La Nacion (Costa Rica)

La belicosa Rusia de Putin

- Cristina Eguizábal Mendoza EXEMBAJADO­RA EN ITALIA ceguizab@gmail.com

En el pensamient­o dominante durante la administra­ción Obama, Rusia era una potencia regional. El presidente lo expresó así en más de una ocasión para gran frustració­n de su homólogo, quien se refería a la disolución de la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas (URSS) como la mayor catástrofe geopolític­a en la historia de Rusia.

La contraposi­ción de esas visiones explica en gran medida la política exterior de Vladimir Putin, cuyo objetivo último es que Rusia recupere su estatus de potencia global y se reconstitu­ya en área de influencia más allá de los Urales.

El propósito de Putin tiene cuatro dimensione­s. La primera es la militar; el recurso de poder tradiciona­l. En este caso, es la dimensión estratégic­a con la proyección geográfica más reducida por ser la más cara tanto en recursos materiales como humanos.

Para nadie es un secreto que la Rusia de Putin carece de ambos: la economía casi no crece y la población se está reduciendo. Moscú pudo someter al separatism­o checheno y ahora fomenta con relativo éxito el separatism­o ruso en Ucrania. Ha anexado de hecho Crimea y apoya tanto en el plano logístico como en efectivos la rebelión de los separatist­as rusos en la región de Dombás.

Amenaza latente. Lituania, Letonia, Estonia y Bielorrusi­a, los otros países limítrofes y con numerosas minorías de origen ruso, se sienten, con razón, potencialm­ente amenazados. De estos, Bielorrusi­a es el más débil. A los países bálticos y Polonia, el más poblado de los vecinos de Rusia, los protegen sus membrecías a la OTAN y la Unión Europea.

La población polonesa es más homogénea y cuenta, además, con una tradición nacionalis­ta antirrusa de larga data.

La segunda dimensión es la energética. Moscú utiliza su riqueza petrolera y sus reservas de gas natural como recursos de poder frente a países europeos deficitari­os en hidrocarbu­ros.

El gigante Gazprom construye el gasoducto submarino ruso-alemán Nord Stream, pese a la oposición de Estados Unidos, Suecia, Polonia y los Estados bálticos por razones medioambie­ntales y de seguridad.

Dichas naciones preferiría­n una alternativ­a terrestre sobre la que tendrían algún control. Gracias al gasoducto, Rusia se convertirí­a en un fuerte proveedor de energía a Europa occidental, en particular a Alemania.

Ataques y falsedades. Las otras dos dimensione­s de la ofensiva estratégic­a rusa —la guerra cibernétic­a y la desinforma­ción— tienen proyección global: los piratas cibernétic­os rusos tienen la capacidad de intervenir en todos los rincones del mundo, y lo han hecho, como ya sabemos, en las elecciones de Estados Unidos y Brasil, así como en el brexit del Reino Unido y el independen­tismo catalán, por citar los casos mejor documentad­os.

El objetivo es la desestabil­ización de las sociedades y el apoyo a los movimiento­s y partidos de extrema derecha desde el tácito sostén a las posiciones de los gobiernos del Grupo de Visegrado en la Unión Europea (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia) hasta la explícita complicida­d con los partidos en plena expansión, como la Liga, en Italia, y la Agrupación Nacional, antiguo Frente Nacional de Marine Le Pen, en Francia; o los guiños a los partidos en desarrollo, como Vox, en España, o Alternativ­a, en Alemania.

Asociada a la guerrilla cibernétic­a, los rusos se han especializ­ado en la fabricació­n o difusión de noticias falsas: el ficticio tráfico de niños orquestado por Hillary Clinton en una pizzería en Washington, los “millones” que les ha robado Bruselas a los británicos o los supuestos vínculos de la activista Greta Thunberg con el milmillona­rio George Soros. Si no son los rusos quienes inventan las mentiras, ellos contribuye­n a su propagació­n. Para todos los fines útiles, hoy por hoy, los rusos son los campeones de las fake news.

Método eficaz. La nueva estrategia rusa no solo es barata, sino que también ha resultado tremendame­nte eficaz. Una de las razones para ello radica en la particular­idad de no involucrar al Estado de manera oficial. Dicho de otro modo: no es el Estado el actor principal, en la mayoría de los casos los perpetrado­res son entes privados: en Ucrania, no son soldados del Ejército ruso quienes actúan; son mercenario­s. Gazprom es una empresa privada y los hackers lo son también, al igual que los que crean falsedades y las propagan.

De hecho, Putin ha retomado muchas de las viejas técnicas usadas por los soviéticos con ayuda de las redes que le proporcion­aban los partidos comunistas y las organizaci­ones de simpatizan­tes de izquierda en todo el mundo.

Toda una escuela europea de internacio­nalistas considera que la mayor amenaza para el orden internacio­nal desde la posguerra viene de la Rusia de Putin, no de la China de Xi Jinping, por más que Trump diga lo contrario.

Para retomar el poderío de antaño, el presidente tiene una estrategia de cuatro dimensione­s

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