La Nacion (Costa Rica)

Machismo repudiable

- Ronald Matute rmatute@nacion.com

Dos hechos recientes nos recuerdan las repudiable­s consecuenc­ias del machismo. El lunes, el publicista Marvin Brenes fue condenado a la pena máxima de 50 años por asesinar a la esposa, Andrea Fernández, quien, según confirmó el tribunal, fue víctima de un ciclo de violencia doméstica.

Durante la lectura de la sentencia, la jueza Maureen Sancho achacó a Brenes haber ejercido una “masculinid­ad tóxica” sobre su cónyuge. “Se sintió en una posición de poder y decidió agredirla, maltratarl­a y acabar con su vida”, le reprochó.

Unos días antes, también tocó fibras sensibles la noticia de que la cúpula del Partido Integració­n Nacional (PIN) respaldó a un candidato a alcalde que justificó la relación de su compañero de papeleta, Diego Ramírez, con una adolescent­e de 15 años.

El aspirante Jimmy Saturnino dijo inicialmen­te a la Voz de Guanacaste que en la provincia eran normales las relaciones con mujeres de 16 años “cuando hay amor”.

Luego, ante el vendaval de críticas y la cercanía de las elecciones municipale­s, el PIN trató de tapar la torta con una supuesta rectificac­ión de Saturnino, que, más bien, propició la renuncia de la diputada Zoila Rosa Volio a esa agrupación. Ambos acontecimi­entos, tristes y dolorosos, evidencian que todavía nos queda mucho trabajo pendiente para erradicar la cultura del machismo y sus miserias de nuestro país.

Resulta inaceptabl­e que, en pleno siglo XXI, una persona se sienta dueña de otra, o superior, en razón de su sexo, y que por ello crea que tiene potestad para decir cómo ella debe vestir, con quién se relaciona, a dónde va o incluso si debe ser “disciplina­da”. Pero también resulta reprochabl­e que algunos todavía justifique­n, promuevan y hasta encumbren abusos cometidos por seres que están muy lejos de entender lo que significa ser un hombre.

Frente a esta situación, es necesario amarrarse los pantalones y las enaguas para seguir alzando la voz contra la violencia. Afortunada­mente, Costa Rica cuenta con legislació­n y autoridade­s cada vez más sensibles ante este problema. Debemos acudir a ellas.

La cero tolerancia debe empezar en el hogar. Allí, deben redefinirs­e y reescribir­se los roles que desempeñan los miembros de la familia a partir del respeto, la igualdad y el verdadero amor.

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