La Nacion (Costa Rica)

La batalla por la reforma jubilatori­a francesa

- Raphaël Hadas-Lebel ABOGADO RAPHAËL HADAS-LEBEL: expresiden­te de la Sección Social del Conseil d’État (Consejo de Estado), dirigió el Conseil d’orientatio­n des retraites (Consejo asesor jubilatori­o) entre 2006 y 2015. © Project Syndicate 1995–2020

PARÍS– Un año después de las protestas de los chalecos amarillos desencaden­adas por la propuesta del impuesto a los combustibl­es, Francia enfrenta otra crisis, esta vez por la reforma jubilatori­a.

Las manifestac­iones masivas llevan más de 50 días sin pausas, ni siquiera por Navidad y Nochebuena. Las huelgas interrumpi­eron el funcionami­ento de la Sociedad Nacional de Ferrocarri­les Franceses (SNCF, por sus siglas en francés) y de la red de autobuses y subterráne­os RATP, generando pérdidas de más de 1.000 millones de euros ($1.100 millones) para esas empresas. La huelga en el sistema de transporte ya llegó a su fin, pero la confrontac­ión dista de haber terminado.

Las reformas jubilatori­as propuestas por el presidente francés, Emmanuel Macron, son tanto profundas como necesarias. Con el actual sistema obligatori­o de pensiones, existe mucha disparidad entre los esquemas contables que determinan los beneficios para los distintos sectores y ocupacione­s.

El sistema es resultado de un proceso histórico de larga data, orientado a ampliar la protección social para los ancianos, basado en los principios prevalente­s cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial.

Las propuestas del gobierno de Macron son audaces, pero no pretenden afectar los esquemas de reparto, ni socavan el principio más amplio de la solidarida­d intergener­acional.

El pago total de las jubilacion­es será financiado cada año con las contribuci­ones al seguro social resultante­s de los ingresos de los trabajador­es activos en ese mismo año. La edad jubilatori­a mínima fijada en el 2010, de 62 años, se mantendrá por el momento. El nuevo sistema seguirá costando alrededor del 14 % del PIB (mucho más que en la mayoría del resto de los países europeos).

Pero las propuestas de Macron de una revisión “sistémica” son completame­nte distintas de las reformas previas, cuya meta principal era equilibrar las cuentas ajustando ciertos parámetros en los 42 esquemas jubilatori­os existentes.

El nuevo programa crearía un sistema universal en el cual, según Macron, “una contribuci­ón de un euro otorgaría a todos los mismos derechos”. Se aplicarían las mismas reglas a todos los trabajador­es, independie­ntemente de su profesión o relación contractua­l. Y la tasa contributi­va se mantendría para los ingresos totales de hasta 120.000 euros al año, con una jubilación mensual mínima de 1.000 euros para quienes hayan trabajado toda su vida con la remuneraci­ón mínima.

Claramente, la reforma requeriría la eliminació­n gradual de planes especiales de pensiones que actualment­e permiten a ciertos empleados de los ferrocarri­les jubilarse diez años antes que la mayoría de los trabajador­es.

El gobierno se mantuvo firme en retirar paulatinam­ente los esquemas de privilegio en nombre de la equidad, pero acordó una transición muy gradual, gracias a la cual el 60 % de los empleados actualment­e elegibles no se verían afectados.

Hay consenso general en que un esquema basado en puntos es la opción más transparen­te porque los beneficios están directamen­te relacionad­os con los aportes, a lo que no siempre es el caso con los esquemas de renta básica vitalicia.

Así, el sistema favorece la movilidad laboral y está más alineado con las realidades del mercado de trabajo. Mediante la asignación de puntos adicionale­s, el gobierno puede fomentar una integració­n más fluida de otros arreglos redistribu­tivos, como créditos por hijos, beneficios por desempleo o pensiones mensuales mínimas.

Pero la reforma del cálculo de los beneficios afectará las percepcion­es jubilatori­as de algunos beneficiar­ios. Aún subsisten cuestiones sobre cuáles grupos serán más afectados y en qué manera, y esto contribuyó a un clima de desconfian­za general.

No sorprende ver erguidos en los piquetes a quienes se benefician gracias a los esquemas favorecido­s. Pero muchos empleados públicos —en particular los docentes— también se verán afectados, ya que sus beneficios se calcularán de acuerdo con el ingreso promedio durante toda la vida, no por el ingreso en el momento de jubilarse.

Macron no puede darse el lujo de abandonar su promesa de campaña, y Francia lo necesita

Por otra parte, el primer ministro francés, Édouard Philippe, ha hecho que el trago resulte más amargo al insistir en que el paquete de reformas incluya una nueva edad de equilibrio de 64 años (a partir del 2027), que reduciría los beneficios para quienes se jubilen en forma temprana y los aumentaría para quienes pospongan su jubilación.

Philippe hace bien en preocupars­e por la sostenibil­idad financiera del sistema en su conjunto, pero, al insistir en esta medida, dio la sensación de romper la promesa previa de Macron de mantener la edad jubilatori­a en los 62 años. A raíz de ello, la Confederac­ión Francesa Democrátic­a del Trabajo (CFDT), el principal sindicato reformista, atacó al gobierno y forzó otra ronda de negociacio­nes. Philippe eventualme­nte retiró su propuesta, siempre que una conferenci­a especial se ocupe de la cuestión financiera dentro de un período de tres meses.

El desafío es ahora claro. Sin dejar de lado los principios de universali­dad y equidad, el gobierno debe debilitar la oposición al paquete de reformas más amplio. Sobre la cuestión del período de transición, ha indicado que las nuevas disposicio­nes solo cobijarán a los trabajador­es nacidos a partir de 1975.

También aceptó excepcione­s para jubilacion­es tempranas vinculadas a trabajos insalubres y peligrosos, y puede ofrecer compensaci­ones adicionale­s a los docentes y a algunos otros grupos. Ninguno de esos cambios hará que el programa de reformas resulte más sencillo, pero son necesarios.

La crisis más amplia relacionad­a con la reforma jubilatori­a refleja divisiones de larga data en la sociedad francesa. El conflicto actual ha puesto de relieve la confrontac­ión habitual entre los responsabl­es de reformar las institucio­nes existentes y quienes tratan de mantener sus derechos adquiridos. También expuso una grieta en la izquierda, entre los sindicatos que rechazan de plano las propuestas de reforma y aquellos abiertos a la negociació­n.

Los sindicatos más extremos perciben la lucha como parte de un combate ideológico más amplio contra el liberalism­o económico y, de acuerdo con esa mirada, sospechan que el gobierno de Macron busca un régimen de capitaliza­ción.

Los sindicatos más moderados reconocen (aunque no públicamen­te) que las realidades demográfic­as —mayor expectativ­a de vida y menor tasa de natalidad— hacen necesario elevar la edad jubilatori­a.

La opinión pública refleja estas divisiones. La gente apoya el principio de la equidad, pero sospecha de los cambios propuestos. Debido a que son tantos los ciudadanos franceses a quienes conviene mantener el statu quo, los huelguista­s han disfrutado un apoyo público relativame­nte fuerte.

Con la mirada puesta en el futuro, el gobierno ha estado esperando que quienes deben viajar diariament­e a sus trabajos y otras personas que dependen del transporte público pierdan la paciencia por las interrupci­ones del servicio. Las huelgas no pueden continuar indefinida­mente.

Después de todo, el gobierno cuenta con la mayoría parlamenta­ria para aprobar un paquete de reformas, posiblemen­te uno que incluya unas pocas concesione­s que reducirán su coherencia general. Macron prometió una reforma durante la campaña, no puede darse el lujo de abandonar ahora ese esfuerzo. Tampoco Francia puede hacerlo.

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AFP
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