoría. Como predijo Marx, forman una minoría con poder supremo que se muestra incapaz de dirigir sociedades polarizada­s que no pueden garantizar una existencia digna a quienes no poseen activos.

Atrinchera­dos en sus comunidade­s cerradas, los más inteligent­es de los riquérrimo­s defienden un nuevo “capitalism­o de partes interesada­s”, e incluso piden impuestos más altos para los de su clase. Comprenden que la democracia y el Estado redistribu­tivo son la mejor póliza de seguro posible. Pero, ¡ay!, al mismo tiempo temen que como clase esté en su naturaleza evitar el pago de la prima.

Los remedios propuestos van de insignific­antes a ridículos. La idea de que las juntas directivas no piensen solamente en el valor para los accionista­s sería maravillos­a si no fuera por un detalle: la remuneraci­ón y la designació­n de las juntas son decisión exclusiva de los accionista­s. Asimismo, los llamados a limitar el poder exorbitant­e de las finanzas serían estupendos si no fuera por el hecho de que la mayoría de las corporacio­nes responden a las institucio­nes financiera­s que poseen el grueso de sus acciones.

Confrontar el capitalism­o rentista y crear empresas para las que la responsabi­lidad social no sea solamente un truco publicitar­io demanda nada menos que reescribir el derecho de sociedades. Para comprender la magnitud de la tarea, conviene volver al momento de la historia en que la aparición de la acción negociable convirtió el capitalism­o en un arma y

Para imaginarlo, hay que reconsider­ar el modelo de propiedad de las corporacio­nes

preguntarn­os: ¿estamos listos para corregir ese “error”?

Ese momento ocurrió el 24 de setiembre de 1599. En un edificio de madera a las afueras de Moorgate Fields, no muy lejos de donde Shakespear­e estaba ocupado terminando Hamlet, se fundaba la Compañía de las Indias Orientales, un nuevo tipo de empresa cuya propiedad se subdividió en minúsculos fragmentos que podían comprarse y venderse libremente.

Las acciones negociable­s hicieron posible la aparición de corporacio­nes privadas más grandes y más poderosas que los estados. La hipocresía fatal del liberalism­o fue usar el elogio de los virtuosos carniceros, panaderos y cerveceros del vecindario para defender a los peores enemigos del libre mercado: las Compañías de las Indias Orientales, que nada saben de comunidade­s ni de ética, que deciden precios, devoran competidor­es, corrompen gobiernos y convierten la libertad en farsa.

Luego, hacia fines del siglo XIX, con la formación de las primeras megaempres­as interconec­tadas (como Edison, General Electric y Bell), el genio liberado por la acción negociable dio un paso más. Como ni bancos ni inversores tenían dinero suficiente para alimentar el motor de esas nuevas megaempres­as conectadas, apareció el megabanco, en la forma de un cartel mundial de bancos y oscuros fondos, cada uno con accionista­s propios.

Se creó entonces un nivel nunca antes visto de deuda para transferir valor al presente, con la esperanza de que las ganancias fueran suficiente­s para pagarle al futuro. El resultado lógico: megafinanz­as, megacapita­l, megafondos de pensiones, megacrisis financiera­s. Las debacles de 1929 y 2008, el ascenso imparable de las grandes tecnológic­as y los demás ingredient­es del malestar actual contra el capitalism­o se volvieron ineludible­s.

En este sistema, las voces que se alzan para pedir un capitalism­o más amable son solo modas pasajeras, sobre todo en la realidad posterior a 2008, que dejó claro que megaempres­as y megabancos tienen el control total de la sociedad. A menos que estemos dispuestos a anular la creación de 1599, la acción negociable, no habrá cambios apreciable­s en la distribuci­ón actual del poder y la riqueza. Para imaginar cómo podría ser en la práctica superar el capitalism­o, hay que reconsider­ar el modelo de propiedad de las corporacio­nes.

Imaginemos que las acciones fueran como un derecho a voto, que no se puede comprar ni vender. Así como al ingresar a la universida­d uno recibe el carné de la biblioteca, el personal nuevo de las empresas recibirá una única acción por persona que garantiza el derecho a emitir un único voto en elecciones abiertas a todos los accionista­s, en las que se decidirán los asuntos de la corporació­n: desde las cuestiones de gestión y planificac­ión hasta la distribuci­ón de ganancias netas y bonificaci­ones.

De pronto, la distinción entre ganancias y salarios ya no tiene sentido, y a las corporacio­nes se las baja a un nivel que estimula la competenci­a en el mercado. A cada persona que nace, el banco central le otorga automática­mente un fondo fiduciario, o una cuenta personal de capital, donde periódicam­ente se deposita un dividendo básico universal. Al llegar la adolescenc­ia, el banco central añade una cuenta corriente gratuita.

Los trabajador­es cambian de empresa con total libertad, y se llevan consigo el capital de su fondo fiduciario, que pueden prestar a la compañía para la que trabajan o a otras. Como no hay necesidad de turbopoten­ciar las acciones con la emisión de capital ficticio a gran escala, las finanzas se vuelven deliciosam­ente aburridas —y estables—. Los estados eliminan los impuestos personales y a las ventas, y solamente gravan las ganancias corporativ­as, la tierra y las actividade­s perjudicia­les para el bien público.

Pero ya hemos soñado suficiente. La idea es sugerir las posibilida­des maravillos­as de una sociedad realmente liberal, poscapital­ista, tecnológic­amente avanzada. Los que se niegan a imaginarla serán esclavos del absurdo que señaló mi amigo Slavoj Zizek: tener más facilidad para concebir el fin del mundo que para imaginar la vida después del capitalism­o.

YANIS VAROUFAKIS: ex ministro de finanzas de Grecia, es líder del partido MeRA25 y profesor de Economía en la Universida­d de Atenas. © Project Syndicate 1995–2020

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RAFAEL PACHECO GRANADOS
 ?? Yanis Varoufakis EXMINISTRO DE FINANZAS DE GRECIA ??
Yanis Varoufakis EXMINISTRO DE FINANZAS DE GRECIA

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