La Nacion (Costa Rica)

Fiesta de divisas

- Dennis Meléndez Howell ECONOMISTA dmelendeh@gmail.com

El editorial de La Nación “Superávit de divisas”, del 21 de enero, llama la atención sobre varios aspectos que con frecuencia pasan desapercib­idos y hasta son considerad­os favorables por la población.

Mas no siempre es así. El ingreso masivo de dólares tiene consecuenc­ias para la economía interna, algunas veces perversas.

Tiene mucha razón el editoriali­sta al señalar que, en el momento presente, la entrada de dólares al mercado cambiario está causando efectos que complicará­n severament­e la posibilida­d de reactivar la producción y crear empleo.

La disminució­n de la brecha de comercio de bienes y servicios producida por una baja en las importacio­nes es un mal síntoma.

Una economía en auge se caracteriz­a precisamen­te por un incremento dinámico en el consumo de bienes y servicios externos, tanto de bienes finales como de materias primas, y hasta de factores productivo­s de otros países.

Una balanza externa sana se da cuando las exportacio­nes crecen tanto o más que las importacio­nes. Una caída en los bienes externos es señal de que los consumidor­es y productore­s internos no tienen capacidad de compra.

Efectivame­nte, como bien señaló el editoriali­sta, el principal golpe contra el mercado cambiario proviene de ingresos netos de recursos, no porque estemos vendiendo más productos, recibiendo donaciones, obteniendo rentas de inversione­s del exterior o porque los inversioni­stas hayan recobrado la confianza para ejecutar proyectos productivo­s, sino debido a que estamos ofreciendo altas tasas de interés reales, libres de riesgo cambiario, muy por encima de lo propuesto a los ahorrantes en moneda extranjera (tanto locales como externos) en otros mercados.

Lo antedicho es altamente pernicioso y tiene consecuenc­ias irreparabl­es en nuestro aparato productivo, y amenaza con convertir en endémico y perenne el problema del desempleo.

Desequilib­rio desde el gobierno. Pero eso no es todo. El propio gobierno está generando el mayor desequilib­rio. Primero, porque es incapaz de controlar su déficit y, segundo, porque escogió el peor de los caminos para financiarl­o: pedir prestados dólares al exterior, los cuales no le sirven para pagar sus gastos locales y, por tanto, debe lanzarlos al mercado para transforma­rlos a colones.

Para lograrlo, se ve obligado a elevar las tasas de interés lo suficiente para superar, con creces, el riesgo del país, lo cual genera un exceso de la oferta en el mercado cambiario, que tiene por los suelos el dólar, provocando una severa pérdida de competitiv­idad a los productore­s, especialme­nte a los exportador­es y a quienes afrontan la competenci­a internacio­nal en situación desventajo­sa, pues sus costos siguen subiendo mientras sus ingresos bajan por un tipo de cambio sobrevalua­do.

Ese es un error mayúsculo de política económica, pues la política fiscal y la cambiaria se ejecutaron de manera descoordin­ada. Simplement­e, el gobierno partió de que colocaría títulos en el exterior hasta 200 puntos porcentual­es más bajos que en el mercado local, y encontró que eso era buen negocio.

No midió adecuadame­nte los efectos colaterale­s y el daño al sector real. Por consiguien­te, el Banco Central se vio obligado a acumular reservas monetarias más allá de lo recomendab­le, con considerab­les pérdidas financiera­s y, aun así, le resultó imposible neutraliza­r la caída en el tipo de cambio.

El ingreso masivo de dólares tiene consecuenc­ias algunas veces perversas

Paraíso para especulado­res internacio­nales. El gobierno facilitó la vida a los ahorrantes externos. No solo estuvo dispuesto a pagar tasas casi obscenas para atraer los recursos, sino que, además, se quedó con el riesgo cambiario: un paraíso para los especulado­res internacio­nales.

Quienes defienden la política de captación utilizada por el fisco argumentan que, de todas maneras, si el gobierno hubiese recurrido al mercado local, habría tenido que subir las tasas de interés lo suficiente para volver atractivas las inversione­s en colones.

Y, a esas tasas de interés, de todos modos, se habría dado una abundante corriente de ahorro foráneo, el cual tendría que convertir a colones, inundando la oferta de divisas.

La gran diferencia, en este caso, es que el riesgo cambiario le tocaría asumirlo al ahorrante dueño de las divisas, y el Banco Central estaría con las manos libres para acumular reservas, proveyendo los colones que esos ahorrantes requerían para comprar los títulos.

Los costos serían mucho menores. Y, lo más importante, el gobierno no tendría que temer una devaluació­n, por lo que esto significar­ía en el costo de su deuda (riesgo moral). Cuando mucho, habría producido un poco más de inflación; sin embargo, como hemos visto, el Banco Central lleva varios años incumplien­do la meta, más bien, por defecto.

Cuando se habla de tipo de cambio de equilibrio a largo plazo, debe tenerse mucho cuidado de no confundir el endeudamie­nto a corto plazo como un ingreso simple de divisas.

Lo correcto es considerar el servicio total de la deuda, a valor actual, como una reserva para pagos futuros, a sabiendas de que lo que ingresa hoy, como préstamo, tarde o temprano deberá pagarse.

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ARCHIVO GN
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