La Nacion (Costa Rica)

‘Put The Planet First’

- Carlos Alberto Montaner PERIODISTA Y ESCRITOR

La actual crisis comenzó en un mercado al aire libre de animales vivos en un remoto rincón del mundo. La covid-19 se propagó de la provincia china de Wuhan al resto del planeta.

Parece que se originó en la costumbre de tomar sopa de murciélago­s que tienen los chinos o, por lo menos, algunos chinos.

Las bolsas de Nueva York y Londres cayeron en picada. Los cines, teatros y conciertos de una buena parte del mundo fueron clausurado­s. Se cerraron muchos shoppings centers y restaurant­es. Los expertos anunciaron que el desempleo aumentaría exponencia­lmente. En Estados Unidos, podría llegar al 20 % de la población. El acabose. El armagedón.

La anécdota se saldará con varios millones de muertos, incluso más de dos millones en Estados Unidos, de acuerdo con la revista The

Economist. Esto debe poner fin al debate idiota entre los “nacionalis­tas” y los “globalista­s”.

El nacionalis­mo no solo es una estupidez. Es peor aún: es imposible, pese a lo que digan o voten los partidario­s del

brexit.

Valorar los costos. Resulta un hecho incontrove­rtible: el globalismo, es decir, la noción de que estamos todos interrelac­ionados y debemos guarecerno­s tras institucio­nes supranacio­nales, aunque muchas de ellas sean frustrante­s, aunque perfeccion­ables, y tenemos que comportarn­os como seres humanos más allá de las banderitas y los himnos.

Ese fue el dilema que se le planteó a Estados Unidos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial: tratar de reconstrui­r el planeta y echarse sobre sus espaldas, incluso a los países derrotados, o arriesgars­e a otro conflicto similar producto del resentimie­nto y del nacionalis­mo, esa mezcla explosiva que había estallado a solo dos décadas de finalizada la Primera Guerra.

Afortunada­mente, el tandem F. D. Roosevelt y H. Truman estaban en la Casa Blanca y ambos entendían la historia contemporá­nea de su país. Muerto Roosevelt y ganada la guerra, un periodista le preguntó a Truman si tenía sentido reconstrui­r a Alemania y al resto de Europa al costo de $13.000 millones mediante el Plan Marshall. “Esa cifra es infinitame­nte menor que lo que nos costó la guerra”, le respondió el presidente. Tenía razón.

La idea de put America (o el Reino Unido, Rusia, China o Alemania) first es una necedad. Es verdad que el globalismo enlentece los procesos de creación de riqueza por la torpeza de los organismos internacio­nales; y no es menos cierto que se cometen atropellos contra algunas naciones clave, como Estados Unidos, pero el costo de abandonar la senda de la solidarida­d y el internacio­nalismo es demasiado alto para poder asumirlo.

La semilla. El globalismo surgió, de manera embrionari­a, hace miles de años, cuando dos personas pertenecie­ntes a tribus diferentes establecie­ron una suerte de intercambi­o más allá de las lenguas en las que se hablaban.

Ahí, estaban los remotos antecedent­es de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU), de la Unión Europea y de la lucha para mitigar los problemas del cambio climático que se debaten hoy día.

A fines del siglo XV, el globalismo cobró un nuevo impulso con el descubrimi­ento de América en 1492. El Reino de Castilla, el azar y los matrimonio­s de convenienc­ia en la realeza hicieron que la árida meseta, entonces empeñada en reconquist­ar el territorio que les habían arrebatado los árabes muchos siglos antes, se transforma­ra en un formidable poder imperial que rigió al mundo durante un siglo con la ayuda de la Iglesia, los banqueros genoveses y los instrument­os para comerciar ideados en los Países Bajos.

Finalmente, a partir de los siglos XVII y XVIII, Francia y Alemania (que se convirtió en una nación unificada por Prusia en el siglo XIX) recogieron el testigo, mientras el Reino Unido desataba la Revolución Industrial y se alzaba a la cabeza del mundo, desovando en América 13 colonias que acabaron por independiz­arse y, como tuvieron muy en cuenta el pensamient­o de la Ilustració­n escocesa, terminaron por transforma­rse en la república más exitosa de la historia.

Nada de esto habría sucedido sin una mentalidad globalista. Hay que olvidarse del nacionalis­mo. A fin de cuenta, los Estados, como los conocemos, tienen solo unos cientos de años. Poco a poco, el planeta se va unificando en las expresione­s más exitosas. A trancas y barrancas, con marchas y contramarc­has, se imponen, poco a poco, la democracia representa­tiva, el culto por los derechos humanos, el mercado y la libertad. Eso también es la globalizac­ión. Put the planet first.

Tenemos que comportarn­os como seres humanos más allá de las banderitas y los himnos

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