Un único deseo
Si apareciera el genio de los cuentos de Aladino y le concediera un deseo, ¿qué pediría hoy? ¿Riquezas, inteligencia, amor, todos los deseos que un adolescente quisiera o todo para usted, por usted y hacia usted?
Nunca pensamos en cómo desde niños se nos enseña a ser hedonistas, individualistas, mentirosos y egoístas, pero todos, absolutamente, lo somos cuando adultos.
Con tan maravillosa oportunidad, pensé más bien en todos los científicos, los filósofos y en mi héroe Albert Einstein. ¿Qué habría contestado él?
Después de pensar en tan tentadora posibilidad, concebí el deseo imposible sin la ayuda del genio de la lámpara. Va más o menos así:
Sabernos iguales. Mi genuino deseo, en medio de la crisis planetaria, es que nosotros, los seres humanos, nos demos cuenta de que somos iguales, sin ninguna diferencia cualitativa. Buscamos lo mismo: una vida digna y saludable, en familia y con buenos amigos.
Que empecemos a tratarnos sin prejuicios, que la religión no sea objeto de discordia ni tampoco el color de la piel ni las preferencias sexuales. Que no violemos los derechos de nadie, que seamos compasivos y más respetuosos. Que entendamos lo inteligente que es mantener el ecosistema saludable, pues nuestra especie se está destruyendo, que las guerras no sean las soluciones y, si se dieran, que sea solo en casos plenamente justificados, como instrumento contra la maldad, la locura fanática o la defensa de la libertad.
Espero que la crisis nos deje, cuando menos, una enseñanza. Solo tenemos este planeta y nadie se da cuenta de que hemos evolucionado únicamente en y para la Tierra, no al revés: el planeta ha sido piadoso, mas está contra las cuerdas, ya no va a acomodarse a nosotros. Los cambios son muy rápidos, la población crece exponencialmente; hace rato pasamos la línea en la arena. La madre tierra ya no puede más.
Nuevos pecados capitales. ¿Qué nos pasa? Para mí, está claro, nos consumen la avaricia, la codicia, la intolerancia, el desprecio por los otros y el planeta.
Desear un cambio en el ser humano quedará en únicamente una aspiración si no nos transformamos y, posiblemente, no lo haremos. Entonces, nada ocurrirá y, como resultado, vamos a aniquilarnos.
Tal vez no sea a causa de este virus ni del siguiente. Quizás será otro el que nos termine cuando hayan pasado 13.000 millones de años desde el Big Bang, 3.500 millones desde la creación del planeta, 1.600 millones desde la aparición de vida en la tierra, entre 100.000 y 200.000 desde la existencia del Homo sapiens. ¿Y todo esto será para nada?
Si alguno piensa que vamos a colonizar Marte y así nos salvaremos, lamento informarle de que no va a ocurrir.
Esta es nuestra casa, la única que tenemos. No hay a donde ir, no hay hacia donde escapar. Usemos el sentido común y la tecnología para favorecer el ecosistema. Aprendamos a ser conscientes de nuestras acciones, vigilemos el bienestar de todos los seres vivientes, seamos considerados, realicemos el sueño de vivir en el jardín del edén.
Vivir con sencillez. No es tan difícil y no se necesita al genio de la lámpara. Se necesita despertar, ser responsables.
Volvamos a lo básico. Necesitamos, para ser felices, amor y amistad, comida sana, agua limpia, aire limpio, placeres sencillos y vivir sin querer más y más. Lo más valioso está a nuestro alcance y no tiene precio.
Aprendamos a no mentir, a no pensar en cada uno individualmente, veámonos como un todo porque somos un todo.
En caso contrario, digamos adiós a nuestra casa, ella vivirá unos cuantos millones de años más, pero sin nosotros, que probablemente será lo mejor para ella.
Si apareciera el genio de los cuentos de Aladino y le concediera un deseo, ¿qué pediría hoy?